El torero que habla con los muertos y escucha reguetón

Roca Rey luce abrigo de Boss Man y camiseta Guess Jeans. Papo Waisman.

Tiene 22 años, escucha reguetón, se inspira en la vida de Muhammad Ali y cada tarde se juega la vida delante de bestias de 600 kilos que en todo momento podrían partirle en dos. Siendo niño, no hace tanto, el peruano Andrés Roca Rey soñaba con ser figura del toreo. Hoy es el número uno y la gran esperanza de los aficionados a la hora de salvar un arte en declive.

Por Iñigo Domínguez.

EL MUNDO de los toros vive un rejuvenecimiento inesperado, un fervor desconocido como en los buenos viejos tiempos gracias a una nueva figura, Andrés Roca Rey, cuando quizá llegaba a temer que no iba a ver otra. Otra estrella del toreo que renovara en el aficionado el entusiasmo generado por los últimos grandes —en especial José Tomás— , en un entorno adverso y de franco declive de la fiesta. Pero Roca Rey la ha levantado. Es una revolución que vuelve a llenar plazas y la fórmula del éxito es una mezcla insólita de lo antiguo —en su estilo y su carisma— con lo distinto y lo nuevo, porque es un torero peruano con logotipo propio y 106.000 seguidores en Instagram. También aguanta con profesionalidad y sin rechistar tres horas de sesión de fotos cambiándose de ropa, y tiene un concepto y una conciencia de la imagen que resultan inéditos en el ambiente taurino. Dicho de otra forma: no parece un torero. Se lo toma como un actor o un futbolista famoso. Aunque lo cierto es que en América le esperan multitudes en el aeropuerto como a las estrellas del deporte. En Perú le reciben el presidente del Gobierno y el Consejo de Ministros con una cena de honor. Recorre las calles en un autobús descapotable.

Desde pequeño quiso ser lo que es: número uno del toreo. El maestro José Antonio Campuzano le vio torear en Perú con 10 años y supo que el chaval tenía algo.

Roca Rey es un joven de 22 años que escucha reguetón, se inspira en la biografía de Muhammad Ali para no rendirse nunca y, el día que salió por la puerta grande de Las Ventas, en abril de 2015, hizo la señal de los cuernos con la mano como en un concierto de rock. Ese gesto, que emulan algunos de sus admiradores, tiene una historia. Con 16 años compartía piso en Sevilla con su hermano y un amigo. Eran tres novilleros que empezaban y vieron una película británica, RocknRolla, de Guy Ritchie. Les gustó una de las frases. La idea del éxito del protagonista no era tener dinero, fama, esto y lo otro: quería el pack completo. “La película no tiene nada que ver con los toros. Pero era esa idea de quererlo todo, y conseguirlo todo. Justo antes habíamos hablado de nuestro sueño de abrir la puerta grande de Madrid, que era todo para nosotros, e hicimos un pacto: el que primero saliera tenía que hacer el gesto”. El primero fue él.

Pero no solo es el primero de aquellos tres amigos. Ya es el número uno. En la última temporada que acaba de terminar ha toreado 55 tardes y ha cortado 88 orejas en España. Roca Rey quería ser lo que es, el número uno, desde pequeño. Lo sorprendente no es tanto que lo haya conseguido, sino lo claro que lo tuvo. Eso explica en gran parte por qué lo consiguió. En su trayectoria hay una lucidez anómala, temprana, para querer ser matador, junto a una especie de inocencia infantil que, asombrosamente, aún no se ha extinguido. “Cuando me preguntaban qué quería ser de grande, era lo que yo quería ser, torero. Pero a esa edad no veías la seriedad, ni el peligro, ni el esfuerzo…”. ¿Y qué es lo que veías? “A mí lo que me gustaba del toreo era la entrega, los toreros llegaban muy bien vestidos, peinados, y después de la corrida salían manchadísimos, sucios. A mí eso me encantaba”. El pequeño Roca Rey, con cinco y seis años, jugaba a los toros en su casa con un ritual: se peinaba, se acicalaba, inundaba el jardín de agua hasta que lo llenaba de barro, y se lanzaba a torear de mentira hasta lograr salir sucio y con el pelo alborotado. Entre la disposición inicial y el resultado final se encierra su idea del toreo. “Ahí veías la elegancia y la entrega”, recuerda de aquellos toreros que de niño veía salir embarrados de la plaza.

