La previsibilidad, la autenticidad y la afición, reflexiones taurinas para 2019

Pega de Forcados. Foto La Plaza México.

“Mientras haya una afición que reivindique su libertad, la fiesta seguirá viva”.

Por Antonio Lorca.

El autor de la frase es François Zumbiehl, reconocido intelectual francés, aficionado a los toros, autor de varios libros taurinos y una de las voces más autorizadas en defensa de la tauromaquia como patrimonio cultural inmaterial.

Él fue el protagonista de este blog el pasado 8 de julio, y en su profunda reflexión sobre el sentido actual de la fiesta dejó otras perlas que, como la primera, pudieran sonar a epitafio o, mejor aún, a necesidades urgentes si se quiere evitar la desaparición más pronto que tarde del espectáculo.

“Habrá toros, -insistió- “mientras la comunidad de aficionados valore lo que tiene entre las manos, exprese sin miedo su voz y defienda el respeto a la diversidad cultural en el caso de que se convierta en una minoría”.

La Feria de Abril de Sevilla confirmó el cambio de ciclo de la tauromaquia.

“El toreo se encuentra en una encrucijada y puede desaparecer si se convierte en un espectáculo previsible”, añadió en otro momento.

“El riesgo de que la tauromaquia se desvirtúe y pierda su autenticidad es más grave para el futuro que todos los ataques externos”, concluyó.

Acaba el año 2018 y con él una temporada que ha dejado recuerdos y preocupaciones; recuerdos para olvidar muchos de ellos e imborrables otros, y un amplio bagaje de inquietudes, de esas que merecen una atención prioritaria si se pretende de verdad evitar el desastre.

Podría aventurarse que el año se ha cerrado con esperanzadoras noticias.

A saber:

– El Tribunal Constitucional ha tumbado la ley balear que desvirtuaba por completo la corrida de toros.

– Paco Ureña ha anunciado su vuelta a los ruedos tras perder el ojo izquierdo como consecuencia del fatal pitonazo que sufrió el 14 de septiembre en la feria de Albacete.

– El ministro de Cultura ha declarado que el Gobierno no piensa prohibir los toros.

– Los partidos políticos han mostrado cierto interés por la fiesta a raíz del sorprendente resultado de las elecciones andaluzas.

Pero el año ha dado para mucho más. Ahí quedan el insultante poderío del joven Roca Rey, protagonista sobresaliente de la temporada; el indulto del toro ‘Orgullito’ y el triunfo de El Juli en la Feria de Abril; la despedida con todos los honores del siempre heroico Juan José Padilla; el éxito incontestable de Talavante en San Isidro y su posterior retirada de los ruedos; el rabo que cortó el rejoneador Diego Ventura en Madrid; la positiva sorpresa de los bombos que decidieron los carteles de la Feria de Otoño; la puerta grande incontestable de Diego Urdiales en ese mismo ciclo, y la esperanza para el futuro que suponen toreros como Emilio de Justo, Pepe Moral, Pablo Aguado, Octavio Chacón, Fortes, José Garrido, Álvaro Lorenzo, Ginés Marín, Román, Manuel Escribano, Javier Cortés, Juan Ortega…

La labor de la Fundación del Toro de Lidia es tan respetable como discutible y mejorable.

También ha habido sombras y muchas.

La feria de Sevilla confirmó el cambio de ciclo de la tauromaquia, de modo que el toro bonito, blando, noble, artista y perdurable en la muleta -el indultado ‘Orgullito’ es su paradigma- es el centro del espectáculo taurino del siglo XXI. Este nuevo tiempo supone la desaparición del toro de deslumbrante trapío, poderoso, fiero, bravo y encastada nobleza, esencia de la tauromaquia, que ha permitido que este espectáculo perdure hasta nuestros días.

Es evidente que los taurinos han impulsado un golpe de estado contra el toro de lidia; lo han destronado y decidido que sean los toreros los que ocupen su lugar. La fiesta de los toros ha pasado a denominarse la de los toreros, y así el torerismo se ha convertido en la nociva moda imperante. En suma, la manipulación fraudulenta de las astas -el popular ‘afeitado’-, la ausencia de casta y una persistente invalidez ponen en serio peligro la pervivencia del espectáculo.

Por lo general, las distintas ferias han repetido las mismas combinaciones, con toreros ya amortizados que cada vez interesan menos; y, en consecuencia, el cartel de ‘no hay billetes’ corre un serio peligro de coger telarañas.

Es el momento de volver a las reflexiones del profesor Zumbiehl sobre lo que él llama ‘la comunidad de aficionados’, la previsibilidad del espectáculo y el peligro de la pérdida de autenticidad del espectáculo.

Ciertamente, solo la existencia de una afición exigente y comprometida garantizará la pervivencia de la tauromaquia en este siglo. Pero, ¿quién vela por ella?, ¿quién la cuida?, ¿quién trabaja para evitar su desbandada? No parece que a los empresarios y toreros les preocupe mucho este asunto.

Los aficionados son pocos, están desperdigados y no cuentan para el negocio taurino. Carecen de la motivación y el liderazgo necesarios para expresar su voz y defender el respeto debido a una minoría cultural.

El espectáculo taurino de hoy es más previsible de la historia, y, por tanto, el más aburrido y desesperante. Ha desaparecido el tercio de varas, las banderillas son un mero trámite y las faenas de muleta son interminables y casi siempre soporíferas.

“La pérdida de la autenticidad es más grave que todos los ataques externos”, afirma Zumbiehl.

La sentencia es para grabarla con letras de oro. Mientras la atención y la preocupación se centran en el animalismo, la fiesta se desmorona internamente, se aleja de los aficionados y se hace previsible y rutinaria. (La labor de la Fundación del Toro de Lidia es tan respetable como discutible y mejorable. Muy válida es su defensa jurídica de la tauromaquia, inofensiva su campaña contra el animalismo y nula su intervención en los problemas internos de la fiesta).

¿Cómo se presenta, entonces, el nuevo año?

El tiempo dirá, pero la solución está en manos de los taurinos. Ya lo avisa el dicho popular: si se repiten las políticas de siempre, los errores serán los mismos.

Publicado en El País

2 respuestas a “La previsibilidad, la autenticidad y la afición, reflexiones taurinas para 2019”

  1. El poderío de un jovencísimo Torero como lo es Andrés Roca Rey, nunca podrá ser insultante como lo califica el articulo. Insultantes son los toreros que salen a pegar de trapazos ante chivos inválidos y que cobran 200 mil euros por 1 hora de pantomima.

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