De toros y escuelas

Por Rafael Duarte.

El recuerdo es mala baraja para jugar. Me vino la nostalgia del olor a zotal, de Antonio Pérez, director de la Escuela y matador de toros antes que Ruiz Miguel, de Juan Alonso, de Pacheco, de aquella vieja tauromaquia de tapia y matadero.

Me fui a la novillada de septiembre con la intención de recordar entre los muros, los carretones, el desolladero, la cuadra de caballos. Era mi infancia. Contribuía también lo del ganado, procedente de Camacho, que con el nombre de Víctor Collín Ruiz de Villa, lidiaba en San Fernando. El Trueno, Platerito, Manuel Ruíz Paquiqui II, Antonio López El Talega, Jacinto Cano, el Barri, Joselito…La memoria grita contra el olvido. Me las prometía tan felices que sólo quiero recordar lo positivo. Salieron los Camachos un poco pidiendo documentos, es decir escuela, y destaco el que todos hubieran dejado estar delante a todos, si el ayuno de técnica no fuera tan evidente en algunos.

En el tendido Manolo Martínez y María, Pepe Núñez y Carmen Sainz de la Masa, Fátima Vidal, nueva novillera isleña. Rafael Romero Coto, taurino entendido, que recuerda conmigo la angustia del peligro en el que estuvo alguno. Carlos Muñoz García, Boni, fue el mejor. Ligó con ambas manos templadamente y maneja, con lo difícil que es, los toques y distancias. Y la puesta en escena. También estuvo bien, pero con altibajos en las tandas, Francisco Delgado. Y Álvaro Domínguez con el capote. Con los palos Chamaqui y Pacheco.

Pero salí con mal sabor. Con la espada casi nadie mataba. Con Rafael Romero Caro estuve de acuerdo en que si supieran utilizar el carretón, el tirarse a volapié, hubieran matado con más acierto.

Apoyo a estos jóvenes que eligen profesiones arriesgadas y artísticas. Me consta que hay más alumnos que aún no se han visto, como Antonio Serván. José Antonio Campuzano enseñó a Roca Rey a matar con ayuda de una silla de las que hay en los comedores. Tirarse a volapié y meter el brazo sin que te tropezara el respaldo.

El miedo es eso que te dice internamente que no te pongas donde sabes que te tienes que poner. Fue Ortega, el pensador, no el torero, el que dijo que lo terrorífico del toro es su capacidad de pensar en estado de ira. Lo contrario que el hombre. El miedo se gana a golpes, puntazos, cornadas, cuando uno no entiende el carácter del toro. El maestro Antonio Fernández, quien también dirigió la escuela, intuye la res desde que desembarca. Y va diciendo, terrenos, distancias, alturas, profundidades, querencias…Si el que torea sabe escuchar hará una faena completa y maciza. Y encima sabrá tirarse a matar.

Yo les deseo a todos los integrantes del cartel la mayor suerte del mundo. Disfrutar de su arte como disfruto del cante de Julia Medina Martín, en Operación Triunfo. Rafael Ortega, el as de espadas, decía, que si el toro lleva la cara alta en el cruce te tapa la muerte. Porque con la Izquierda hay que torear, no dar un mantazo. Y al cruzar salir por el costillar, el ángulo inmortal que dijera Sánchez Ferlosio. Y llevar el toreo en el corazón.

Publicado en El Diario de Cadiz

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