Gloría y Torería: La Fantasía de “Quinito” y Enrique Ponce – A una Década de la Faena de la Década.

Muletazo con la zurda de Enrique Ponce a “Quinito” Hoy hace 10 años, 10. Foto: Saltillense.

Pasa el tiempo demasiado rápido y el toreo es un arte tan efímero como eterno. 10 años se cumplen hoy de la gran faena de Enrique Ponce a “Quinito” el negro toro de Teófilo Gómez que inmortalizara en el ruedo de la Monumental México, el domingo 3 de febrero de 2002. De burdeos y oro Ponce daría una catedralicia tarde taurina para la historia.

Por: Luis Eduardo Maya LoraDe SOL Y SOMBRA.

Sucedió un domingo. Y no fue cinco de febrero. Ni falta que hiciera.

Lo impresionante de la máxima fantasía del poncismo, cuyo alumbramiento se da justo en la Meca de esta taurina religión, la Plaza México, es que como abriendo un abanico, la onírica aspiración de torería y pasión pronto se hizo realidad.

Y se dio ante un toro que dentro de su nobleza nunca pudo superar, aun frente la poderosa muleta de Enrique Ponce, la tentación de salir con la cara alta.

Por eso el resultado del encuentro de “Quinito”, tercer toro del encierro de Teófilo Gómez lidiado el domingo 3 de febrero de 2002 con Enrique Ponce, es aún más grande de lo que realmente sospechamos. Ese defecto que hubiera sido el viacrucis de cualquier otro torero y que hubiera acabado en el terreno de la sosería y de la poca realización artística, encontró en el valenciano la mejor vía para lograr, a pesar de todo, su paso hacía la inmortalidad.

Pero no adelantemos, analicemos primeramente.

Debemos recordar que para esa corrida, por primera vez, me atrevo a decir en mucho tiempo, Enrique Ponce se presentaba en una situación “comprometida”, con una media plaza y quizá por vez primera, el torero de la Plaza México “necesitaba” un gran triunfo en la Monumental.

Esa tarde, alternando con Paco Ojeda, “Armillita” Chico y Rafael Ortega, Ponce tuvo la suerte de encontrarse con un toro que, desde aquel “Anda Solo” de Vicky de la Mora, no había encontrado. Al menos, nos referimos a un burel que se desplazara con el poder suficiente para no derrumbar o dejar a la faena en solo mediana pieza.

Recuerdo a “Quinito”, un negro, largo y alto toro de hechura fina, menos descarado que el segundo de su lote, un cárdeno con todo el respeto. Mostró siempre como estandarte la bravura como distintivo la nobleza y en las verónicas Ponce le recogió lance a lance tras pararle, de modo de que pudo avanzar hasta casi  los medios y enroscar los brazos a la cintura en la media verónica.

Ni las chicuelinas ni la genial larga cordobesa del quite podrían ser ignoradas para la historia, principalmente el remate, un canto a la elegancia y del cual Enrique Ponce sale andando hacía los medios. Esa larga cordobesa, evocadora naturalmente, canta uno de los trazos más bellos y rotundos jamás trazados por el torero valenciano.

Claro, hay que decir que el remate se orientó cerca del tercio y ante toriles y justo es orientar nuestra atención a lo anterior a fin de no ignorar que “Quinito” tenía la opción de diluir su bravura en caso de no ser lidiado inteligentemente. Los peones destacaron al templar y sujetar.

Se cambia el tercio y el brindis, como corresponde, ha sido a toda la Plaza Monumental.

Magnífico fue el inicio de faena, con varios de los mejores doblones que Ponce haya instrumentado en su vida e igualmente uno de los cambios de mano, genuflexo, perfecto por templado y por lo inacabablemente artista que más se recuerden, fue por pitón derecho.

Como siempre, es el temple una nota característica de las grandes faenas del torero Emperador, caminarle al toro tal igualmente como también llevaría al paroxismo en Aguascalientes tres años después. Así se sucede tanto el inicio de faena como la tandas que prosiguen.

La faena es grande y eleva progresivamente puesto que Enrique Ponce se encontró con la posibilidad de desplegar su poder a partir del arte, cosa que representa la gran diferencia entre su otras dos grandes faenas en la Capital por el lado del poder, “Caracazo” de Rodrigo Aguirre en 1995 y “Xoconochtle” de Marco Garfias en 1998, respecto de “Quinito”. O sea, la exigencia de los dos primeros respecto de la nobleza y entrega de éste último.

Con “Caracazo” Ponce afloró su arte a partir del poder, columna que atesora el valenciano en grado superlativo. En aquella faena, la de “Caracazo” en Diciembre de 1995, el torero inauguró una época nueva en la Plaza México que tiene a la dosantina como bandera.

