Toro de Lidia. Reflexiones por “Catón”

El Toro. Implica hablar con la seriedad de su raza.

Toca turno a Armando Fuentes Aguirre “Catón”, el magnífico saltillense de expresar las razones y pasiones por las cuales es aficionado taurino. Libertad por delante y lucidez hacen de la columna de “Catón” referente necesario. Aquí queda.

Por: “Catón”

Amigos y enemigos tiene la fiesta de los toros. Suscita pasión lo mismo en sus aficionados que entre sus malquerientes. Por encima de todas las polémicas, empero, nadie podrá negar los valores de arte que hay en la tauromaquia, ni el gran legado artístico de que ha sido fuente lo mismo en la pintura y la escultura que en la poesía y la música.

El torero, oficiante de un antiguo ritual, bailador solitario de una danza al filo de la muerte, está obligado a crear una obra de arte en el mínimo tiempo que le dan 15 minutos. Efímera es su obra, e inmortal al mismo tiempo. Queda nada más en la memoria -las películas y las fotografías no son la obra: son sólo la imagen de la obra-, pero ahí, en la memoria, permanecen el toro y torero como estatuas que duran un instante, un irrepetible instante. Las grandes faenas de los insignes diestros se siguen recordando como si aquí y ahora estuvieran sucediendo.

Yo amo la fiesta de los toros. La amo porque amo al toro, su principal protagonista. Si no hubiera corridas, ese hermoso animal desaparecería, pues su razón de ser está en la lucha. No es que la humana necesidad lo haya enseñado a tener crueldad, como escribió maravillosamente, pero erradamente, Don Pedro Calderón de la Barca. Embestir, atacar, está en la naturaleza del toro; es parte de su instinto.

La pinturera imagen del astado que en su dehesa se lanza contra el tren en marcha es algo más que una metáfora. De mí yo sé decir que si por algún extraño avatar me viera convertido en toro, preferiría morir en el ruedo, bajo la deslumbrante luz del sol, entre olés y músicas y aplausos, mi nombre quizá inmortalizado por la faena de un artista, en vez de sufrir adocenada muerte anónima en la sordidez de un rastro. (Esto da material para la reflexión: los toros que se lidian en las plazas tienen nombre; los que van al matadero no). Además en el ruedo tendría yo una posibilidad; una quizá entre 100, pero posibilidad al fin: la de salir indultado de la plaza para volver luego al cortijo a vivir vida de sultán de harén.

En cambio el fin seguro que para los toros de lidia quieren los enemigos de la tauromaquia -entre los cuales, quiero imaginar, no hay abundancia de vegetarianos- es el destino sin nobleza de la matanza colectiva. Milanesas sí, arte no. Sirva al menos la casta y la fiereza de esos hermosos bovinos para crear tesoros de arte y gloria en esa atávica cita, que tiene la misma edad del animal y el hombre, donde se simboliza la lucha entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal, entre Eros y Thánatos, entre la desbordada fuerza del bruto y la afinada inteligencia humana. Por eso comparto la admiración de Vargas Llosa por la torería; aplaudo por eso la gallarda defensa que hace él de la fiesta.

También por eso gozo los deslumbramientos taurinos de Goya y de Picasso, de Alberti y Lorca, de Lara y de Penella; de todos aquellos, en fin, que en la pintura, el bronce, las letras y la música han buscado inspiración en la liturgia y el arte de torear.

Ahora la fiesta sufre amenazas de politiquería. La prohibición de las corridas en Cataluña fue más cosa de política -nacionalismo extremo: ¡Cuántas necedades se cometen en tu nombre! – que de un sincero propósito de salir por los fueros de “los derechos de los animales”. La ley ahí no ha prohibido algunas formas regionales de entretenimiento con los toros, algunas de mayor crueldad y donde el toro no es objeto de respeto, sino de escarnio y befa.

No todo, sin embargo, es interesada simulación de piedad con miras de política. En abril de este año, Francia, que ciertamente no es un país de irracionales, inscribió la tauromaquia en la lista de los bienes que forman su patrimonio cultural inmaterial. En otros países España y México entre ellos, desde luego- hay ya iniciativas tendientes a conseguir el mismo reconocimiento a su honda tradición taurina, que es parte de su cultura y su legado artístico.

Apoyaré ese esfuerzo, pese a las diatribas de los enemigos de la fiesta, que suelen ser más virulentos y agresivos que el más encendido aficionado. Lo apoyaré porque pienso que defender la fiesta de los toros es pugnar por la conservación de una de las más bellas especies animales que en el mundo existen: el toro de lidia… FIN.

