Obispo y Oro: El ‘Sistema’

Sistemáticamente juntos pero separados.

Por Fernando Fernández Román.

Desde la tarde de Zaragoza, en la que Padilla dijo adiós a los toros –adiós a su actividad taurina, se entiende—hasta el día de hoy, primer domingo de noviembre, cifran tres semanas justas. Tres semanas que me he tomado de relax para combatir el chuchaqui (expresión utilizada en la América latina para nombrar a la resaca), que siempre provoca el final de una temporada de toros en España. O en Europa, que dicen los puntillosos, sin tener en cuenta que en Francia y Portugal se apagan las corridas al mismo tiempo que en nuestro país. Con independencia del adelanto de la hora, cuando en la soledad de las Plazas se desploma el silencio de los inviernos –que diría José L. Herrera–, se hace de noche en seguida. Es la noche fría y triste de las canales, como motejaban a este tiempo los antiguos banderilleros y picadores que no hacen las Américas. Un tiempo del calendario, durante el cual, el noticiero taurino se muestra famélico, por mucho que queramos darle cancha –y habrá que dársela, faltaría más– a lo que ocurre más allá del Atlántico.

Durante este período de laxitud deliberadamente buscada, he prestado, empero, suma atención a la erupción súbita del pequeño volcán que ha provocado en algunos medios de comunicación, ligados o no a la información taurina, la sorprendente retirada de los ruedos de Alejandro Talavante, anunciada vía Twitter nada más arrastrarse el último toro de la citada corrida que cerraba el ciclo pilarista. Una retirada “por tiempo indefinido”, según rezaba el tuit en cuestión. He leído y escuchado comentarios de todo tipo, pero la mayoría haciendo hincapié pertinaz y demoledor en torno a la figura de Antonio García Jiménez, más conocido como Toño Matilla, hombre joven, de esotérico proceder, ovillo en que se arrebujan casi todos los hilos de los gremios taurinos –solo le falta torear– y aglutinante principal de la olla que borbotea al calor que aporta la fiesta de los toros de nuestros días. Según los datos que se exhiben en cadenas de radio, periódicos y revistas, es, pues, Toño Matilla, el capitoste de un conglomerado entretejido al margen de los ruedos, extremadamente lesivo para la Fiesta. Dicho de forma más burda y temeraria: es el capo del “sistema”. Y, además, el culpable del adiós misterioso de una gran figura del toreo actual.

Por delante: he repetido en múltiples ocasiones –siempre que ha salido a colación el tema—que me parece una barbaridad, una deslealtad y un despropósito que los empresarios taurinos sean, a la vez, apoderados de toreros. Los suscribo una vez más. Creo que se produce un conflicto de intereses que va en detrimento de la libre contratación, produciendo, a su vez, la injusta minusvalía de los méritos de otros toreros, logrados en el ruedo frente al toro; y, sin embargo, en la actualidad, la escalada de empresarios-apoderados se ha desmadrado. Ningún empresario que tenga en su mano la gestión de Plazas importantes, incluso de primerísima categoría, quiere quedarse rezagado del invento. Y es esta una turbiedad que desampara, perjudica y desalienta a las posibles figuras del toreo de un inmediato futuro y, por supuesto, a los aficionados. Dicho queda, para despejar cualquier duda a este respecto.

La cuestión, desde luego, no es tan fácil de de erradicar, porque choca frontalmente con los derechos fundamentales que recogen los artículos 35 y 38 de nuestra Constitución, según los cuales, todos los españoles tienen el derecho al trabajo y a la libre elección de profesión u oficio, reconociéndose la libertad de empresa en el marco de la economía de mercado. Así es, aunque no guste o no se admita de buena gana cuando de cuestiones taurinas se trata.

Toño Matilla tiene un gran poder, porque ha conseguido reunir en torno a él a una baraja de toreros importantes –unos más que otros–, controla el campo bravo de pe a pa, tiene tres hierros de ganado de lidia, ha adquirido fincas y latifundios, en propiedad o en arriendo, dicen que a buen precio –eso sí, sacando del atolladero económico a no pocas ganaderías—y está metido en la organización de festejos taurinos hasta la maza, porque cada vez tiene más Plazas en su regazo. ¿Es esto lícito? Por supuesto. Y el que sea capaz de demostrar lo contrario que se vaya a los tribunales, o al cuartelillo de la Guardia Civil. ¿Es bueno para la Fiesta? No. Cualquier masificación que tienda al monopolio coarta la imaginación y limita la libre competencia. Lo contrario de lo que, se supone, es el ejercicio de la Tauromaquia.

