Por Carlos Ilián.
El mes de julio parte por la mitad el año taurino y sus grandes citas en Pamplona y Valencia toman el pulso del toreo cuando se ha consumado la primera parte de la temporada. Si nos atenemos a lo visto en estas dos plazas es para `preocuparse.
En Pamplona ni han embestido los toros ni hemos visto un solo momento importante, a excepción de la faena de Iván Fandiño a un toro de Fuente Ymbro.
Todo lo demás es para echarlo por el retrete. El fracaso ganadero en San Fermín, considerada una cita cumbre del toro bravo, no ha tenido paliativos.
La mansedumbre y muy especialmente la falta de casta nos han dejado perplejos. Sin duda han sido los sanfermines más pobres que recuerdo y ya son muchísimos a mis espaldas.
Después de Pamplona, la feria de Julio de Valencia. Allí no se toma la temperatura al toro bravo pero si a las figuras, anunciadas todas ellas con las ganaderías de “lujo” que, por supuesto, enviaron unas corriditas bordeando lo impresentable. O sea el género propicio para el triunfalismo. ¿Y qué pasó?.
Pues no pasó otra cosa que la ansiedad de El Juli, muy acelerado, queriendo hacerlo todo al por mayor como si el toreo fuera una cuestión de peso y no de medida.
Vimos un José María Manzanares mentalmente descolocado, más superficial que nunca y que ahora mismo estaría mejor tomándose un descanso reflexivo.
Vimos a un Alejandro Talavante con más suerte que fondo, cada vez más lejos del torero de hace un par de años, y eso sí, encantado de salvar sus actuaciones con tres detalles, pero sin el brillo de antes.
Y que les puedo decir de Morante de la Puebla cada vez más funcionario a sueldo que auténtio creador de belleza.
Para colmo las figuras no llenaron ni un solo día. Y tampoco llenarán en Gijón, ni en Bilbao ni en ninguna parte. Y es que no interesan porque lo suyo es pegar pases, muchos pases. Y la rutina además de aburrir, envejece artísticamente.
Via Marca.com