Obispo y Oro: La ida de Morante

Por Fernando Fernández Roman.

La noticia de la retirada de Morante me pilla descolocado. Me pilla ya de madrugada, cuando de la medianoche para adelante, en el tránsito de ayer a hoy, todo –o casi todo– lo que se tabletea en los ordenadores gira en torno al clásico.

El clásico, ya se sabe, es un partido de fútbol entre el Real Madrid y el Barcelona, por tanto, las pantallas de la televisión y las redes sociales se inundan de clasicismo y no echo cuentas de que tengo el móvil apagado, en modo recarga.

Cuando lo enciendo, pasada la una de la madrugada, un sopetón me muestra que estoy en fuera de juego.

Las redes me espetan que Morante se va. Y yo con estos pelos. Cuentan en el portal taurino Mundotoro que el torero se ha puesto en contacto con ellos para comunicar su decisión de dejar los ruedos. Cierto. Tras los primeros momentos de desconcierto y las indagaciones precautorias de rigor, me entero de que, en efecto, y ya de noche, el torero puso al citado medio de comunicación taurino un mensaje online, manifestando que le aburre la prepotencia de presidentes y veterinarios; pero ya por mi cuenta y de la fuente más directa averiguo que también le aburren otras cosas que genera su entorno profesional, además de estar viviendo una mala racha en los sorteos.

Es de sobra conocido que esto último les pasa al noventa por ciento de los toreros del común. Las rachas van y vienen, a voluntad, sin tener en cuenta a quienes afectan más directamente.

Lo que ocurre es que Morante no es del común. No es de este mundo-mundanal de los toros. No practica el arrimonismo, como recurso para justificar sus honorarios frente a los paganos del tendido. No es un torero pundonoroso, diría yo que afortunadamente. Y como ve la cosa del color de la lombarda, pues ha tomado la toalla y la ha tirado sobre la rubia arena del ring del ruedo.

Entiendo a Morante. Le entiendo ahora porque le he entendido siempre, sobre todo en los tiempos en que algunos aficionados –y la mayoría de mis colegas– proclamaban a voz en cuello que era un practicante del pingüi, un bluf en vía de extinción, un remedo malo del currismo que cautiva a ese público festivo que luce la ramita de romero en el ojal de la solapa. Muchos de ellos ahora morantean y le dan jujana sin el menor rubor.

Entiendo el hartazgo de este torero porque es un intérprete genial del arte de torear, no un funcionario que se gana el salario aplicándose a ese otro arte cisorio de cortar orejas a tutiplén, que también lo es, pero un arte menor.

Morante se va, porque así lo ha decidido en la noche del Puerto. La noche en que se le vino encima todo el viscoso contenido del vaso de la adversidad, una adversidad que, muchas veces, provocan empleados de la Administración con todo el poder, todas las atribuciones y prácticamente ninguna responsabilidad o los contubernios de clanes taurinos de endogámica rastra.

Ahora vendrán los epítetos tipo ¡pues que se vaya! ¿es que solo quiere torear los toros que le convengan?

Van a ser inevitables; pero, contra lo que pudiera creerse, a los genios como Morante les resulta particularmente enojosa la contumacia de las tardes de mal fario, a cuya gestación, por mucho que se empeñen quienes ignoran los entrebastidores del negocio taurino, son bien ajenos. No conviven bien con el fracaso.

Morante podría haber tirado para adelante y llevarse un pastón en las muchas tardes que tiene contratadas de aquí a final de temporada, pero ha tirado por la calle de en medio, que es la de la cabalidad de quien se viste por los pies.

La ida de Morante va a propiciar un descalabro en algunos abonos de las muchas ferias que se integran en el calendario de la temporada, que nadie lo dude. Ya he recibido algunas llamadas telefónicas inquiriendo la veracidad de la noticia, porque tienen que tomar posiciones al respecto.

Ahora se verá cuáles son las consecuencias de esta insólita, inopinada y drástica resolución y quiénes son los toreros que tiran de verdad de las taquillas de la plaza de toros.

Morante ha renunciado a cientos de miles de euros, voluntariamente. Se va de los ruedos –esperemos que temporalmente—sencillamente porque le da la gana. Está en su derecho. Que le vaya bonito.

Lo feo, es el panorama que les espera a los empresario taurinos y a los aficionados al arte del toreo. Otros vendrán que bueno me harán, dice el refrán. En este caso, lo dudo. Buenos toreros hay muchos. Morante, solo uno. Ahí está el quid de los efectos colaterales que va a producir la noche en que el torero de la Puebla le dio por tomar el olivo de forma inesperada.

La del Puerto de Santa María ha sido una noche triste para la fiesta de los toros. Al menos, así me lo parece.

Publicado en República

Una respuesta a “Obispo y Oro: La ida de Morante”

  1. Morante se va porque pasa POR Una mala racha y es parte de Su frustration despues del mano a mano con el Juli que salio pulverizado,el no es un torero poderoso y nesecita todos bobalicones Para exponer Su arte,ademas el public español no perdona y el hace rato que anda mal,no es un secreto Para nadie,no se puede reiventar porque no lo save hacer y ante el empuje de nuevos toreros es MAs facil decir hasta aqui y hecharle la culpa a cualquiera.

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