Plaza México: Arte y Desastre – Divisa en el suelo, Torero por el Cielo.

Pase de Pecho de Juan Pablo Sánchez al de su confirmación.

La caída del hierro de Bernaldo de Quirós no ha podido ser peor: la decepción ya se esperaba y se intuía. Así, el derrumbe, la inutilidad y el infinito desprestigio ganadero se extienden no solo hacía una dehesa sino a la Fiesta entera. En medio de la desgracia y la ruina, solo la enorme capacidad de Juan Pablo Sánchez libra a las almas congregadas en la Monumental de la más lamentable decepción de la Temporada, que ni siquiera los regalos habrían podido salvar.

Por: Luis Eduardo Maya Lora – De SOL Y SOMBRA.

Se acaba con lo de ayer el toro bravo.

Gracias a ganaderos como Javier Bernaldo, al toro de lidia le salen “defensores”, léase, señores ineptos a quienes no menos idiotas comunicadores brindan oídos. Todo porque el toro que se lidia en las corridas de toros les da pena, lástima o congoja, en lugar, por lo menos, de dar miedo.

Como el toro en la Monumental está generalmente saliendo débil en absoluto como el primero; anovillado y manso como el segundo; desrazado y sin fondo como el cuarto; cabeceante y rajado como el quinto; a menos en todo momento como el séptimo y lamentable, por chico, débil y manso, como el octavo, pocos momentos relevantes del ganado lidiado quedan a reseñar.

Uno ocurre en la lidia del tercero de la tarde. “El Payo” comienza a pies juntos pero sin jugar los brazos. Ya a compás abierto, luce e incluso se observa un recorte lucido. El cárdeno, poco más ligero de carnes y enmorrillado, se desplaza y lucha sin clase en varas. Quite donde destaca la última chicuelina hace albergar esperanzas de que algo rompa a bueno.

Esa impresión tiene el gentío cuando el brindis general remata machos para abajo y comienza el estira y afloja del chocante “péndulo” –que a como lo dan hoy en día no es más que un pase cambiado a pies juntos, la suerte péndulo, revísenlo, es otra cosa- con ello surge la emoción que remata grande en el muletazo de pecho.

Se encuentra “Payo” con un burel que se templa cuando no le engancha pero con el detalle que a la mitad del derechazo, en el tercio bajo la porra, tiende a levantar la cara y quedarse corto a la salida. O sea, de no templar mucho y mandar más sobre su embestida, el descastado bernaldo desarrollaría pronto hasta invadir el terreno del torero. Octavio gana el paso pronto pero torea despacio en dos buenas tandas con la derecha.

Confiándose, traza nuevo derechazo rumbo a los medios pero, en medio de tan natural escena, entrelaza innecesaria e inadecuada capetillina que descompone al toro y al propio torero. Nunca jueguen los toreros a la contra de las suertes naturales. “Payo” lo hace y esto le lleva a tomarse de los cuartos traseros, salir corriendo de la suerte y verse con ello enganchado y acelerado. Así no puede ser.

Aún vuelve a la izquierda y pese a lograr naturales sueltos su falta de rotundidad y claridad de ideas, de sitio y de ritmo, le meten de cara a la gente en un espiral que aún da vueltas. El acertijo a resolverle al manso, esa mirada arriba del palillo, el vacilante paso a paso y la salida corta del muletazo que se queda a medias por falta de mando en la muleta.

Así, menos que media, la petición es insuficiente y el Juez Andrade, tan falto igualmente de ritmo y de sitio –si se va una vez cada San Juan a los toros, no se mejora- no aguanta y suelta el pañuelo. Desconcertante vuelta al ruedo, tan acelerada que da la impresión que el torero quería que acabara lo antes posible. Su contrariedad en el rostro es el mejor reflejo de su actuación.

Este ha sido el único “triunfo”, único apéndice de la tarde. Porque el quinto, el más serio quizá del encierro, pone en predicamentos al “Payo”, más pendiente de la gente que del toro y que no aguanta el puchero del público que no comprende, como sí el torero, la falta del segundo puyazo, de preferencia delantero, al cabeceante bicho. Vale más atender a la lógica de la lidia que al puchero de unos cuantos.

Y como el poder en la muleta es poco, la cabeza no está clara, García, tras un posible cambio del sino de la embestida del burel al inicio, termina volteado por exagerar las cercanías. El villamelonaje aplaude sin ver que lo valioso ha sido su espadazo al segundo viaje. “El Payo”, aún a pesar de la oreja, no lo ha visto claro y es una pena.

