3ª de feria en Jerez. José Tomás acabó con el cuadro

Puerta grande para José Tomás
¿Novillero?

El diestro madrileño cortó un rabo a un gran ejemplar de una magnífica corrida de Núñez del Cuvillo en su reencuentro con los ruedos españoles en una tarde lluviosa y desapacible

Por A.R. Del Moral Publicado en El Correo de Andalucía

Había llegado el día ansiado. El torero que había alentado el fugaz renacimiento taurino de la plaza de Jerez estaba dispuesto a hacer el paseíllo. El mismísimo rey emérito había descendido a las orillas del Guadalete para no perderse el evento. No importaron las dudosas entendederas de los que autorizaron una feroz manifestación antitaurina a la hora del festejo. Pero parece que hay que ir acostumbrándose a ir a un espectáculo legal y protegido entre una lluvia de insultos. Cosas de los tiempos…

Una pancarta extendida en un tendido de Sol –viva España, su monarquía y la fiesta nacional– sirvió de desagravio de la afrenta pero, una vez más, tenía que salir el toro. El encargado de partir plaza era el flamante triunfador de la reciente Feria de Abril. Padilla navegó como pez en el agua –estaba en el patio de su casa– y sorteó en primer lugar un precioso castañito al que quiso parar por tafalleras. Tocaron a banderillas y jerezano salió renqueante del primer par; marró en el segundo y volvió a fallar en el tercero. Visiblemente mermado de facultades tomó un cuarto par y resultó prendido dramáticamente. Se lo llevaron a puñados a la enfermería y la lidia quedó parada inexplicablemente con el toro cerrado en un burladero.

Finalmente salió el torero con un vendaje en la cabeza, brindó al viejo rey y se empleó en una faena animosa que no logró apurar la exigente bravura del animal. Con el cuarto, otro gran animal, tiró de artillería aunque dio la impresión de no andar en plenitud de facultades. Mejoró el tono con los palos y soltó la traca con nueve derechazos, nueve, hincado de rodillas. En la faena, como en botica, hubo de todo y hasta dos orejas al calor del paisanaje pero la gente ya estaba hablando de la pedazo de corrida de toros que había echado la familia Cuvillo.

Había llegado el turno del Divino. Su reencuentro con Jerez se selló con un segundo de preciosas hechuras al que recibió con un frito variado de verónicas y chicuelinas. El lío llegó con el capote a la espalda, esperando al toro en la distancia larga. El astado anunciaba buen aire y la cosa, a mil por hora, se inició por emocionantes estatuarios, siguió por redondos algo enganchados y explotó por naturales de otro mundo, dichos a cámara lenta. La faena había reventado por ese lado a pesar del viento inclemente. Los ayudados altos, plenos de desmayo, pusieron la firma y la gran estocada el pasaporte definitivo al rabo que cortó. Al toro le dieron la vuelta al ruedo. El quinto, más brutín y desigual no permitió reeditar el milagro aunque la cosa se animó gracias a la prodigiosa mano izquierda del madrileño que acabó toreando a placer hasta que el bicho se rajó. La estocada fue de libro.

Manzanares evocó a su padre en un quite por chicuelinas de manos bajísimas en el que se sintió más allá de la forma. El toro embestía de cine y el alicantino se mostró elegante, templado y hasta brillante pero no siempre reunido ni intenso con un animal que exigía otra apuesta, más allá de los buenos modales y los bonitos momentos. Eso sí, lo mató recibiendo con contundencia de maestro. La estocada merecía las orejas. Al salir el sexto ya había caído la noche. El astado mantuvo la altísima media del encierro. Manzanares, esforzado, anduvo en la órbita.

 Fuente: http://www.detorosenlibertad.com/?p=49416

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