El vendaval peruano 

Por Álvaro Acevedo / Foto: Carlos Núñez.

Soplaba el viento pero se calmó cuando otro vendaval, de casta y de toreo, compareció en la Maestranza bajo el nombre de Andrés Roca Rey. El chaval estuvo enorme, y no sólo fue una cuestión de valor y entrega.  El sobrero con el que protagonizó la gran faena de la tarde huyó a su querencia tras los primeros estatuarios, y el torero fue a buscarlo a su terreno para plantarle batalla. El de Victoriano atacó con fuerza pero descolgado, apuntando un fondo de clase que acabaría descubriendo el torero.

Y repitió con brío, y Roca le bajó la mano de forma soberbia,  y lo llevó con mando y poderío,  con limpieza a pesar de la brusquedad de su enemigo. Hay que ser muy buen torero para dominar esa embestida de manera tan rotunda, para atemperarla, ralentizarla, someterla. ¿Y el toro?  ¿Fue manso porque huyó hasta el tercio más próximo a chiqueros?  ¿Fue bravo porque embistió al galope, comiéndose los engaños con nervio y entrega sin volver a mirar a toriles en toda la faena? A mí, de pequeño, me enseñaron que a ese tipo de toro se le llamaba manso en bravo.

El caso es que propició una lidia llena de matices y de sorpresas. Huyó primero, atacó más tarde y se entregó al final.  Y tuvo suerte: cayó en manos de un futuro gran torero.

¿Podemos decir lo mismo del cuarto de la tarde?  Yo, particularmente, creo que el toro fue magnífico por su fijeza y obediencia a los cites y a los toques ; por su recorrido y temple; por su nobleza y ritmo.  Creo, además, que fue mucho más fácil de torear que el sobrero al que le formó el taco Roca Rey.

Y también creo que Sebastián Castella no estuvo a su altura. La faena tuvo absoluta ligazón y muletazos largos, un sinfín de derechazos y poquitos naturales, algo incomprensible pues en los cambios de mano, lo mejor de su aseado trasteo, el toro cantó que por el lado izquierdo era también de lío.  En realidad pasó lo de tantas veces: que el toro con calidad tiene bastante peligro si su lidiador carece de sello, por mucho que este público despistado aplauda ya hasta cuando los toreros piden permiso al presidente. Falló Castella con el descabello y perdió las orejas y también las formas, al no disimular su enfado cuando al animal le dieron la vuelta al ruedo en el arrastre. Por lo visto no la merecía…

Estos dos ejemplares no nos deben hacer olvidar el mal juego de los otros: bruto el primero de Castella; manso y con genio el sexto; y también manso y violento el lote de Manzanares.

José Mari les sacó más pases de lo que hubiera imaginado en una tarde en la que la fortuna le volvió la cara. Sin una vuelta al ruedo debió salir de la plaza más satisfecho que el día de las dos orejas a la corrida de Juan Pedro.

Publicado en Cuadernos del Tauromaquia

2 respuestas a “El vendaval peruano ”

  1. Hoy si que estoy de acuerdo, desde la primera a la última palabra suscribo esta reseña y me alegro porque sostuve una apasionada discusión con Olivencia, uno de nuestros contertulios del Casanova, que sostenía que la faena del peruano no era de dos orejas porque según él, el toro tardó en caer. ¡ Tócate los huevos !. Como si la ejecución de la suerte no hubiese sido a ley.

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