Picasso tenía una verdadera obsesión por el toro como símbolo de España.

Pablo Picasso, el diestro Luis Miguel Dominguín y el poeta Jean Cocteau, en la barrera de la plaza de toros Las Arenas, en Arlés (Francia)
Pablo Picasso, el diestro Luis Miguel Dominguín y el poeta Jean Cocteau, en la barrera de la plaza de toros Las Arenas, en Arlés (Francia)

El crítico taurino de ABC, Andrés Amorós, analiza en una conferencia la influencia de la tauromaquia en la obra del genio malagueño.

Por Francisco Javier Flores.

«El toro soy yo». Esta frase, que remeda la célebre cita de Gustave Flaubert, define con precisión la vinculación de Pablo Picasso con la tauromaquia, una relación de amor y añoranza que el crítico taurino de ABC, Andrés Amorós, analizó en una conferencia en el Museo-Casa Natal del artista en Málaga.

Es de sobra conocida la obsesión que Picasso sintió por los toros en los últimos años de su vida, cuando se encontraba exiliado en Francia. Sin embargo y al igual que ocurrió con Goya, la iconografía taurina se proyecta en toda su obra, lo mismo en sus época cubista que en la realista, de igual manera en su faceta como pintor, que como ceramista, escultor, grabador, etc.

De hecho, Amorós señaló durante su conferencia que esta «verdadera obsesión por el toro como símbolo de España» nace siendo Picasso muy joven, puesto que su padre era aficionado y le llevaba a ver corridas en Málaga y en La Coruña.

«De muy chiquito en Málaga su tío le dijo que para llevarle a los toros tenía que ir antes a misa y Picasso le respondió que iría a misa veinte veces si hacía falta», comentó Amorós sobre la atracción del artista malagueño por este arte milenario, del que afirmaba que era «lo más español, junto a la paella, la misa y el burdel».

Tal como comenta el pintor Antonio Saura, la obra de Picasso es «como una gigantesca tauromaquia», que está además trufada de una simbología pictórica a la sazón inventada y tomada de otros autores, porque el genio malagueño «lo mezcla todo», según indicó el crítico de ABC.

El símbolo más conocido es el del minotauro, pero además el artista se identificaba con el toro que cornea al caballo y que es «como la persona enamorada que sin querer causa sufrimiento a la persona a la que ama».

También está la imagen recurrente del torero muerto, que representa al crucificado y que «a veces es torera, porque le pone la cara de su mujer María Teresa». Se trata ésta última una idea tomada de un cuadro de Tiziano, titulado «Europa y el toro», que él reinterpreta con su inimitable estilo.

«Incluso en la época del cubismo más severo, que parece no pegar con la tauromaquia, hace cuadros a la manera de Braque, donde pone símbolos españoles, como una botella de Ojén y una revista taurina catalana», manifestó Andrés Amorós sobre una pasión que era la raíz de una profunda añoranza hacia la tierra que lo vio nacer y de la que tanto tiempo estuvo ausente.

El entusiasmo taurino de Picasso fue a más con el paso de los años, a lo largo de los cuales fue coleccionado entradas de las corridas a las que asistía; divisas de ganaderías, que utilizaba luego en sus esculturas; y naipes y grabados eróticos taurinos, «en los que el toro o el torero son un órgano sexual, masculino o femenino».

Sabedores de sus anhelos, sus amigos le brindaban toros o le organizaban corridas, caso de las que solía hacer Luis Miguel Dominguín, al que Picasso le confesó en una ocasión que «hubiera querido ser picador, no torero».

De hecho, él y su hijo Pablito se disfrazaban en las fiestas con el traje característico y realizaban pantomimas que hacían las delicias del respetable.

Via:http://www.abcdesevilla.es/andalucia/malaga/20131107/sevi-picasso-tenia-verdadera-obsesion-201311062119.html

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