Mail to: afacaton@yahoo.com.mx

10 respuestas a “Toro de Lidia. Reflexiones por “Catón””

  1. Pues la verdad es que yo no entiendo el arte de las corridas de toros, para mi inexperto ojo, todos los pases del torero se ven iguales. Pero la tremenda fuerza descomunal del toro, y la habilidad del torero al esquivar las embestidas con tan poco margen de error, y lograr hacerlo con tecnica si que es digno de notar. Ahora, la muerte del toro pienso que si es requerida. El toro va a matar, no va a detenerse ni a tener compasion del torero. Es un enfrentamiento en los que ambos hacen gala de sus habilidades. Y es muy visto que muchas veces el torero las lleva de perder. Estoy de acuerdo en que sigan las corridas de toros. No es mas que otra manera de hacer negocio con el sacrificio de un animal. Y es un negocio muy rentable. Nomas hay que comparar el precio por kilo que se obtiene de una res en un matadero y lo que se obtiene de un toro de lidia. Es enorme la diferencia. Para mi, los antitaurinos no son mas que personas que se estan dejando llevar por la estupida moda de querer humanizar a los animales. Ojala y esta moda pase pronto.

  2. Daniel: Le paso tus conceptos a esos “ignorantes”, que seguramente conoces bien, y que han promovido y defendido los valores la Fiesta Brava y que llevan los nombres de Bergamin, Cela, Picasso, Vargas Llosa, Botero, Cantinflas, Agustín Lara, Machado, Sabina, Catón, García Márquez, Camus, García Lorca. Estoy seguro que tu sabes mas que ellos acerca de los valores estéticos, artísticos y culturales que tiene esa tradición que tiene sus orígenes en la Grecia milenaria.

  3. Mis padres me llevaron desde niño a las corridas de la plaza México. Yo simpre le iba al toro ( y pocas veces ganaba)
    Puedo apreciar lo artístico del lance toreril, de la estampa que se graba en mi memoria de un capotazo valiente y elegante, pero no veo por qué se deba martirizar y asesinar al toro. Insígnes aficionados de la tarde taurina díganme el porqué.

    ¿Qué pasaría si en vez de prohibirse una corrida, se modificaran las reglas y no hubiera sangre (del toro) de por medio?, por ejemplo Seguiría la faena; pero, y si las banderillas fueran autoadheribles y la estocada final sólo desmayara al toro?, ¿si en vez del picador atormentar al toro para debilitarlo, se alternara al torero cansado ? Supongo los “puristas” ni siquiera considerarían eso una corrida, pero se podría mantener así “el arte” pero mas humanizado y desde luego sin tanto detractor en pro de los derechos animales.
    Coméntenme por favor. (enrique1_munoz@hotmail.com)

    • Respondo con mucho gusto a través de una carta que le escribí a mi padre 63 años después de su muerte:

      Carta a mi padre en el mas allá

      por José Ramírez R.
      (Pepe Buenavista)

      Papá, hay algo de lo que nunca acabaré de darte las gracias: haberme abierto los ojos al mundo de la Tauromaquia. Mi primer recuerdo está relacionado con una novillada en la placita de toros “La Morena”, ubicada en la colonia Ex-Hipódromo de Peralvillo, a unas 10 o 12 cuadras de la casa en que vivíamos.

      Un domingo de otoño, en cuanto entramos a La Morena, nos condujiste a mi mamá y a mí, a lo que sería el patio de cuadrillas y cuánto asombro me causaron aquellos hombres vestidos de manera principesca. Me acerqué a uno de ellos, que vestía de blanco y oro, y no resistí la tentación de tocar los alamares de su traje. Como que quería desengañarme de si se trataba de un ser de carne y hueso. Luego subimos a los tendidos de la plaza y todo lo que ví me deslumbró: los tendidos estaban llenos de un público animoso; la arena, como para darnos la bienvenida, nos lanzaba rayitos de sol.

      De pronto se escuchó un toque de trompeta, frente a nosotros se abrió una puerta que me pareció enorme y de su interior salió un hombre vestido de charro, el cual espoleó al caballo que montaba y se lanzó a todo galope “rayándolo” y a punto de chocar contra el círculo de madera del redondel, el cual tenía repartidas cuatro pequeñas puertas, sin chapa ni llave, a las que se podía acceder por uno de sus costados. Luego supe que estas puertitas se llaman burladeros y sus entradas troneras.

      Después de rayar su caballo, el charro, se quitó su ancho sombrero, en señal de respeto; luego supe que era una forma de saludo a quien ejercía como juez, “presidente” que se les llama en España, y que era la máxima autoridad dentro de la plaza.

