Se han cumplido tres décadas y media

Por Xavier Toscano G. de Quevedo.

Existen postulados o razonamientos, que por su contenido y grande significado están siempre presentes para recordarnos circunstancias, momentos o conceptos que nos orientan y asesoran en nuestra vida cotidiana. Son fragmentos que incluso podríamos catalogarlos como argumentos filosóficos, y tal es el caso del enunciado que a la letra dicta: “El que olvida o desconoce su historia, seguramente estará condenado a fracasar o repetir continuamente sus errores”. 

En cuántas ocasiones hemos escuchado a personas que se jactan en omitir o menospreciar todos los acontecimientos del pasado, tratando de vivir sólo su presente, sin mirar y mucho menos conceder la más mínima importancia a lo ya transitado, dejando ver claramente su manifiesta y total ignorancia.  

Siempre es y será importante el conocer y valorar los pasajes de nuestra historia y muy especialmente los de sus personajes que se han ganado con grande esfuerzo, lucha y entrega, un lugar importante y trascendental, siendo merecedores no únicamente de un recuerdo, sino que también para ser imitados por las generaciones posteriores a ellos. Así, que hoy hablaremos de uno de estos personajes cuya trayectoria e importancia en la historia de nuestra fiesta brava, deberá ser siempre recordada, y me refiero al “Maestro” Fermín Espinosa Saucedo “Armillita Chico”, quien el anterior martes, día 6 del presente mes, cumplió 35 años de haber fallecido.


“El Maestro” Fermín, es sin temor a equivocarme el más grande e importante de los toreros que ha dado nuestra patria; fue él quien mandó desde sus inicios como becerrista, caminando siempre como un privilegiado, y siendo poseedor de “el don”, ese privilegio que Dios otorga a unos cuantos, sólo a los elegidos. Nació para ser torero, y ser el mejor, el único. Nadie pudo con él, ni aquí ni en España, por ello fue que los demás toreros, ganaderos, empresarios, es decir todos, definitivamente todos, siempre le guardaron el máximo respeto y la consideración como lo que era: “El Maestro”.

Culminó su carrera el día 3 de abril de 1949, se iba Fermín, y aquella tarde decidió ir el sólo, con su astados preferidos, los que lo acompañaron en muchos festejos durante su vida torera; fueron seis de la ganadería jalisciense de La Punta, de los señores Madrazo García Granados. ¡Y El Maestro, una vez más, estuvo en Maestro!

No tuve nunca la oportunidad – hubiera sido un privilegio – de verle torear enfundado en su “terno de luces”, ni siquiera participando en un festival. Pero la vida me brindó la oportunidad de conocerlo personalmente y estar en varias ocasiones escuchando sus charlas y aprendiendo de sus sapientísimos conocimientos sobre nuestra mágica fiesta —obvio, era “El Maestro”— en los momentos que él decidía externarlos, porque fue un hombre parco y medido en hablar; ¡pero cuando lo hacía, qué deleite era oírlo!  


De toreros como él, siempre tendremos que resaltar la grandeza e importancia de su historia, es una de las columnas que le han dado solidez a nuestra fiesta. “Maestría incalculable” la de Fermín Espinosa Saucedo “Armillita Chico”, que con prestancia y seriedad e incalculable categoría, conquistó para la perpetuidad, la gloria e inmortalidad, en este sorprendente y mágico mundo que existe y vive únicamente, gracias a su Majestad El Toro Bravo.

Publicado en El Informador. 

Una respuesta a “Se han cumplido tres décadas y media”

  1. Gracias señor Toscano por hacer alusión al fallecimiento hace 35 años, del como bien señala usted, el más grande torero mexicano de la historia de nuestra tauromaquia don ¡FERMÍN ESPINOSA SAUCEDO ARMILLITA CHICO! Un servidor, sí tuvo el privilegio de verlo torear y regar sus inconmensurables conocimientos taurinos en dos alberos en festivales en: Puente de Vigas muy cerca de la ciudad de México, y en Tijuana, B. C. respectivamente.

    Así mismo, le comento que también soy un admirador del Maestro Armilla y poseo algunos libros que versan sobre su grandiosa trayectoria. Por último le informo que conozco su tumba que se encuentra en el panteón Frances de San Joaquín, a un costado del circuito interior de la capital mexicana.

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