La primera vez que toreó fue con siete años: su regalo de cumpleaños. No fue precisamente una sorpresa. Su familia ha estado siempre vinculada a los toros, con ganaderos y empresarios, su hermano también es torero, y él llevaba pidiendo ese regalo desde pequeño. Hasta que un amigo de sus padres, el ganadero Rafael Puga, accedió para que no insistiera más. “Y ese día me echaron una becerrita. A partir de ahí era como un juego”, recuerda. Ya entonces se le metió una idea en la cabeza: ir a España. Siempre lo andaba diciendo, que un día se iría a España para triunfar como torero, como quien dice que quiere ser astronauta. “Desde chico quería estar aquí”, relata durante esta conversación en Madrid. El maestro José Antonio Campuzano le vio con 10 años en un pueblo peruano y supo que aquel chaval tenía algo. A esa edad, 10 años, mató su primera res, y debutó en público con 11. Campuzano le dijo lo mismo: para ser una figura, pero una figura mundial, tenía que ser en España.

Con 14 años llegó a Badajoz, a pasar dos meses de verano, el invierno ecuatorial, en casa de un ganadero, Miguel Moreno, que se había ofrecido a hospedarle. Vivió con una familia de picadores y dio clases en la Escuela de Tauromaquia de la Diputación. Extremadura también forma parte de esta nueva revolución del toreo, pues se ha convertido en un vivero de figuras. “Vine a entrenar para conocer el mundo taurino, mis papás no me querían mandar un año entero. Querían ver si me arrepentía, comprobar lo duro que era”. No se arrepintió. Pero sí le dolió lo duro que era. Pasó dos veranos a las órdenes de su mentor, Campuzano, y para entonces ya había toreado en media América: Perú, México, Colombia, Ecuador, Venezuela. Al año siguiente, con 16 años, ya llegó a Sevilla para quedarse, sin pasaje de vuelta. “Mi papá me puso muchísimas pruebas a ver si me arrepentía. El día que me iba apareció con capotito y una muletita, con las que toreaba de chiquitito, y dijo: ahora que tú no vas a jugar, que no vas a vivir en la casa, qué vamos a hacer con esto. Me fui al baño a llorar, me di cuenta de que me iba para siempre. Pero era mi sueño, mi compromiso conmigo mismo, e iba mucho más allá del sufrimiento de ese momento”. Su madre lo pasó muy mal, no fue al aeropuerto a despedirse. A Andrés se le quedó grabado el adiós de su hermano. No le abrazó, le alargó la mano: “A partir de ahora te vuelves un hombre, mucha suerte, torero”. Y se metió en el avión.

Para un chaval que empieza, el mundo del toro es duro. Pero lo es aún más para un extranjero en un país desconocido, y Roca Rey lo fue conociendo realmente desde abajo, desde los campos, los tentaderos de pueblo, las capeas en provincias. Pasó momentos difíciles, nadie le conocía y no le salían novilladas. Estaba completamente fuera de lugar; lo normal en un chico de su edad de clase media peruana hubiera sido estudiar, hacer una carrera. Sabía que iba contra el plan previsto para él, solo siguiendo su propio sueño infantil. “Ahorita estaría estudiando, sí. Creo que tomé la decisión más bonita de mi vida. Gracias a Dios ahora mismo puedo disfrutar de mi profesión y sentirme torero”. ¿En qué momento de su vida está? “Estoy en un momento bonito. Estoy siendo feliz toreando”.

La verdad es que en su biografía de cuento todo va encarrilado desde el principio. Sus primeros éxitos como novillero fueron en Ciudad Rodrigo y Ledesma, en la provincia de Salamanca, y en Arnedo, en La Rioja. Ganó concursos y acabó su primera temporada siendo ya muy conocido. El año siguiente, 2014, ya debutó con picadores en Francia y su fulgurante ascenso culminó en 2015, cuando abrió la puerta grande de Las Ventas y salió a hombros de la Maestranza y de Vista Alegre, en Bilbao. También el día de su alternativa en el coliseo romano de Nimes. En la temporada que acaba de terminar se ha consagrado, con una progresión imparable en la que cada tarde es mejor que la anterior. Y lo que más entusiasma a los entendidos es el infinito margen de mejora que le pronostican.