La muina castelista parece tópico. Reparos por todo, mala cara por nada. Qué importa cuando se torea bien. No le gusta a Sebastián – ¿A quién sí?- que le griten “¡Novillero!” por la presencia del segundo. Contesta directo al aficionado que le increpa,  claro, de mal modo. Burel corto de todo, de fuerza y de casta. Si acaso hubiese tenido algo más de trapío… se habría valorado el esfuerzo, la quietud y la insistencia de trazarle el arco de los muletazos naturales a pesar de la irresistible tentación de la querencia, que como la belleza a Degas, acompaña siempre a este segundo desde su salida.

Como pincha la cosa queda en nada. Lo mismo en el cuarto, un toro bajo y serio que se desinfla por exceso de peso y que apenas puede acudir a los cites en un trasteo que comienza en el estribo y acaba en desarme.

Así no puede ser, la raza no existe, parecen toros por fuera, por dentro no lo son. No olvidemos a Bergamín, que “el instinto del rebaño no es el instinto del toro. (Éste) Es libre, fuerte y solitario…” Así, la raza es todo lo que lo hace que el toro en su comportamiento sea, precisamente, de lidia. Hoy están más cerca del rebaño borreguno que de un encierro de bravo, en ello está la sutil diferencia de nuestro destino taurino. Pocos lo toman en cuenta.

El mini mano a mano relatado se ve condicionado por la sensación acabada la lidia del primer toro: aguardaríamos con mucho gusto la salida del sexto. Esto, debido a que el alumbramiento de Juan Pablo Sánchez a la salida del primer toro confirma que “el secreto mejor guardado” del toreo mexicano lleva su nombre y su apellido.

Razones. Mecer el capote es, de dientes para afuera, muy sencillo. Acompasar la “cintura torera” con la caída de “la mano baja”, sumado a la “pata´lante”, aun delante del balón de serias astas que abre plaza y llegar con él hasta los medios templado, siempre dirá taurinamente mucho más de lo que pueda apuntarse. A los buenos toreros se les ve con el capote. Juan Pablo deslumbra tanto como decepciona el bernaldo que yace en la arena en el inicio de la faena.

Confirmar así, delante de un inválido –al que para el ganadero y sus panegíricos quizá salve su “gran calidad” confundida con la extrema nobleza- puede diluir a un torero con técnica pero sin personalidad o con buenas maneras pero sin valor ni capacidad. En esa raya, como tirando agua a la colonia, pone las cosas el que abre plaza.

Pero Sánchez tiene en avanzadas las señaladas virtudes. Al primero le hace ver mejor con la flámula en el sitio a la hora del envite, el valor a tope pues su mente es clara en el planteamiento y la firme intención de hacerle pasar en el embroque a donde inicialmente ni se sospecha. Basta ver los andares a las salidas de los muletazos y los finales de cada tanda –todo en los medios- para concluir que el que manda sobre el de negro es el que viste de blanco e iluminante plata.

Pero el nóvel matador pincha con ese brazo tan extendido que se estrella en el morrillo. Todo queda en saludos.

Cuatro toros pasaron, pitos de impotencia y desesperación en el arrastre–salvo en el tercero- se desgranaron en el tendido. Cierto tedio y molestia, pues la gente tonta no es.

Así cuando ya la nueva luna comienza a dibujar sus primeros pasos y al sexto Juan Pablo Sánchez vuelve a mecer si cabe con más arte que en el primero el lance natural, la Plaza cruje. Boquiabiertos unos, estridentes otros en el canto ante el encanto capotero. Rebolera airosa en los medios y los piqueros a escena dejan al toro servido para que la hidrocálida cuadrilla ejerza templado el oficio con el buen trato de Campos a la brega y las banderillas de Prado, un maestro.

Sánchez no brinda. Lo que sí, otra vez, camina torerísimo alternando lados y todo con temple, infinita llave de cualidad y torería, avanza a los medios con pases de la firma que anteceden a la tersura la despaciosidad que, con lo poco que ha sido el negro sexto, levantan un palacio al segundo tiempo de las suertes.

