Bregando: El cliente nunca tiene la razón

Por Jaime Oaxaca.

El miércoles 20 de octubre de 1887, dice Paco Ignacio Taibo I en su libro Los toros en el cine mexicano (1987), llegó el cine taurino a México. El Cinemátógrafo Lumiere fue instalado en la calle de Plateros ubicado en el centro de la ciudad de México.

De las ochos vistas que se proyectaron, tres fueron de toros. Llegada de los toreros a la plaza de Madrid. Corrida de toros número 1. Corrida de toros número 2. Los documentales fueron filmados por A. Promio quien trabajaba con Louis Lumiere.

Vaya que el cine ha evolucionado. Quienes viven de ese espectáculo jamás han permitido que el interés decaiga entre los cinéfilos al grado de hacerlos partícipes de los peligros que se ven en la pantalla.

Hace unos días asistí al cine. Independientemente que el argumento es medio bobo, la gente se emociona porque es exhibida en 4D, cuarta dimensión, se le dice.

Más nos vale a los que no somos asiduos a la salas nos avisen de qué diablos se trata.

Las butacas se zangolotean como si se tratará de un sismo, la idea es sentir que uno es parte de lo que sucede en la pantalla, aunque todo sea irreal no es común sentarse en algo que se mueve, en momentos claves sopla un viento helado que da en la cara y en la nuca de los espectadores, hay flashazos, si el tema lo requiere hasta salpican agua dentro de la sala.

¡Caramba! Todo lo que hacen el cine hace para que la gente siga asistiendo a las salas, les ofrecen novedades para sacarlos de su casa, que no se queden en el hogar mirando una película por Netflix o YouTube.

Es evidente que la gente asiste poco a las plazas de toros, no existen atenciones para los aficionados y, a veces, ni siquiera hay publicidad de las corridas.

Quienes somos aficionados a las fiesta brava no envidiamos nada del vaivén de las butacas, eso se sustituye en una plaza portátil cuando no están bien ensamblados los asientos, en los cosos al aire libre se llega a sentir la llovizna viento y hasta aguaceros como si estuviéramos en el Poseidón. Ya en serio, vibrar interiormente, emocionarse, tener miedo, disfrutar el arte, sentir que el corazón se encoja, emocionarse, eso se logra en el toreo, eso sí es otra dimensión. La sangre, el peligro, la muerte, todo es real, auténtico. Ahí no se mueren de a mentiritas, todo es de a de veritas. Es emocionante ver a dos seres vivos enfrentándose, a sabiendas que uno de ellos va a morir.

Eso sí, el torero tiene que lidiar un toro auténtico: bravo, con trapío, con la edad mínima de cuatro años, para que la heroicidad de los diestros no sea ficticia.

Si el toro sale bueno o malo, digamos que, no es culpa de nadie. Pero cuando el burel no tiene trapío ni la edad requerida, entonces están engañando a los que compraron boleto, los aficionados fueron defraudados y no es raro que suceda.

Imagine el lector que algún aficionado se quejara con el empresario porque no le dieron lo que le ofrecieron en el cartel, que solicitara la devolución de su dinero o que le repusieran el boleto para la siguiente corrida.

¿Qué pasaría?

Todo mundo, empresario, toreros, ganadero, inclusive otros que también pagaron boleto, se burlarían del supuesto aficionado. Si ya te dieron un palo, te aguantas, calladito te ves más bonito.

No fueron las butacas que se mueven y toda la parafernalia lo único especial del cine, fue otra cosa lo que me impactó.

Fui testigo cuando una mujer, de unos treinta y algo, habló con el gerente al terminar la función. Sin pleitos, ni amenazas de por medio, siempre en buenos términos, la dama en cuestión mencionó que el movimiento de efectos especiales no fue constante, que en otros cines si lo es.

El gerente bien pudo mandarla a volar o justificarse con cualquier pretexto, no creo que sea culpable. Lejos de hacer eso, el hombre se disculpó, le pidió a la señora que le mostrara los boletos de entrada, ella enseñó cinco boletos. Se los canjearon, le dieron cinco pases para asistir, en un lapso de un mes, a la función que quiera. Gentilmente me permitió fotografiar el testimonio.

Casi igualito que en los toros, pensé.

¡Si Chucha! En la tauromaquia el cliente nunca tiene la razón.

Publicado en El Popular

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