El día que se fue de Perú a España se encerró en el baño a llorar. Su madre no fue a despedirlo. Su hermano le dijo: “A partir de ahora te vuelves un hombre”

Roca Rey conserva intacto el sentido escénico que le atrajo en la niñez, y se le nota en la cuidada teatralidad que despliega en la plaza, donde este chico exquisito y humilde se transforma en un torero de carisma casi arrogante. Le gusta una frase que leyó una vez: el toreo es un teatro donde pasan cosas reales. “El vestirte de torero es un ritual. Desde que te levantas por la mañana, es más que nada una forma de evadirte de todo. Los días de torear me gusta estar solo, o con una persona con la que me sienta bien. Para torear, expresar tus sentimientos y exponer tu vida haciendo eso, hay que evadirse un poco de las cosas. Necesito estar solo. El traje ya implica una seriedad. Ponerte el traje no significa que te lo pones, te vas a la plaza, toreas y te vas. Cuando tú te pones el traje ya empieza todo, no estás seguro de si te lo vas a poder quitar con tus propias manos. Son momentos muy especiales, muy delicados, y tienes que hacerlo con concentración, con la intención de entregar todo, hasta tu vida si hace falta”.

Roca Rey, que ha visto morir a cuatro jóvenes toreros amigos suyos en estos años, habla con los muertos, lo cuenta con naturalidad. “Creo en la energía que deja en el mundo la gente que se va. Muchas veces le pido por algo a mi abuela, o a algún familiar o amigo que se ha muerto, y me siento fuerte. Se transmite la energía que han dejado”. Además de sentir cerca la muerte, ¿sientes la cercanía de los muertos? “No sé si siento la cercanía, pero me siento seguro pidiéndole a ellos”. También se siente cerca de un torero revolucionario, Joselito El Gallo, que murió con 25 años por una cogida, en 1920, siendo uno de los más grandes de la historia. Roca Rey no tiene grandes supersticiones: vestirse por la derecha, una pulsera morada. Su evasión del mundo antes de salir al ruedo continúa en una plaza llena de gente, donde se siente solo en medio de la arena. “Delante del toro te abstraes, en los momentos más especiales, cuando te encuentras de verdad bien contigo mismo; luego obviamente hay un público, y quieres tenerlo feliz, pero justamente para eso tienes que estar metido en ti mismo. Si intentas simplemente agradarles, no estás de verdad. Hay que intentar sentirlo para que ellos lo sientan”.

Cuando supera el trance, terminada la corrida, cuenta que se siente más vivo que nunca y entonces le gusta regresar entre los vivos, estar con las personas que quiere. Come y devora, porque tiene 20 años y un desgaste físico brutal. “Me dicen: ‘¿Pero no estás cansado?’. Cómo voy a estar cansado, si es cuando más vivo y más feliz me siento. Me gusta disfrutar cada momento, minuto a minuto. No me gusta mucho pensar en de aquí a un tiempo. Si estás un día toreando, y mañana toreas, hay que pensar en el día de hoy, si no, no podrías exponer, no podrías arriesgar y pasarías mucho miedo”. A Roca Rey le han dado ya muchas cornadas, y dicen los buenos aficionados que en la temporada anterior se pasaba mucho miedo viéndole, por lo que arriesgaba. Pero este año no, ya domina majestuosamente la situación. “Siempre estás en peligro, porque el toro en cualquier momento cambia de opinión y va a por ti. Es un animal que mata”.

Al hablar de su oficio, repite dos palabras: verdad y pureza. “En la profesión y en la vida me gusta ir siempre por derecho, seguir mi línea, no me gusta traicionarme a mí mismo, ni a mi concepto de la vida y del toreo. Dicen que toreas como eres, y es verdad”. Roca Rey es torero todo el rato. A la hora de marcharse, agarra el capote de la sesión de fotos y no se resiste a dar unos pases, gira en círculos absorto, aunque está en un aparcamiento subterráneo del centro de Madrid.

Una respuesta a “El torero que habla con los muertos y escucha reguetón”

  1. Roca Rey ha llamado la atención y despertado el interés en el aficionado a la fiesta brava, que se encuentra en un momento difícil, su talento y cualidades para ser la figura del toreo que es, son innegables, y su juventud es una esperanza de que no hemos visto el techo que tiene como torero aún.
    Esperemos lo respeten los toros, y al mismo tiempo, siga teniéndole el respeto al toreo y al aficionado que ha mostrado, el cual algunos de sus compañeros de profesión han perdido.
    En México quisieramos verlo con las mejores ganaderías y toros bien presentados en las plazas que se presenta, y en cuyos tendidos poco a poco se está forjando una afición que le será fiel en la misma proporción en que continúe con esa entrega y actitud.
    Será que estamos ante el próximo mandón del toreo? Al tiempo.

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