Las fuerzas que faltan, el celo que no aparece, lo brindan la media altura exacta y la largueza que en los derechazos envuelven la negrura del burel y el albo del terno en magnífica composición. Así, el camino corto por falta de bravura, la escasa emoción por falta de poder en el toro, se tornan en la infinita capacidad de armonizar apenas breves claves en magna rapsodia de lo mejor que hay en el toreo: largueza por bajo, apostura, clase pero raza infinita, todo lo que no tuvo el encierro lo ha tenido el confirmante.

Así, al borde del frenesí, ahora sí como consecuencia lógica de lidiar a un manso, la doble dosantina de Juan Pablo cubre el firmamento y llena al orfeón de La México con los gritos de “¡Torero!”. El caminar y la facilidad para torear dejan impresionados al cónclave que aún aguanta pinchazos y un bocinazo para ovacionar al torero que inexplicable y antirreglamentariamente regala uno. La obra, por genial incabada, no se cambia por nada.

Sí, hay –otra vez- los chocantes tiempos extras.

El reservado en segundo lugar, lidiado como séptimo, saca cosas buenas de salida, tanto como la máxima seda, temple y gusto en el capote y las verónicas, una simplemente inenarrable por el lado izquierdo, de Sebastián Castella como prontitud en los cites. Aun el toro pelea firme y bravo en el caballo pero tras sentir el primer capotazo y el primer par de banderillas se desploma terriblemente, ya nada puede hacer Castella para lástima de todos.

Sin necesidad, Sánchez lidia a un octavo. El peor de todos, chico, impresentable, lamentable. No hay nada más que protestas.

Hay cosas que salvan una tarde. Como la brega sensacional de José Chacón quien, mientras se ovacionaba con justicia a Luis Castañeda tras banderillear al cuarto, deja constancia que su capote es de clase única. O la raza de Efrén Acosta hijo que es derrumbado por el quinto, incluso la tremenda valía de Rafael Romero en ese mismo astado pero en banderillas. Hay momentos que pueden salvar la “desgracia de la gracia”

Sí, porque aun quedan toreros que salvan la desgracia simplemente al torear por la gracia de Dios. “Sin más que la gracia ante la ira…”

Hoy, lamentablemente, es ante la mansedumbre porque hay poca raza. Iluminados seamos para no dejar pasar en blanco y sin plata un capítulo más de la historia taurina mexicana. Con el toro por delante, todo el tiempo.

Twitter: @CaballoNegroII

RESUMEN DEL FESTEJO.

Plaza México. Temporada Grande 2011-2012. Domingo, Noviembre 20. Tercera de Derecho de Apartado. Dos tercios de plaza en tarde agradable y fresca, poco sol y leves ráfagas de viento. Ambiente y expectación.

8 Toros, 8 de Bernaldo de Quirós (Divisa Verde, obispo y grana) 2 de regalo. Dispareja de presencia. Anovillados segundo y octavo, éste último protestado. Sin bravura, faltos de raza, casta y fuerza en lo general. Nobilísimo y terriblemente débil el primero. Descastado el tercero que a punto estuvo de romper, fue el menos malo del encierro. El quinto derribó la cabalgadura de Efrén Acosta hijo defendiéndose y teniendo el pecho del caballo de frente. El séptimo comenzó bravo y tras el primer capotazo en el segundo tercio desplomó su limitadísima bravura.

Sebastián Castella (Malva y oro) Silencio, silencio y leves palmas en el de regalo. Octavio García “El Payo” (Burdeos y oro) Oreja con protestas, y palmas. Juan Pablo Sánchez (Blanco y plata), que confirmó su alternativa, Ovación con saludos, Fuerte ovación tras aviso y Silencio en el de regalo.

Destaca en banderillas Alejandro Prado, Rafael Romero y Luis Castañeda que saludó en la lidia del cuarto, en ese turno a la brega fantástico José Chacón.

Se guardó un minuto de aplausos en memoria del matador de toros en el retiro y en su momento asesor de la Autoridad de Plaza, Gabriel España, lamentablemente fallecido el pasado sábado.

Una respuesta a “Plaza México: Arte y Desastre – Divisa en el suelo, Torero por el Cielo.”

  1. Después de ver encierros en España como los de Núñez del Cuvillo, Fuente de Ymbro, Alcurrucén y desde luego Miura y ver el “mimo” con el que los ganaderos españoles tratan al toro me sigo preguntando: ¿A qué le están apostando los ganaderos en México?

    Ya deje usted la falta de bravura… ¿y la falta de presencia que?

    ¿Qué será de la fiesta en nuestro país si los que deben defenderla acaban siendo sus peores enemigos?

    !Qué pena!

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