Obispo y Oro: La bomba del bombo de Simón

Por Fernando Fernández Román.

No me gustan los azares. Me aburren los juegos puramente de azar. En cambio los juegos que precisan habilidad, precisión, valor, templanza, técnica y arte, me fascinan. Los juegos puramente de azar solo son atractivos cuando proporcionan beneficios crematísticos en abundancia, una pasta gansa que engorda el talego del jugador sin que éste haya puesto de su parte nada más que la intrepidez, la temeridad… o la estupidez. Paso, por tanto, de los casinos, de sus ruletas, de su black-jack, el bacarrá o del póker chiribito (el tapado es otra cosa), porque en su derredor se masca la mustia soledad del sobresalto, no el pálpito de la emoción. Y en esta vida, todo lo que no emociona, es pura filfa.

El maestro José Alameda escribió un librito titulado Seguro Azar del Toreo, tomando los dos primeros vocablos (antagónicos en sí mismos, Seguro y Azar) del libro del poeta español Pedro Salinas, exiliado tras la guerra civil nuestra en los Estados Unidos de América, donde murió. Un libro magnífico, como todas sus obras literarias, a través del cual Alameda se zambulle en el género de la poesía, advirtiendo en rima consonante que “entre osar y precisar/está el juego en que culmina/–no en la rígida doctrina–/la gracia de torear”.

Pues bien, entre osar y precisar se abre el abismo en que se aloja esa entelequia del Seguro Azar aludido. De ahí que la palabra suerte sea objeto del deseo en un desmedido y resobado lenguaje taurino. Se utiliza para invocar a Dios, encomendándole el título de repartidor divino, justo y omnipotente (¡que Dios reparta suerte!, se escucha en los patios de cuadrillas), para tipificar las acciones de los toreros (la suertes, en plural, pueden ser de capa, banderillas, muleta o estoque, teniendo esta última la consideración de suerte suprema de la lidia); de tal suerte, que, desde hace más de un siglo, todo esto se mezcla en revoltón y se mete entre las oquedades yuxtapuestas de dos improvisados cubrecabezas para escenificar ese acto matinal, esencial y medioprivado llamado Sorteo: la suerte de toros y toreros (aquella, salvo raro acaso, inapelable y esta, afortunadamente, inescrutable) encerradas en tres bolitas de papel, antaño de fumar y hogaño de kleenex. Cambian los tiempos, pero las costumbres, los ritos, permanecen. ¡Qué sería de la fiesta de los toros sin estos rituales, añejos y magníficos!

Ayer mismo, me llega la noticia de que el empresario (el Productor de Arte) Simón Casas va a proponer un original sorteo para la próxima feria de Otoño de Madrid. No se trata de modificar el acto protocolario y previo de la corrida de sortear los toros por lotes, sino de confeccionar los carteles sorteando a los toreros. Como lo leen.

La cosa se plantea de la siguiente forma: se eligen previamente las ganaderías que surtirán de reses a los cuatro festejos previstos para la postrera feria taurina madrileña y al elenco de toreros que participarán en ella, en la citada feria; pero esta vez, en los papelitos no estará el número de los toros, sino el nombre de cada torero. Toda una novedad y, desde luego, todo un acontecimiento que podría hasta ser televisado en directo, como las ceremonias de la Champions League.

Prepárense para presenciar esta insólita ceremonia: Ganadería, Tal y Tal: se revuelven en un bombo las papeletas y se sacan tres, con el nombre de cada torero. De esta forma, los toreros saben que torearán en Las Ventas, pero no a qué toros se van a enfrentar. Es lo que podríamos llamar el Sorteo Puro.

La cuestión no es nueva. Antaño maricastaño la empresa de la Plaza de Madrid hacía públicos los nombres de los toreros contratados para el llamado Abono de la Temporada, pero, llegando el momento…, eran los toreros quienes elegían el ganado a lidiar, al punto, que por ejemplo Bombita y Machaquito, las dos grandes figuras del interregno creado por la retirada de Guerrita, establecieron unas condiciones escandalosamente desproporcionadas (proponían, incluso, intervenir en las sustituciones de ellos mismos, llegado el caso) para enfrentarse a los toros de Miura, creando un pleito que quedó pronto en agua de borrajas; pero los carteles, como tales, se hacían en muchos casos de un día para otro, no como ocurre desde hace varios decenios, que se confeccionan las combinaciones de toros y toreros con meses de antelación, creando lo que ha dado en llamarse el sistema.

Que el sistema actual es, como poco, injusto, está fuera de toda duda. Y no lo digo porque los estratos en que anidan los toreros menos favorecidos estén en permanente rebelión. Con un sistema u otro, siempre, siempre, siempre, a las grandes citas de la temporada taurina –cada cual en su época correspondiente—acudían las figuras más rutilantes, y, a su vera, algunos nombres colaterales que “remataban” los carteles como complementos de diverso atractivo. ¡Pero aquéllas figuras mataban toros de todos los encastes!, dirán algunos. No sean ilusos: hacían “gestos” puntuales, solo en Plazas emblemáticas, pero mataban lo que embestía más y mejor en su momento, o, en todo caso, los toros que mejor se adaptaban a su concepto del toreo. Solo un ejemplo: Camino, don Francisco, fue máxima figura y pedía (lo pedía él, no se lo imponían) el encaste santacoloma de Buendía o Bartolomé, porque los entendía como nadie y triunfaba con ellos como ninguno.

Pero volvamos a la apuesta del Sorteo que propone Simón Casas para esta feria de otoño de Madrid. Lo suscribo. Totalmente. Es más, ya lo apunté con ocasión de una larguísima feria de San Isidro, compuesta por una ristra interminable de nombres… y los empresarios de entonces (hermanos Lozano) lo tomaron a broma. ¡Eres un cachondo!, me espetó Eduardo, entre conciliador y sorprendido. En esta ocasión, parece que va en serio, que Casas, una vez, más, se ha adelantado a los tiempos y ha marcado una pauta que no deja de ser apasionante. Lo malo es que las figuras –salvo sorpresa morrocotuda, ¿Talavante, quizá?—están en fuera de juego, de este juego de Seguro Azar que también, estoy seguro, hubiera hecho las delicias de José Alameda: se sortean los nombres de los toreros que habrán de enfrentarse a los toros de una determinada ganadería, sea cual fuere su encaste, su vitola, su reciente trayectoria, incluso su leyenda… Podría ocurrir que la más apetecida (quizá Victoriano del Rio) cayera en manos de los tres toreros con menos poder de exigencia, y viceversa.

Premonición estrictamente personal: es muy probable que algunos toreros denominados “artistas” demostrarían tener más agallas –y más recursos, arte incluido– que otros que presumen de esforzados batalladores, y que algunos de estos desfavorecidos darían el cante (no grande, precisamente) ante toros de bandera. A muchos –de uno u otro signo, para bien y para mal– se les vería el plumero.

¡Mira que si la experiencia prospera, se traslada a las demás Plazas y ferias (la de San Isidro, incluida), activándose la traca que, a la vez, desactive el actual y considerado maligno sistema! El Seguro Azar de esta bomba del bombo que prepara Simón ya tiene la espoleta a punto. Como la tire y acierte, ¡sería la leche!…

Publicado en La República

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