Aguascalientes: Desilusionante encierro de Piedras Negras

Foto Arte Taurino.

Con un cuadro dramático comenzó la última corrida del serial sanmarqueño.

Desilusionante encierro Piedregrino Por Sergio Martín del Campo Rodríguez.

“El Sabio de Saltillo” sentenció: “Al toro no se le debe perder la cara ni cuando lo van arrastrando las mulillas”. Lamentablemente el primer toro del encierro, apenas aparecido en el redondel, amenazó con visitar el callejón; su primer intento quedó frustrado, sin embargo, siguió poderosamente su ruta y prácticamente “voló” en dirección del contraburladero de los médicos; a un lado de éste, estaba el fotógrafo Armando Landín Miranda, sobre cuya humanidad cayó el astado dejándole una fractura expuesta de “tibia y peroné” en la pierna diestra, un gran corte en la cabeza, un puntazo en la axila derecha y una cornada, según datos extraoficiales, no grave, en el tórax. Aquellas diligencias hicieron que la plaza perdiera el habla.

Los que aún creemos que el toro con edad, trapío y casta es el que puede salvar de la monotonía al espectáculo, esperábamos mucho más de lo que el encierro de Piedras Negras manifestó en el anillo.

Para desgracia, esas ilusiones se multifragmentaron conforme fueron apareciendo los toros en escena. Se les entregó en la mano el arma más filosa a los “antitoristas”, esos que abundan en la fiesta.

Fue un encierro de excelente presencia, si, musculoso y con el fenotipo muy marcado de lo que esta dehesa tlaxcalteca ha criado siempre; pero esta tarde ni siquiera hubo genio que de alguna manera obligara a los actores sacar recursos, talento y torería. Por el trapío que presumieron, fueron recibidos con palmas los cuatro primeros, empero esos aplausos sufrieron dolorosa metamorfosis hasta convertirse en silbidos cuando se arrastraban los despojos del primero y del quinto.

Quienes hicieron brillar su plata fueron Alejandro Prado, Gustavo Campos y Rafael García hijo, mismos que, en su momento, recibieron sendas ovaciones en el tercio; igualmente iluminó el ruedo el joven “quijote” Guillermo Cobos, cuando el sexto, en el terreno de la querencia, le empujó con gran poder, llevándose al binomio por delante muchos metros; pero el de castoreño apretó el palo, rigió la rienda firmemente, puso el alma en prenda y generó emociones poco vistas en una corrida. El público le ovacionó de pie y posteriormente le obligó a salir al tercio a seguir acogiendo palmas a granel como legítima pleitesía por su diamantino puyazo.

Para levantar el telón, el coleta aguascalentense Fabián Barba (palmas y silencio) enfrentó a un toro con poco truco, parado y sin chiste al que, después de tratar inútilmente de arrancar un pase, mató de bajonazo, acto que un sector del público le reprochó airadamente.

Su segundo, igualmente, llenó de sosería el nimbo, y por más empeño que exhibió el diestro nada provechoso pudo lograr, terminando su labor con un feo bajonazo.

Intensa faena se grabó en el ruedo, la de un torero, Fermín Rivera (al tercio y silencio respetuoso) que jamás adulteró su estilo y que posee formidable educación taurina, asentando cierta lección de tomarse en cuenta. Primero desengañó al adversario, que no era ninguna “hermana piadosa” y que embistió con la cara en alto, y posteriormente interpretando limpiamente el toreo con la derecha, pero manchando lo hecho con una estocada caída y varios descabellos.

Más que bellos, fueron duros, recios y eficaces los lances a su segundo, aquel burel que arrolló como huracán, pretendiendo tragar todos los espacios. Llegando a la tela púrpura, soseó impúdicamente, se puso por delante y apenas dio medias embestidas, ingrata inconveniencia que el potosino resolvió pulcramente, terminando con tres cuartos de acero caídos y tendidos.

En bellos lances de “buenas tardes” y sus deseos demostrados diáfanamente se comprimió el desempeño del valenciano Román (división y oreja); el resto se despedazó en los muros de aire y la mansedumbre del rival al que despachó con un par de estocadas defectuosas y dos descabellos, acción que el cotarro le reprochó reciamente.

Cerró plaza y feria un ejemplar tardo, tosco e incierto al que le plantó cara valientemente el extranjero, quien no claudicó jamás en su proyecto, alcanzando el reconocimiento general como recompensa, dando fin a su empeñosa labor con una estocada contraria en la compleja suerte de recibir.

Publicado en Noticiero Taurino Mexicano

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