¿La Fiesta en Paz? Alemán Magnani no deja la Plaza México y tampoco da la cara

Lo hemos repetido: el poder conmina a creer, sólo falta que el desempeño de los poderosos acabe de convencer.

Antecedentes. La creciente debilidad e ineptitud de los gobiernos tradicionales animó al poder privado a tomar derroteros de excesiva autorregulación respaldada por esos gobiernos, que vieron en las nuevas alianzas más beneficios personales, así fuera a costa del desarrollo, identidad y autoestima de los pueblos que pretendían gobernar.

El neoliberalismo entonces ya no disimuló su voracidad insaciable, falso libre mercado, monopolios, hiperconsumismo, inversiones extranjeras indiscriminadas, endeudamiento, autorregulación irresponsable sin sanciones –recordemos que los gobiernos seudodemocráticos son sus socios– y privatizaciones, con la falacia de que la administración privada es más eficiente. Como en los toros pues.

Este apocamiento-complicidad del Estado redujo al mínimo sus responsabilidades regulatorias en lo económico, social y cultural, dejando en manos de sus poderosos socios privados, nacionales y extranjeros, la capacidad de decisión del rumbo de los países, a costa de lo que fuera, con tal de conservar privilegios, aumentar ganancias y quebrar empresas públicas.

Para ello el grueso de las naciones latinoamericanas, incluido México, se plegó a las recomendaciones del Consenso de Washington –otro eufemismo de imposición económica e ideológica–, aumentando su dependencia y no una cooperación verdadera e iniciando la degradación o prohibición de expresiones culturales desaprobadas por ese consenso, entre otras la tradición taurina.

Estos 23 años de autorregulada, frívola y supuestamente perdidosa gestión de la Plaza México a cargo de Miguel Alemán Magnani y Rafael Herrerías Olea, sin que ningún gobierno federal, de la ciudad o de la delegación Benito Juárez se animara a meterlos en cintura, es decir, a hacerlos cumplir el reglamento taurino para justificar la licencia de funcionamiento otorgada, no permiten explicaciones claras. Extrañas cifras lo impiden y la transparencia sale sobrando.

Por eso ambos personajes, después de ser anunciados en la emisión anterior, dejaron plantados a los conductores del positivo programa del Canal Once Toros, sol y sombra,que desde sus inicios ha procurado llevar la fiesta en paz, sin molestar a nadie, sino sumando esfuerzos para que las cosas algún día cambien por sí solas y no por efectos de señalamientos sustentados y oportunos.

“Desgraciadamente nos cancelaron… No han podido asistir, Miguel ha tenido que salir al extranjero… La afición de México tiene que darle vuelta a la página, a la empresa anterior, a este tipo de cosas que nos hicieron a ustedes, a nosotros, de no venir, es un poquito como se manejó siempre la empresa no pensando en terceros, nos da mucha pena que no hayan venido…”, se lamentaban los conductores.

Y enérgicos añadían: “Redefinir el toro que se lidia en la Plaza México… desde luego no aspirar a un toro como el de Guadalajara, pero sí aspirar a un toro bien presentado… No queremos que sea el toro más grande de la república, queremos que sea el mejor toro de la república con sus cuatro años cumplidos… Pueden empezar a darse cosas interesantes en esta nueva etapa de la Plaza México con Javier Sordo…”

Pero de bravura y de señalar la responsabilidad en cuantos se despacharon durante dos décadas con su fraudulenta autorregulación taurina, nada. Así que mejor darle vuelta a la página, como en todo en este aguantador país.

Por Leonardo Páez.

Publicado en La Jornada

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