El “caso” Talavante, desde luego, cayó como una cornisa que se desprende del alero de un tejado: de forma inesperada y peligrosamente dañina. Todos estábamos pendientes de una aclaración pronta y convincente de Alejandro, porque este es un torero extraordinario, diría que excepcional. Una de las figuras más pletóricas de la actualidad. A botepronto, la pregunta primaria es ¿por qué?; pero muy pronto se supo que la cuestión subyacente era puramente económica. ¡Ah, la pasta!, ¡Como perturba y bastardea aquello que en un principio pareció pura y sana rebeldía! Digo esto con las debidas precauciones, puesto que todavía no se conoce la versión del torero y sí la del empresario-apoderado-ganadero-y no sé qué cuantas cosas más. Matilla, por el contrario, ha dado pelos y señales –números y nombres—del por qué de la discrepancia, asegurando con plena convicción de que el dinero y nada más que el dinero fue el causante del plante de Talavante. Las cifras, desde luego, llaman la atención. ¿Será verdad que el caché que pedía Alejandro por torear en Madrid ascendía a 255.000 € por tarde? De momento, nadie lo desmiente; todo lo contrario, el empresario de Las Ventas, Simón Casas, lo confirma casi al pie de la letra. Por tanto, mientras no haya una respuesta taxativa y contundente al respecto, me van a permitir que me haga a un lado. Me apereza el tema. También lo he repetido muchas veces: cuando la cosa crematística, la pasta gansa, entra en juego, no me pete meterme en este tipo de disquisiciones. ¿Quién soy yo para ponerle tasa a quien se juega la vida para que el consumidor –el público—se sienta confortado sobre el asiento de un tendido? La otra pregunta, la secundaria, es: ¿si se hubiera alcanzado el caché exigido, se hubiera apartado el torero de la “cuadra” de su apoderado?

Es el “sistema”, dirán. Este “sistema” eversor y torturante que provoca vetos e impide la floración de nuevos valores; el “sistema” que tiene a todos los estamentos de la Fiesta (público incluido, por supuesto) comiendo en la palma de la mano. Es posible que sean así las cosas; pero también es conveniente que se repase la historia del toreo y del empresariado taurino.

Cuando todavía no había nacido el abuelo del Matilla actual hubo empresarios que vetaron a toreros. Sin ir más lejos, a Belmonte le vetó el vasco Sabino Ucelayeta por no comparecer en una corrida contratada en San Sebastián, yéndose a Bilbao, el mismo año (1915) que Joselito vetó a Gaona en sus carteles. Así era el “sistema” de entonces, como antes lo fue el “sistema” de Guerrita con sus altaneras exigencias, y después, cuando Eduardo Pagés inventó el “sistema” de las exclusivas con El Gallo y Belmonte. Más tarde, en fin, el “sistema” de acaparamiento de corridas y elección de toros se fijó en torno a la figura lánguida de Manolete, vía Camará… etcétera, etcétera, etcétera. ¿Será por “sistemas”?

El “sistema” actual se funda en la concentración de poder que se acumula en la representación (representación, sí; apoderar es otra cosa) de varios toreros instalados en la órbita de tres o cuatro empresarios, que acuartelan en sus castros a los más atractivos para el público. La diferencia está en que, en este tiempo, los toreros están bajo la égida de los empresarios y no a la inversa.

En la fiesta de los toros, todos los “sistemas” son susceptibles de mejorar o enderezarse, para bien del aficionado, que es quien garantiza el negocio del empresario y redunda en el salario de los toreros; pero, sobre todo, es el que garantiza la pervivencia de la Fiesta. Una posible solución pasa porque los propietarios de las Plazas (especialmente las de propiedad pública) exijan en los Pliegos que optan a la gestión empresarial la condición de dedicación exclusiva, inadmitiendo cualquier otro devaneo y vigilando posibles delegaciones o testaferros. ¿Estarían dispuestos a ello Diputaciones, Ayuntamientos o Comunidades Autónomas?

Asaltados por tantas incógnitas, lo sensato parece no hacer demagogia. No le den vueltas: Como llegara un desconocido –un “antisistema”– y formara un alboroto tras otro, ya verían cómo el “sistema” se conmociona, se tambalea. Por cierto, Talavante, que ha pululado por dentro y por fuera de “sistemas” de diversa índole, fue uno de esos desconocidos que se reveló de novillero en Madrid y, sin cortar orejas, puso en pocas horas a cavilar a todos los empresarios. Planta quieta, cabeza fría, toreo ceñido, novedosas formas y emotivo concepto; ese es el mejor sistema para acabar con desajustes, injusticias y afrentas varias. Y el toro. El toro serio, encastado, bravo y fuerte. Verán cómo nadie se acuerda de Matilla. Para nada.

Y dicho todo esto, un ruego: Talavante, vuelve. Por favor.

Publicado en La República

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