¿La fiesta en paz? Sebastián Ibelles, el don de no ser clon // Joya bibliográfica de obligada difusión

Museo y centro cultural Tres Marías en Morelia.

Por Leonardo Páez.

Los clones son organismos genéticamente idénticos, copias al carbón, mal que ensombrece a la sociedad de hoy, despersonalización de las individualidades y, para colmo, uno de los principales factores que inciden en la pérdida de atractivo del actual espectáculo taurino. La inmensa mayoría de los toreros carecen de personalidad propia, de un sello que los distinga o, siquiera, del contagio afortunado de un diestro excepcional. Como cereza en el pastel, la generalidad de los toros que hoy se lidian padece el mismo defecto pues el grueso de ellos acusa una embestida más o menos predecible o una bravura pasadora más que codiciosa o exigente, capaz de emocionar a legos y a enterados.

Sebastián Ibelles, después de triunfar en el reciente serial de La Florecita decidió encerrarse el domingo pasado con cuatro novillos muy bien presentados de La Guadalupana, propiedad de don Juan Flores Chávez, ante una discreta pero sensible asistencia, pues está visto que la desastrosa gestión empresarial de las últimas tres décadas en la Plaza México ha ocasionado graves daños colaterales que incluyen haber reducido la fiesta de los toros de México a unos cuantos apellidos importados frente a toritos de la ilusión.

El muchacho ratificó el enorme potencial que posee a partir de un estilo netamente mexicano, en esa privilegiada vertiente asilveriada que sabe conjugar el juego de cintura y los sentimientos con hondura, sin afectaciones sino mediante logradas expresiones interiores que le permiten sentir y hacer sentir en cuanto despliega las telas para templar, mandar y ligar, gustándose y gustando, despertando emociones en cuantos lo ven, con esa difícil facilidad para conectar de quienes cuentan con la elocuencia de un sello propio y distintivo a la vez.

Ibelles sabe templar, modificar las embestidas a su aire, no sólo al acompañar el viaje, sino al imprimir a las suertes un tempo o ritmo propio que de inmediato perturba y conmueve, en esa magia tauromáquica alejada de toreros clonados, mecánicos y efectistas. Su repertorio capotero recoge aromas intemporales y cuando una embestida exige ser sometida, Sebastián sabe doblarse con eficacia y poderío. Poseedor de las cuatro ces -cabeza, corazón, cojones y carisma, ese don de fascinar con su quehacer torero-, el muchacho aún debe afinar muchas cosas, incluido el criterio para arrimarse sin ser prendido, como ocurrió hasta en tres ocasiones, y asegurar a los toros antes de la estocada. Que por ahora su única prisa sea pulir tan excepcional tauromaquia, pues a matar se aprende pero a saber decir delante de los toros, no.

Al concluir la novillada saludé a Salvador García Bolio, director del extraordinario y útil portal bibliotoro.com y uno de los bibliófilos taurinos más rigurosos que existen, quien tuvo la gentileza de obsequiarme el libro Museo Centro Cultural Tres Marías, de la autoría de ese incansable aficionado y promotor de la cultura taurina que es el doctor Marco Antonio Ramírez Villalón. Se trata de una auténtica joya bibliográfica que a lo largo de sus más de 200 páginas impresas a todo color da cuenta de la maravillosa colección pictórica, cerámica, escultórica, fotográfica, documental y de prendas varias que atesora el mencionado museo, orgullo de la bella Morelia, del país y del mundo. Ojalá que tan valiosa obra sea presentada a la brevedad en la Ciudad de México, pues constituye una oportuna y elocuente respuesta a la sucesión de sandeces a cargo de antitaurinos analfabetas. Ya nos ocuparemos con detenimiento del libro y del portal bibliotoro.

Publicado en La Jornada

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