Opinión: Una máxima que define a nuestra fiesta

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Por Xavier Toscano G. de Quevedo.

Es un hecho real e inevitable que en el acontecer diario de nuestras sociedades hay contextos que se presentan y se repiten tan habitualmente, que con la imaginación y la perspicacia que siempre ha caracterizado a nuestro pueblo sirven para que de ahí nazcan en nuestro leguaje los célebres y agudos refranes o dichos populares, que son indudablemente auténticas lecciones de vida que nos señalan o puntualizan en nuestro actuar.

Dentro de nuestro mágico e inigualable Espectáculo Taurino —aquí todavía va con mayúsculas— que forma parte de nuestra esencia y cultura mexicana, también cuenta con sus sentencias o máximas que nacen de la propia particularidad de la Fiesta. Y quizás la más representativa y substancial que define el fondo de la Tauromaquia es la que establece: “El Toro pone a cada quien en su lugar”. Esta es la verdad más ilustrativa de lo que acontece en el entorno de su Majestad El Toro Bravo.    
          
Siempre hay que tener en cuenta que cuando él está presente en cualquier plaza del mundo, sea la más emblemática o importante, como lo son Madrid o Sevilla, o hasta la más humilde y sencilla, es ahí donde se marca tácitamente la diferencia y la verdad de aquellos toreros que tienen la valía y la entrega para enfrentarlo, ganándose así el respeto y la admiración de los aficionados y del público. Es esto lo que le da su importancia a la Tauromaquia, SÍ, pero que quede claro que me estoy refiriendo únicamente al auténtico Toro Bravo, el que sale a los ruedos con verdadera edad de toro —cinco años cumplidos— con la madurez que sólo da el tiempo efectivo, no el fantaseado o apócrifo. Con la presencia y el trapío propio de su estirpe y linaje, que lo convierte en uno de los ejemplares más bellos de la creación. Con su característica primordial y obligatoria que es la “BRAVURA”, fundamento vital que lo diferencia de todos los demás bovinos existentes —por ello su clasificación única e independiente dentro del marco de la zoología—. Este portentoso y asombroso galán de la naturaleza, con sus características propias y señeras, es quien dio origen y vida a este admirable y prodigioso espectáculo que es la Tauromaquia, que hoy tristemente, una vez más dentro de su historia, es tan ásperamente atacada e injustamente perseguida, y ¿por qué?

Probablemente porque sus detractores la encuentran hoy sumamente frágil, y esto la ha convirtiendo en un blanco apetecible y vulnerable. Y es que en la actualidad  ha desaparecido prácticamente todo vestigio de verdad en lo que se hace, situación lamentable que es el origen del abandono de la gran mayoría de aficionados cansados de tantas burlas y patrañas que se dan en las plazas de nuestro país —para beneplácito y regodeo de las cínicas empresas— mencionemos también la triste  participación de un nuevo público ocasional —sin culpa propia— que está desorientado, y cínicamente mal informado —por los nefastos, acomodadizos y oportunistas paleros mercenarios— y que para su desventura, no han visto otra cosa más que este insulso y frívolo espectáculo, que específicamente se ha dado en los años que llevamos de este nuevo siglo. Además señalaremos a las empresas insolentes y sin moral, a los actores mediocres y sin compromiso con su profesión, a las deplorables y grises autoridades coludidas, sin olvidarnos jamás de la nefasta invasión de los taurinos desvergonzados y vividores, y de los paleros oportunistas, que tanto daño y menoscabo le viven ocasionando a la Fiesta; circunstancias lógicas de las que actualmente se están valiendo los detractores y anti-taurinos para continuar su tenaz lucha por acabarla.

¡Pero qué importa, hombre! si los empresarios, actores, sumisas autoridades, taurinos y oportunistas se siente muy complacidos con su conducta. ¡Ellos algún día se irán! y que la fiesta ahí ruede, porque en su momento ya obtuvieron sus dividendos. Este es el problema que nos aqueja, y siendo más realistas lo venimos arrastrando de mucho tiempo atrás, son ya varias décadas de vivir esta mediocridad que nos llevó a la catástrofe de hoy, en donde algunos nocivos y perniciosos ya se fueron, pero aquí están prestos sus relevos para dar continuidad a su nociva y negligente labor.

Todas las complicaciones llegaron con la disminución del toro; en su edad, presencia, las deshonestas manipulaciones en sus astas, pero lo más trágico y angustiante, la infausta pérdida en su casta y bravura. Es decepcionante ver tarde a tarde en todas las plazas de nuestro país, ¿qué tal en México, seguido al parejo por Guadalajara? Y como muestra reciente —ya para qué mirar más atrás— las “corriditas” nefastas, tediosas y aburridas que han programado en los dos domingos anteriores, en los que estamos viendo salir animales de escasa presencia, y carentes de lo más básico y esencial: “La Bravura”.    

Tendrán que admitirlo —¡Aunque les continúe ganado su maldita soberbia!—, son serios y delicados los padecimientos, estamos en muy graves problemas. ¿Qué acaso cuando el cuerpo humano está bajo de defensas no es más susceptible a enfermedades y que lo ataquen las bacterias? Y cuando esto sucede vamos rápidamente al doctor; nos revisa, pide que nos realicemos análisis para finalmente darnos el mejor diagnóstico, el tratamiento adecuado a nuestra enfermedad y la cura rápida y precisa, porque de no ser así podríamos empeorar e inclusive morir. Así es de fácil, ¿por qué no quieren aceptarlo? ¿Es que les tiene que ganar su prepotencia y soberbia?

Reconózcanlo, tienen a la fiesta —otra vez regreso a las minúsculas— sumamente enferma, agonizante, y todos los aficionados lo saben, pero es nulo el caso que las empresas hacen. Por ello, los aficionados y el público están cansados de asistir al espectáculo mediocre e intrascendente que neciamente continúan presentando. Es inaplazable que ya se dé el tratamiento adecuado, ¡la presencia del Toro Bravo!,  para que él “ponga a todo mundo en su lugar” y por fin se retorne al sendero único y verdadero de este asombroso y mágico mundo que únicamente lo guía, su Majestad: El Toro Bravo.

Publicado en El Informador.

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