La leyenda de los victorinos.

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Por Joaquín Vidal.

24 junio de 1976.- Se enzarzaron en una disputa el Cordobés y Palomo, años ha por un póngame acá esos bichos. Ambos pretendían la blanca mano de los galaches para su exhibición en la feria de San Isidro. Como tontos: elegían a la más guapa y más facilona del baile.

El poderío de mandones del toreo lo iban a demostrar llevándose al río a los galachitos que además de la fama de fofones que ya tenían, eran en aquella ocasión figuritas de porcelana. Y no les daba vergüenza, no, aunque a la afición sí le daba.

Suspiraba la afición: iSeñor, señor, qué cosas, si los padres de la tauromaquia levantaran la cabeza … !

Desde el Illo y Pedro Romero, estoqueadores de morlacos de las cavernas, hasta el Chamaco, que paseaba tan serrano por Barcelona con las hijas del gobernador, y no sabía leer por aquel entonces, nadie se había atrevido a tanto. Muchos renegaron de su afición y la escondían.

Y en aquella disputa estábamos cuando apareció un paleto, de Galapagar por más señas, que se fue a los periódicos con unas fotos y dijo: Estos son toros; se los regalo a la empresa de Madrid para que los toreen mano a mano Palomo y El Cordobés.

Hasta en foto asustaban aquellos toros. ¡Que toros, Dios! Los ven los galaches y echan a correr. Los ases de la disputa ni los vieron, claro. Sí, un tal Andrés Vázquez, ¿suena el nombre?, que se midió con ellos y triunfó.

Allí empezó Victorino Martín a ser Victorino, y allí empezaron los antiguos albaserradas -después Escudero Calvo– a ser victorinos. Nació una leyenda que aquí está.

La afición se relame de gusto con estos toros porqué, buenos o malos, tienen el significado de cuanto se ha venido pidiendo, cuarenta años hace, para la fiesta. Son el palmetazo al fraude, al privilegio y al triunfalismo, y abrieron el camino de la autenticidad, en el que estamos.

Después de aquello, verdad no hay más que una, los victorinos salieron unas veces bravos y otras pegando bocaos, pero, verdad no hay más que una, siempre dieron espectáculo, que es lo bueno.

Por eso el anuncio de los victorinos para la corrida de la Prensa de este año de 1976 ha sido un campanazo. Esperan en los corrales pidiendo guerra, y se la van a dar tres valientes sin novela, Miguel Márquez, Julio Robles, Roberto Domínguez, ante una cátedra severa, que no se casa con nadie y menos aún si tiene leyenda.

© EDICIONES EL PAÍS, S.L.

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