Petardea Leo Valadez en su encerrona…

Foto Culturo Internet.


Por: Sergio Martín del Campo. R. 

El coro de ¡toro, toro! y el único actor de la función patéticamente viéndose como una frágil barca en medio de embravecida tormenta fue la más elocuente síntesis del resultado de la encerrona de Leo Valadez; esto mientras se bajaba el telón escuchándose a la vez en el viento los tres avisos, muy a pesar de la amabilidad del juez que poco caso hizo del cronómetro. 

Sería ridículo y grosero, tras la evidencia observada, el buscar elementos para justificar a un joven que durante toda la función y en el transcurso de la lidia de hasta siete utreros, no pudo trascender en una tarde que había incubado abundantes expectativas.


Los testigos del petardo fue la clientela que hizo menos de media entrada, y el escenario el viejo coso del barrio de San Marcos de la capital aguascalentense.


Para dar realidad a las acciones se liberaron de toriles siete ungulados de cinco criaderos distintos, formando finalmente un encierro de buena presencia, no sin dejar de señalar al que abrió plaza, éste con el hierro de Montecristo, cómodo de testa y escurrido de carnes, consecuencia, quizás, de sus malos pesebres. El juego de la partida fue variada, empezando con el débil aunque noble primero ya acotado, sígase con el segundo de la vacada de Los Encinos, animal fijo, de extenso recorrido que en todos terrenos embistió bien y bonito y que en el arrastre fueron aplaudidos sus despojos, continúese con el tercero proveniente de los potreros de Santa María de Xalpa, que pronto se soldó en la arena, recuérdese al cuarto de la misma dehesa, un bóvido soso aunque algo admitió el toreo, pásese por el quinto de Teófilo Gómez, igualmente soso aunque dejándose, lléguese al sexto, del hierro de Boquilla del Carmen, buen animal por el cuerno derecho, y acábese con el de regalo quemado según la marca de La Paz, un novillo bueno que aunque tendía a buscar el patrocinio de las maderas, al tomar la muleta iba tras ella con recorrido y clase deslumbrantes.


Reiteradas ocasiones señalé que el joven de Aguascalientes es un elemento que practica la tauromaquia con técnica y buen gusto, sin embargo, carece de sello y esta vez rubricó el juicio; por más que hizo la lucha durante esta tarde abrumadora de severo compromiso, no logró penetrar en las profundidades del toreo. Es inconsciente de cómo desarrollar la esencial parte sentimental y artística de tal.


De su insípido paso por el albero centenario puede anotarse en sus escasos buenos haberes la serie nítida y variada de suertes con la capa ante el primero, otra labor capotera bien ejecutada al segundo e igual catálogo de hechos con el mismo engaño ante el quinto, empero en el transcurso de su hacer con el tercero se sintió con claridad su desconexión rotunda tanto con el público como con el ejercicio delicado del toreo.


De la suerte suprema ni hablar; a cinco novillos los pinchó y se le observaron estocadas, la mayoría, de pésima ejecución y no menos mala colocación. Al cuarto se animó a clavarle banderillas, no obstante, se sintió apurado e ignorante del dominio del segundo tercio.


Todavía, al sentir muy cerca el borde del barranco en cuyo fondo se encontraba esperándolo el compacto petardo, se le alcanzó la necia puntada de obsequiar un séptimo, solo para reeditar los acontecimientos de sus anteriores adversarios. Como un robot sin alma le toreó y en comprimida diligencia de su nefasto empleo del arma al tratar de matar a los otros seis, del balcón del juez se remitieron sin remedio los tres avisos… pitos luego se desgranaron de los escaños en atención a la desilusión causada, mientras que en seguida manifestación tronaban las palmas para la buena res cuando sus despojos eran conducidos al patio de los carniceros. Ni un solo ole salido de las entrañas del público se escuchó.


Aquí la boleta técnica de esta intrascendente tarde: al tercio, silencio, silencio, oreja protestada, silencio, división y pitos luego de los tres avisos…


Publicado Noticiero Taurino.

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