Obispo y Oro: Sin Medalla

Por Fernando Fernández Román.

Arrancamos el 19 sin Medalla; sin la de Oro que desde hace más de veinte años concede el Ministerio de Cultura a las personas o entidades que –a juicio de quién sabe quién— se han distinguido por su participación directa o indirecta, pero de probada fecundidad, en el enaltecimiento de las Bellas Artes, y al Mérito que acredita su trayectoria. Un premio de caro nivel que los amantes de la fiesta de los toros esperamos cada año como agua de mayo para conocer al personaje elegido, afecto a la Tauromaquia, y porque es algo así como el agua bendita que nos adentra, digamos, “oficialmente” en la basílica de los dioses de la creatividad o en el parnaso de los tocados por la inspiración para ejecutar obras irrepetibles. La Tauromaquia, desde luego, tiene ganado por derecho propio y por expreso reconocimiento de nuestros poderes legislativos, acceso directo a esta Medalla, que es el galón oficial que el Gobierno español prende en determinados representantes de ese ancestral oficio, tan genuinamente hispano, de crear arte tomando como base un soporte dinámico, agresivo, breve y perecedero, empeñado en destruir no solo la obra, sino la destrucción del propio artista. Algo tan sutil como anacrónico, tan incierto como profundamente emotivo, aunque radicalmente inasumible para quienes no quieren –o no pueden o no saben— poner a trabajar sus neuronas al servicio del entendimiento. No es nada sencillo comprender –si no se explica, se estudia, se analiza y se profundiza en ello– lo que José Bergamin definió como la evidencia viva de un milagro.

Pues, bien, este año el Gobierno que nos gobierna ha decidido que no hay Medalla para quien tenga algo importante que ver, esgrimir o evidenciar sobre los toros. Bien es cierto que, en la relación de afortunados con este reputado galardón, los toreros comenzaron a aparecer en el ya lejano año 1996, con el nombre de Antonio Ordóñez Araújo, noticia que nos colmó de alegría y alentó la esperanza de que este detalle, no hacía sino romper el roquedal de una injusticia histórica; pero también pasó por una pequeña incertidumbre, cuando entre los años 2011 y 2012, en plena descomposición el gobierno de Zapatero y con las manos en la cabeza el de la siguiente legislatura y la cabeza en otras manos, las de Rajoy, al nuevo presidente del Ejecutivo debían faltarle dedos para manejar aquél antológico descontrol. Se comprende, pues. En aquella ocasión, a don Ángel Peralta le entregaron en 2013 la Medalla del 2011 o 2012 (nadie lo aclaró), el mismo año que se la concedieron a Victorino Martín. Cuestión de calendarios. O de protocolos. O de despistes, pero en ningún caso de ninguneo o cerrilidades ideológicas.

En el caso que nos ocupa –año 2018—es muy probable que el ministro del ramo es un tal José Guirao, sustituto de quien tendría bien arrogado el título de ministro-sputnik (su antecesor, Màxim Huerta, fue despedido a una velocidad supersónica) si no fuera porque en el mismo gabinete todavía se mantiene un ministro-astronauta. De este Guirao se sabe que es andaluz, de Almería, y dirigió el Museo Reina Sofía, además de otras nobles instituciones culturales. No tengo por qué dudar de su acendrado currículo, ni de su capacidad para actuar con acierto en el peliagudo desempeño de aceptar los maquiavélicos postulados de su “jefe de cuadrilla”, cuya incompetencia para desempeñar el cargo que okupa (no es errata) es ya conocida hasta en las filas de sus propios correligionarios; pero es conveniente recordar que este Guirao participó en el foro de Capital Animal –el que utilizó la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando para estigmatizar a Goya como el primer antitaurino, ¿recuerdan?– , erigiéndose como adalid de la especie animal, instando, de paso, a “cambiar la soberbia de la especie”, humana, se entiende.

Todo ello me induce a creer que este ministro supuestamente animalista ha empezado su mandato esgrimiendo su condición de cultureta progre y poniendo pie en pared a la Tauromaquia, para que no tenga espacio en sus competencias ministeriales. Sin embargo, por hacer un ejercicio de benevolente respeto a su ignorancia en materia taurina, se me antoja que Guirao no se ha enterao siquiera de que estas Medallas al Mérito en las Bellas Artes cuentan, por el dato más arriba referido, con un torero entre los afortunados concesionarios desde hace más de dos décadas. Y que el torero es, sobre todas las cosas, un artista. Y que la Tauromaquia está protegida por una Ley que la otorga el título de Patrimonio Cultural Inmaterial, refrendada por el Tribunal Constitucional y, en consecuencia, es de obligado cumplimiento su reconocimiento y protección por parte de las administraciones públicas; y que el Estado es el administrador único de una gran empresa llamada España. Le guste o no, lo entienda o lo ignore, las cosas son como son.

Porque lo único que le puede salvar de este inexplicable arrumbamiento de una pieza única de nuestro Patrimonio cultural, es eso, su ignorancia. Si no sabe del tema, asesórese, que seguro hay en su ministerio y en todo el organigrama del Estado cientos de ellos, que cobran una pasta. Busque al experto en materia taurina, para que le oriente.

Por si le sirve, le recomiendo algunos nombres de candidatos a la Medalla –habrá muchos más, solo son ejemplos– porque “han contribuido especialmente al fomento, desarrollo o difusión del arte y la cultura o en la conservación del patrimonio artístico”, principal fundamento de los premios de marras, entre los cuales la Tauromaquia debe tener un espacio inviolable. A saber: Jaime Ostos, Andrés Vázquez, Ortega Cano, Roberto Domínguez, entre los ya apartados de su actividad artística, o el más reciente Juan José Padilla; pero también, alguno en activo (Ponce, José Tomás, El Juli y Pablo Hermoso de Mendoza ya tienen su Medalla y siguen actuando), como Morante de la Puebla. Y, por supuesto, Cristina Sánchez, ¿por qué no? Eso sí, nadie se olvide de tener presente que, en estas codiciadas condecoraciones, la palabra Arte está ligada a la de Mérito. Por tanto, no se trata de premiar al que torea “con más arte”, que es aval añadido, sino al mérito que ha tenido o tiene su participación en la disciplina que le afecta.

Se dice todo esto a sabiendas de que el lapsus que ha marginado indecentemente a la fiesta de los toros solo depende de un lapso: el de tiempo que tarden en llegar las nuevas elecciones generales. Por el bien de la propia Fiesta, de los españoles y de España. Eso espero, vamos

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