Solo que con aquel toro, Enrique dejó una estela más de hombre que de artista; con “Quinito”, Ponce se instauró como el gran artista de la Plaza México, el que pone la inteligencia, el poder y el valor al servicio del toreo bueno. Así, si “Caracazo” no mantuvo el sobre fondo que Ponce le descubrió, “Quinito” lo consigue con creces y quizá en demasía.

Es posible que a “Quinito” le haya condicionado en su juego lo alto de sus agujas. Por ello, salía con la cara tan alta al final de los muletazos y expresamente por el lado izquierdo le costaba más trabajo humillar y seguir el engaño. Aquí, otra vez solo el temple y solo el mando podrían hacerle embestir, como en el cambio de mano, a la velocidad que quiere el torero. Así cierra Enrique Ponce la primera tanda.

En las subsecuentes series, cerradas con los remates por alto, debemos consignar que es posible que nadie haya dado los pases de pecho a este nivel de rotundidad, tan fundido y tan largo con el toro, siempre a la hombrera contraria.

Y en el adorno, ramilletes bordados en el propio pase de las flores, los remanguilleros invertidos y del cartucho de pescado con los que Enrique Ponce inicia doblemente otra tanda de naturales, siempre en pos de la mejora en la condición el toro.

Otra clave, la distancia.

Por eso la tanda que inicia con el pase de las flores proyecta cuatro de los derechazos más grandes que se han pegado en La México la década anterior, por la exactitud en la distancia en que cita y la manera en que esconde la pierna contraria y traza Ponce con temple el pase a “Quinito” que ya para el final de la tanda, después de caminarle al frente por el terreno que deja el toro, se entrega al genial cambio de mano, muy posiblemente ésta sea la mejor tanda de la faena.

 Y, otra vez, subrayamos, no quedan lejos los pases de pecho con la izquierda con La México rayando el frenesí.

La generosidad en los cites, en los terrenos y en los muletazos que Enrique Ponce otorga a “Quinito” con esa tanda del circurret -y que es el mejor ejemplo- alumbra las consecuencias del temple y mando ejercidos con anterioridad. Cerrado un poco en el tercio frente el toril, “Quinito” aprieta un tanto más a Enrique, quien al advertir que el de Don Teófilo quiere irse al sentir el toril, se ingenia el circular invertido rematado abajo maravillosamente.

Con ello cambia el sino y vuelve a hacer romper al astado. En tal momento, Plaza clamorosa es el centro de todo el arte del toreo.

Para finalizar, el riesgo de que el de la capa negra siga su inexorable final con la cara alta es igualmente alto. Hay que recordar que Ponce escondió el engaño en el cite y obligó al toro a bajar el cuello en los doblones  ayudándose finales sobre todo el que antecede al pase del desdén de donde “Quinito” quedó encelado y, justo ahí, el caminar preciso y majestuoso cierra la obra con el enésimo magnífico pase de pecho con la izquierda. Abaniqueo final y perfilado quedó “Quinito” para la estocada.

Perfilado Enrique y apuntando su estoque muy hacía arriba  delante de la contra porra, citó a un toro que nunca iba a humillar, le era físicamente imposible, en la suerte contraria. Pinchazo al primer viaje. Nuevo pinchazo hondo en todo lo alto hizo doblar a “Quinito” justo cuando el puntillero lo levanta. En gesto sencillo y digno de su imperial posición Ponce condonó la “falta” con toda la sobriedad y sencillez.

Aun tardó un rato considerable en doblar el toro y esto desencadenó la peor decisión jamás tomada. El Juez Lanfranchi saca una oreja como tapándose a la realidad y concede la vuelta al ruedo a un toro que no remató sus embestidas salvo por excepción. No fueron las fallas con el acero sino la ineptitud del usía lo que no le puso el rabo en la mano al torero.

Todavía con el terrorífico cárdeno cuarto brindaría Ponce una lección de poder y dominio que igualmente pincharía para solo dar una vuelta al ruedo.

No me he extendido, espero, en balde. Esta es y ha sido una de las obras máximas en la historia de la Plaza México.

Y, aunque algunos de sus miembros se hayan enojado por ello, la placa de Bibliófilos Taurinos de México, A.C., que se encuentra a un costado de la Puerta del Encierro de la Monumental México, es el premio justo y su leyenda el exacto extracto de lo que fue la faena de Enrique Ponce a “Quinito”, simplemente: “Cumbre de sus Triunfos en la Plaza México”

Si no, a diez años de lo ocurrido, cada quien saque sus propias conclusiones.

Twitter: @CaballoNegroII.

7 respuestas a “Gloría y Torería: La Fantasía de “Quinito” y Enrique Ponce – A una Década de la Faena de la Década.”

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