Obispo y Oro: Manolete, por siempre

Por Fernando Fernández Román.

Tal día como hoy, 29 de agosto, festividad cristiana de San Juan Bautista, muy lejanas ya las postrimerías de trillos y aparvadores, Manolete reposaba en la penumbra del que sería su último y hermético aposento. Han pasado 72 años y Linares sigue recordándole por los sanagustines del día anterior, echando flores sobre la arena que recogió su sangre y colocando ramos sobre el bracete de su figura de bronce, en las cercanías de la plaza de toros que aboca al parque Santa Margarita. El recuerdo de aquella trágica tarde obligó a Linares al luto perpetuo de la gente del toro, a la oración susurrada de los toreros desmonterados y a contener el rebullicio del público en los prolegómenos de la función, antes de que salga el toro. Linares, que durante tantos años convivió con la geográfica contradicción que genera ser mitad olivo en la luminosa solana/mitad taranta en la oscuridad de la mina, alcanzó esa tarde de sofocante calorina el punto álgido que marca la congelación de la materia orgánica, cuando es atenazada por lo irremediable.

Hoy, como ayer, como toda la vida, por estas fechas, se han celebrado corridas de toros en Linares. Escribo cuando Morante, Manzanares y Pablo Aguado estarán tratando de escanciar su arte en la planeidad del ruedo, bajo el sol abrasador que deja entrar la puerta de Andalucía. Escribo después de haberme topado con el visionado de las imágenes de una película que trata de contar la vida del Monstruo de Córdoba, dentro y fuera de los ruedos. Un film recreation, que diría un experto/a en filología inglesa. Desde luego no es mi caso, pero déjenme que, por esta vez, entre en ese mundo para mí tan esotérico y les dedique mi personal spoiler: es un esperpento, una mentira, una fantasía estúpida y una carnavalada-españolada-americanada irreverente. Creo que en alguna ocasión he referido que mientras rodaban esta mascarada seudotaurina –¿quién escribió semejante guión?, ¿con qué intenciones?—y estando en Alicante por su feria de San Juan, me llamó una miembro –¡miembra!, diría aquella ministra zapatera– del equipo de producción de la película para hacerme una serie de consultas. Quedé aterrado cuando me percaté del contenido y, naturalmente, salí por patas de aquella encerrona. Ahora, ayer mismo, he constatado la aberración. Es una parodia sin sentido, una sucesión de despropósitos, un atentado a la memoria de una celebridad de nuestro país y un hito en la historia de la Tauromaquia. Hago abstracción de los detalles porque todavía no estoy recuperado del soponcio que me produjo tal cúmulo de arbitrariedades, de topicazos, de falsedades, además de una apoteosis de situaciones inverosímiles que moverían a la hilaridad si no fuera porque hieren la memoria de un héroe. Creo, no obstante, que la película ha sido un fracaso antológico y en España apenas se conoce. Mejor. Así se evitarán un chasco tan monumental como sonrojante.

Escribo este 29 de agosto porque la muerte de Manolete siempre me causa cierta tribulación. Quizá influya en esta extraña sensación de congoja el relato que repetía mi padre de aquél tenebroso acontecimiento. La cogida, el impacto que produjo en la sociedad española de la posguerra, la orfandad en que quedó sumida la fiesta de los toros en los inmediatos años posteriores; y, por supuesto, como suele ocurrir cuando desaparece una figura de tamañas dimensiones, los irredentos o quienes no alcanzaron a entender la ingente obra manoletista y su aporte al futuro de la tauromaquia (todavía colean algunos flecos por ahí), quedaron descolocados o medio escondidos, en tanto que los fervorosos partidarios del colosal torero, se vieron azotados por la incredulidad y el desconcierto.

Escribo en un día como hoy porque creo que es una efeméride fundamental en el almanaque de la Fiesta, y porque Linares fue el enclave que la recogió, el lugar de los hechos. Tengo para mí que los lugares de los hechos no son un capricho del Destino, sino un concierto premeditado con los acasos de la vida. Los hechos podrán ser luctuosos o dichosos, pero hay algo inaprensible o sobrenatural que fija el día y la hora. Lo de Manolete tenía que ser ahí, ese día y a esa hora y por ello Linares ha ensanchado su aportación a la Historia de España con el vínculo tan especial –y tan doloroso– que le une a la pequeña historia de la Tauromaquia, por los siglos de los siglos, a pesar del bodrio de película que ha intentado perturbar su memoria. Manolete, por siempre. Que nadie ose inquietar su reposo.

Hace 72 años Manolete estaba muerto –“muerto está que yo lo vi”, diría K-Hito—en una cama del hospital de los marqueses de Linares, pero su figura majestuosa y lánguida y su toreo transgresor y soberbio, siempre estará presente en las páginas principales de un hipotético Libro de Oro del Toreo. Del arte que, en este tiempo, interpretan los integrantes de una nueva generación de toreros. El arte, muta, pero la esencia permanece. Tres de ellos, de los más importantes de este tiempo, acaban de hacer el paseíllo en Linares.

Punto final, que Morante está a punto de abrirse de capa.

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