¿La fiesta en paz? En Madrid, Paco Ureña reivindica la tauromaquia Por Leonardo Páez

En este espacio repetimos que el arte de la lidia es un encuentro sacrificial, lo más equitativo posible, entre dos individuos en plenitud de facultades con nombre y apellido; sostenemos que ese encuentro requiere de la inteligencia de uno y del instinto de otro, antes que para torear bonito para entender y someter, mediante valor y técnica, la bravura o incluso fiereza del toro, en una entrega esencial recíproca. Sin estas condiciones, la tauromaquia se vuelve engañifa, sucesión de posturas, desaseo y tergiversación de la esencia del toreo, con una estética escasa de ética ante un animal domesticado en exceso, al gusto de figuras demasiado ventajistas, con mezquino respeto por la dignidad animal del toro y de la profesión de torero. Ya conocen sus apellidos, no por famosos menos abusadores.

Por fortuna, aún quedan, cada vez más escasas, por cierto, posibilidades de encuentros sacrificiales en el ruedo que permiten ver al rito taurino como un homenaje a la milenaria deidad táurica, a la inteligencia y pundonor de ciertos diestros y a la sensibilidad consciente de públicos menos mitoteros. Ocurrió el pasado sábado 15 de junio en la plaza de Las Ventas, donde alternaron Sebastián Castella, Paco Ureña y Andrés Roca Rey con un encierro de Victoriano del Río.

Paco Ureña, murciano con 36 años, perdió la vista del ojo izquierdo en septiembre de 2018, en Albacete, al ejecutar una verónica a un toro de Alcurrucén. Tras seis meses de dolorosa convalecencia, tres operaciones y cientos de reflexiones tomó una decisión: volver a torear, y con el espíritu intacto y la determinación renovada reapareció en marzo pasado. La apoteósica tarde del sábado 15, en Madrid, Ureña resultó volteado por su primero, que le contundió dos costillas. Dio una vuelta al ruedo y pasó a la enfermería. Hecho un santocristo y una vez corrido el turno salió a matar a su segundo. Trasteo breve e intenso por ambos lados a un toro claro que llegó con fuerza y prontitud a la muleta, en ese escamoteado encuentro sacrificial, dramático y perturbador, coronado con certera estocada. Dos orejas y salida en hombros confirmaron la acertada decisión de Ureña. Como simulacros del toreo han quedado las hazañas de los comodones figurines con el toro de entra y sal. ¿El miope sistema taurino le dará a Paco Ureña el trato que merece?

Se recoge lo que se siembra. Luego de décadas de trampas, complicidades, saqueos e impunidades en los que el cinismo político supuso que el monte era de orégano y duraría por tiempo indefinido, el triunfalista pero imprevisor Partido Revolucionario Institucional (PRI) da sus últimas patadas de ahogado recurriendo incluso a animalismos oportunistas y demagogos.

El bateador emergente es el ahora diputado Rubén Moreira, ex gobernador de Coahuila, conocido también como Moreira II, pues hay estados donde las familias se heredan cargos públicos como en la Edad Media. Hermano y sucesor de Humberto, anterior titular del gobierno del estado y saqueador de muy altos vuelos oportunamente exonerado de toda responsabilidad, que el PRI no andaba con bromas hasta el reinado del aún alegre Peña Nieto, Rubén no sólo prohibió la fiesta de toros en Coahuila en agosto de 2015, sino que ahora, mediante embaucadora iniciativa federal –¿por órdenes de quién?–, pretende prohibir las corridas de toros en todo el país con la autoridad moral que su dinastía le confiere. Pero en más de ocho décadas, el PRI lo que mejor aprendió fue a engañar y a autoengañarse, incluso como protector de animales, tema que identifica a reaccionarios y a progresistas.

Publicado en La Jornada

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