Obispo y Oro: A Puerta Cerrada.

Por Fernando Fernández Román.

La mosca que se posa detrás de la oreja del oído humano suele ser la más agorera de las moscas, suponiendo que tales insectos tengan la maléfica facultad del agorar males ajenos. Tienes la mosca ahí, acantonada en ese recóndito lugar del trasconejado, y vas listo. Te zumba discretamente, te sopla, te insufla su mensaje de incontenible adversidad y ya puedes irte pertrechando para las inminentes consecuencias que se avecinan. Naturalmente, estos días, en España, las moscas orejeras han hecho su agosto en marzo y su inevitable fatalidad ha puesto de revés al país y, en consecuencia, a quienes nos movemos por este lado central del mapa. El brote de enfermedad por coronavirus (COVID-19, para los expertos en la materia) ya está aquí. Abróchense, pues, los cinturones.

En la noche del martes al miércoles pasado la mosca de marras, la que tengo empadronada en la trasera de mi cartílago derecho, me traía “mosca”: “Tu viaje a Valencia está pendiente de un hilo y el hilo, a estas horas, está a punto de romperse”. Contra este tipo de mensajes subliminales y zumbones, cargados de negatividad, solemos movilizar al escuadrón del escepticismo y contraatacamos con una carga de supuestos falsos, esto es, munición de fogueo. No queremos creer la evidencia. Nos rebelamos ante lo irremediable, que es la fatuidad más grande que puede tener el ser humano. En efecto, al poco tiempo leo un comunicado conjunto del Gobierno de España y de la Generalidad Valenciana, fechado el 10 de marzo, o sea, antier, ya de noche. Lo transcribo: El Gobierno de España desea manifestar su apoyo y solidaridad con todas las personas afectadas por el coronavirus en distintas partes del mundo, especialmente en China e Italia. El Gobierno considera que son razones de salud pública también en España, y por eso considera necesaria la cancelación de las Fallas. Después de una ratahila de lamentos, prosigue: … y el compromiso de seguir celebrando esta importante cita en Valencia, en fechas próximas que serán comunicadas por este mismo medio. Qué melindrosos y cobardicas son algunos de nuestros políticos. Miren ustedes: las fiestas de Fallas se cancelan porque la situación sanitaria así lo aconseja. Y punto. Y, de paso, a las corridas falleras se las lleva el viento. ¿Habrá alguien que no entienda tan elemental medida de seguridad, siguiendo las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud? Lo dudo.

Objeciones sintácticas y ortográficas aparte (en esta cuestión la redacción del comunicado es un pequeño desastre), la dura realidad es que los españoles debemos tomar las máximas precauciones ante una situación tan preocupante, y por tanto las concentraciones masivas de personas constituyen un foco de alto riesgo de infección. Es indudable que las corridas de toros de la feria de Fallas constituyen un gran atractivo para miles de aficionados valencianos y para los que acuden desde los lugares más recónditos del planeta, por tanto, se hallan implícitas en los daños colaterales que ocasiona la medida tomada por las altas autoridades del país, la Comunidad y la ciudad. No hay toros este año en Valencia, al menos, en Fallas.

Fue hacerse pública la noticia, y se puso en marcha la maquinaria de la maquinación, el futurismo, la predicción más agorera. Madrid, suspende la apertura de su temporada taurina, también las plazas francesas y todas aquellas que tenían programados festejos en este comienzo de campaña, incluso los actos culturales que en estos días proliferan. Todo está en el aire. Como el dichoso coronavirus. No hay toros, señores. ¿Hasta cuando la sequía? He ahí la incógnita que nadie –absolutamente, nadie– se atreve siquiera a intentar despejar.

El fútbol ha ido tirando para adelante, mal que bien, cogido por el alfiler de la ocurrencia de jugar “a puerta cerrada”. He visto un partido de Champions (Valencia-Atalanta), y es un horror. Los jugadores apenas celebran los goles. Da la impresión de ser un partido de zombis, pero a mayor velocidad. Los espectáculos, a gran escala, sin público, carecen de sentido. El público es imprescindible –“espectáculos públicos”, es su consideración jurídica y administrativa–; sobre todo, los toros, donde el público juega un papel fundamental y decisivo. ¿Se imaginan una corrida “a puerta cerrada”, sin pasiones encendidas, ovaciones de clamor, broncas monumentales y… ¡premios tangibles!, pedidos por mayoría absoluta? ¿Verdad que no? Pues, paciencia y barajar.

No obstante, lo de la “puerta cerrada” es cosa de larga tradición taurina. No ha mucho tiempo, los toreros (los más importantes) ya tenían en su coleto (y en su coleta) algunos toros lidiados y estoqueados con las gradas vacías y los cerrojos de las puertas de acceso al coso echados hasta los topes. Eran actos organizados con sigilo, a los que solo podían asistir –dentro de la discreción—algunos invitados, además de los operarios imprescindibles para el manejo del ganado, antes y después de la lidia. Para ello, se solicitaba al empresario o propietario de la plaza de toros la cesión del inmueble y el “espectáculo” consistía en la suelta del toro por chiqueros y, a partir de ese momento, se pasaba al desarrollo de los tercios de varas, banderillas y de muerte, para lo cual, se hacía necesaria la participación, al menos, de un picador y un banderillero, además del mozo que sirviera las espadas al matador. He tenido la fortuna de ser espectador de alguna de estas encerronas “a puerta cerrada”, y la verdad, la mayoría son altamente atractivas. En la inmensidad del ruedo y con las gradas desiertas, el torero se encuentra en la más absoluta de las soledades. Impresiona ver al toro, cinqueño la mayoría de las veces, acometer impetuoso al caballo de picar y poner en serio compromiso a quien se ponga por delante. Y todo, sin una palma, sin un aliento; solo algún bieeeeeeeeeeeééén!…. estentóreo y forzado del pelota de turno o la advertencia puntual de un profesional cualificado; pero, en cambio, tiene una ventaja, un privilegio impagable: el torero, mientras torea, conversa con quien está entre barreras, en un coloquio sonoro entre el observador plácidamente apoyado en la contera de la barrera y el esforzado diestro, que suda la gota gorda ante el cornúpeta. Una experiencia digna de vivir in situ, sin prejuicios ni vanidades.

Cerrada, y bien cerrada, está la puerta del coso proyectado por el arquitecto Monleón, que mira a la calle de Alicante por el lateral y a la de Xátiva por el frontal. No habrá toros en Fallas, porque el maldito coronavirus se ha tirado de espontáneo.

Taurinamente hablando, en Valencia se ha hecho de noche. La mosca de la oreja tenía razón.

Publicado en La República

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