      Realizado el saludo, se volvió a calar su sombrero y comenzó a recular su caballo, en línea recta, hasta llegar a la puerta desde donde había salido. Para entonces ya habían salido a la arena otros hombres vestidos de “príncipes”, unos con mas lujo que otros y, a una señal del director de la banda de música, atronaron, desde lo alto, las notas del pasodoble La Virgen de la Macarena. La gente comenzó a lanzar exclamaciones de júbilo o de expectativa. Todo el conjunto comenzó a marchar hasta donde el charro había rayado su penco. Atrás de los “príncipes” venían otros jinetes vestidos de una manera rara, como nunca había visto, cubiertos con una especie de sombrero de una forma muy particular. Atrás de estos venían unos hombres vestidos de rojo y blanco, ceñidos con una faja amarilla y, mas atrás, cerrando el peculiar desfile, un par de hombres conducían un tiro de mulillas.

      Sólo quedaron en el ruedo los hombres de cuyos trajes parecían desprenderse luces, todos los demás hicieron mutis.

      Los que quedaron en el ruedo comenzaron a ocultarse tras la barrera, con la vista puesta hacia una puerta que, años mas tarde, supe que se llama de “toriles”. Sonó otro toque de atención desde el palco donde se encontraba el “señor autoridad” y de esa puerta, en la que estaban fijos los ojos de los hombres enfundados en trajes de luces y de cuantos estábamos en los tendidos, salió, hecho una furia, un bovino como nunca antes había visto, adornado con una banderita de listones sobre su lomo. Sobre esa puerta, de donde salió el bovino, había un cartel con unas letras y unos números. Ambos se referían a lo que, me dijo mi padre, eran el nombre y el peso del novillo. Lo que pasó, para mí, esa tarde maravillosa, me marcaría para el resto de mi vida. Me dije que yo quería ser uno de esos hombres vestidos con trajes de luces que parecían jugar con el toro, primero con un trapo color solferino y luego con otro de color rojo, dentro del cual escondían una espada.

      No me impresionó, ni me asustó, ni me causó repulsión la sangre que brotó del lomo del toro cuando lo picaron los hombres de a caballo, ni cuando le clavaron, también en el lomo, unos palos adornados con papelitos de colores. Tampoco me impresionó de manera especial cuando el hombre de las luces atacó al toro con su espada y la clavó en el lomo del toro, ni cuando éste cayó herido de muerte, vomitando sangre, ni cuando uno de los hombres de luces lo remató clavándole un puñal en la nuca.

      El tiro de mulillas se llevó los restos mortales del animal recién sacrificado; previamente, le habían cortado una oreja, la que pasó de las manos del hombre del puñal a las del charro; éste se la entregó, en medio de grandes vítores, al estoqueador, con la que dio una vuelta al ruedo. La gente en las tribunas le arrojaban, a su paso, flores, sombreros y toda clase de prendas de vestir. Me convencí que este frágil arlequín se acababa de convertir en “héroe”. Ya estaba decidido: yo quería ser uno como él.

  4. No soy vegetariano pero personalmente no me agradan en lo absoluto las corridas de toros, solo he tenido la oportunidad de asistir a una corrida de toros en una ocasión y no disfrute ni un poco del evento, para empezar el toro se enfrenta en desventaja al torero ya que antes de que salga éste último al ruedo el toro es herido con una lanza para que este más “flojito” para el jinete, si vas a matar a un animal para el entretenimiento del público por lo menos enfréntate contra él sin que este lastimado. Si bien es cierto que nuestros ancestros en la Era Paleolítica se enfrentaban contra bestias salvajes ellos lo hacían con el fin de sobrevivir y poder comer, aplaudo la prohibición de corridas en Cataluña, puede ser que como lo señala el autor todavía existan formas de entretenimiento que involucran la crueldad hacia los toros pero por prohibir una de varias se tiene que empezar. El autor le inventa bondades a algo en lo que no existen.

    • . . . No tiene Ni la Mínima idea de lo que en realidad es. . No Entiende ni entenderá, lo que el Maestro Armando Fuentes ha definido en tan pocas palabras lo que es El Arte del Toreo. . . Ud. es Parte de La Polémica, lo cual lo Hace Mas Interesante. . . El Ritual es algo Muy Profundo . . Consulte lo que significa “Ritual”, , Sus Razones en contra,- como las de tantos – son espontaneas reacciones, sin tener – como he dicho- .- La Mínima Idea de lo que ello Significa-. .

  5. Cierto, muy cierto, Maestro, que bueno que haya escrito este articulo, tan real de la fiesta de los toros, adelante, con el arte y con el dibujo gracias.

  6. Una bella prosa, para un arte legendario. Todos los puntos de vista valiosos para q los lectores conozcan y den una oportunidad al mundo del toro, y así puedan probar las delicias de la afición taurina… y si acaso decidieran que no es lo suyo, por lo menos, casi lo puedo jurar, no harán pedazos este legado que sin conocer han tratado de destruir.
    Gracias Catón, gracias d SyS!

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