Sin Miguel Espinosa, el toreo nato ha muerto

Jamás heredó su tauromaquia; a la única persona que dio consejos fue a su sobrino Fermín Espinosa; hoy le realizaron una misa en la catedral de Aguascaliente.

Por Praxedis Razo.

Aciaga tarde del lunes para el toreo mexicano. Luz y frío abrazaron a Aguascalientes poco antes del mediodía, cuando la noticia de que el maestro Armillita Chico, otrora Camarón, había fallecido en su domicilio, allá en la ciudad de la feria de las ferias.

Verónica Guzmán, su exesposa, extrañada porque el gran Armilla no pasó por sus hijos para llevarlos al colegio, como todas las mañanas, mandó a un primo suyo a buscarlo, y éste fue quien descubrió el cadáver de un torero que brilló como un sol potente entre 1975 y 1996.

Heredero de un artista del ruedo, el paradigmático don Fermín Espinosa Armillita, al que el poeta Xavier Villaurrutia ya calificaba de exacto y medido en su tiempo, Miguel era la antítesis del padre. Lo que aquél dedicaba a la técnica, éste lo dedicaba a la siesta; lo que aquél construyó genialmente con base en sus limitaciones, éste lo consumió en el enigma de una tauromaquia que —a decir del cronista Pepe Malasombra— tenía en los altibajos y los contrastes su razón de ser.

Torero nato, nunca se desvivió por lo que el matador César Pastor —su coetáneo, casi hermano— considera que fue un don que Dios le había dado: su naturalidad para torear, su despreocupación ante el bicho más arduo. “Mientras todos entrenábamos, él descansaba. Él sacaba su fuerza del sueño”, dice Pastor, también maestro de la Academia Taurina Municipal de Aguascalientes.

Golfo todo él, Miguel fue un consentido desde niño, un tanto por sus dotes, que quedaron filmados por el padre admirado por su sabiduría táurica, y otro tanto por la influencia que el trabajo de don Fermín había hecho en todas las plazas del mundo. Se hace matador de toros en medio de un cartelazo sin par: Manolo Martínez le da la alternativa ante toros de Garfias, teniendo de testigos a Eloy Cavazos y José Mari Manzanares, el 26 de noviembre de 1977, en la Santa María, en Querétaro, y le confirma Mariano Ramos en la plaza México ante la ganadería Jaral de Peñas, el 18 de febrero de 1978, bajo el testimonio de Pedro Moya El Capea.

De ahí, su carrera fue pura contundencia. Poesía y danza, sus naturales bordaban oro, según testimonio de un aficionado bravo, Luis Magos, a pesar de que toda la mesa la tenía puesta, el misterio de su malogrado renombre es el que queda en el trono que dejaba el adusto Manolo Martínez al morir, en 1996.

Amo y señor de una izquierda que la afición recordará siempre con admiración, Miguel Espinosa se desatendió, y al retirarse del mundo del toro, suyo por derecho, continuando con la vida fácil que su don y nombre le otorgaron, engordó hasta no poder atravesar las barreras del callejón de ninguna plaza. De infeliz memoria será ya la tarde de noviembre de 2014 en que, en medio de la confirmación de su sobrino, Armillita IV, el respetable le pidió que se asomara al ruedo con calurosos aplausos que acabaron en risotadas al ver que la panza del Camarón lo impedía.

Banderillero de oro, casi muere en la paradoja de un rehiletazo que le atravesó el cuello, en Madrid, única ocasión en que el riesgo estuvo presente en su actuación. Sabio profundo de la muleta, se encerró solamente en una ocasión, en su ciudad natal, el 28 de abril de 1984, con seis toros de Javier Garfias.

Armillita Chico cortó rabos de algarabía a Tenor un domingo sublime de mayo de 1986 en la México, y a Vidriero, igual en el coso de la colonia Nochebuena, el 26 de marzo de 1995, también una tarde de notables pases al de lidia de De Santiago.

La última vez que este cronista lo vio andaba promoviendo las películas de su infancia taurina, testimonio de amor de su padre, que, además de su paella famosa en todo Aguascalientes, eran su último tesoro de su paso por el resplandor fugaz que le dieron los toros.

Publicado en La Razón 

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