OPINIÓN: Malos tiempos para la muerte


El documental ‘Tauromaquia’ degrada al toro al papel de un animalillo martirizado, lo despoja de su fiereza y de su posición totémica

Por RUBÉN AMÓN.

He declinado amablemente la amable invitación de asistir al estreno oficial de Tauromaquia. Me la había cursado el Partido Animalista (Pacma) sin animosidad. Y no temía uno convertirse en objeto de escarnio ni acabar manteado —ese trabajo se hace en las redes sociales—, pero también recelaba de sumarme a un acto catártico de contrición o de conversión. Se suponía que la película debía disuadirme de mis hábitos toricidas y sanguinarios. Se me planteaba Tauromaquia como un esmerado ejercicio de realidad.

Y es real todo cuanto traslada el documental —lo he visto en la intimidad del ordenador—, pero la selección de los hechos y la tergiversación editorial contradicen la antigua ambición de la verdad revelada. Y sobrepasa la pretensión de recrear la tortura desde la perspectiva del toro. Que aparece como un animalillo desorientado, desprovisto de ferocidad, castrado de su dimensión totémica, despojado de su linaje mitológico y de toda la simbología eucarística, limitado al papel de una hermosa mascota martirizada.

Tauromaquia es un título demasiado avaricioso para una visión tan restringida. Bien sabemos los aficionados a los toros que la fiera sufre, agoniza y muere, pero la tauromaquia no consiste en una anacrónica patología social donde los taurinos evacuamos nuestra aberrante crueldad relamiéndonos con la sangre del uro, sino en una ceremonia litúrgica y atemporal que sublima el trance de la muerte (tanatos) desde el diálogo, la dialéctica, que proporciona el contrapeso de la creatividad (eros).

Y el toro no es una víctima, sino un ídolo en la noción pagana, en la devoción popular. Y la lidia no es una lucha, sino una experiencia coreográfica que hacen del toro y el torero una aspiración indisoluble. Cuando los aficionados decimos que el torero ha acertado a “reunirse” con el toro hablamos de una comunión entre la brutalidad y la estilización. Se torea despacio en la guadaña. Y la propia cercanía de la muerte —segura, la del toro, posible la del torero— extrema la relación entre la oscuridad y la creatividad.

La cámara de Jaime Alekos reduce la Tauromaquia al sufrimiento del animal. La despoja de su dimensión “agónica” en el sentido griego de la palabra. Y pretende convencernos de que el toro es obligado a luchar. Para demostrarlo, aparecen en el documental algunas escenas del cornúpeta huyendo de los engaños. También podrían escogerse otras donde aparece saltando la barrera. Comportamientos heterodoxos, fuera de la costumbre, que retratan la propia tergiversación de un documental “objetivo”.

Objetivo y para adultos. Es la primera advertencia que me he encontrado a descargármelo (legalmente). De hecho, Tauromaquia incurre en la demagogia de ponernos de espaldas la imagen de un niño que asiste ufano a un espectáculo tan monstruoso. Ese niño podría ser yo cuando me inició mi padre. Podría serlo mi hijo cuando lo inicié yo, esperando que una verónica de Morante o un natural de José Tomás le cambiaran la vida, como a mí me la cambiaron Rafael de Paula y Curro Vázquez, arrebatando a las entrañas una experiencia sublime, inexplicable, desde luego que irracional, afortunadamente irracional y embriagadora.

Urge hacer un documental alternativo que se titule Matadero, colocar el objetivo en la “realidad” de un degolladero industrial .

Estamos en los tiempos del hacinamiento y sacrificio masivo de los bóvidos, pero esta sociedad hipócrita, infantilizada, reniega, abomina, de la tauromaquia porque nos pone en contacto con un acontecimiento tan insoportable como la muerte. Y porque se permite torearla.

Deja un comentario

Descubre más desde DE SOL Y SOMBRA

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo

Descubre más desde DE SOL Y SOMBRA

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo