Corridas a puerta cerrada, la soledad del matadero o la lidia en la plaza.

La limitación de nueve metros cuadrados por persona impide la celebración de festejos.

Por Antonio Lorca.

La encendida polémica sobre la conveniencia o no de las corridas a puerta cerrada, surgida a raíz de que este periódico publicara hace unos días la intención de Movistar TV de celebrarlas en otoño, ha subido de intensidad cuando se ha conocido el plan del Gobierno sobre la llamada desescalada. A partir del 8 de junio se podrán celebrar festejos taurinos, pero con un aforo limitado de modo que se garantice una persona por cada nueve metros cuadrados.

Esta es la condición más dura y exigente que Sanidad impone a un espectáculo público, y, a todas luces, impide la normal celebración de festejos por imposibilidad económica de mantenerlos. Parece que esta medida supone de hecho que las plazas solo se podrían ocupar en un 10 por ciento de su capacidad, con lo que Las Ventas, por ejemplo, solo podrían albergar a unos 2.000 espectadores.

Claro que esta es la norma para la tercera fase de la desescalada, y como ha apuntado la Fundación del Toro de Lidia, “queda pendiente por conocer cuál será la situación definitiva para la tauromaquia una vez terminadas todas las fases de transición”. “Queda mucho por concretar”, añade, “y ver cómo se puede lograr que sean viables económicamente con la reducción del aforo”.

Sea como fuere, parece claro que este año no habrá corridas normales y las que se celebren estarán supeditadas a férreas condiciones de limitación de aforo (la primera condición de Sanidad da una idea de las que vendrán después) que pondrán en serio peligro su viabilidad.

Llegados a este punto, la polémica sigue vigente: ¿tiene sentido celebrar una corrida sin público o con 500 personas en los tendidos, o es preferible enviar los toros al matadero y esperar tiempos mejores?

En pura teoría, un festejo a puerta cerrada, y con televisión, no tiene razón de ser. Afirma Victorino Martín que “el toreo es un triángulo mágico entre toro, torero y público”, y esas palabras no tienen vuelta de hoja.

Los tendidos no son solo el sostén económico de la fiesta; la afición y, en su defecto, el público son el combustible del espectáculo.

Una plaza llena es algo más que un gran jurado con la mente despierta y el corazón dispuesto para la emoción, el debate, la desilusión, la pasión…

Una plaza llena es el fluido que da sentido al espectáculo, el aliento que empuja al torero hacia la consecución del sueño, el ánimo para el ganadero que resiste en el callejón, el gozo o el sufrimiento ante un espectáculo tan sorprendente y efímero como bello y explosivo cuando toro y torero dibujan una composición misteriosa indefinible e inexplicable.

En conclusión, una corrida con los asientos vacíos no tiene ningún sentido.

Por eso, cuando se supo que Movistar TV había propuesto a ANOET -la asociación de grandes empresarios taurinos- y a la Fundación del Toro de Lidia la celebración de festejos a puerta cerrada y con televisión hubo muchas voces que clamaron contra lo que consideran una herejía, un insulto, una locura, un auténtico disparate.

Incluso, hubo quien acusó a Movistar de no tener otro objetivo que hacer caja y frenar la huida de abonados, como si tal empeño fuera pecado en una empresa privada; la única, por cierto, que cuenta con un canal específico para los toros. Hace bien Movistar, claro que sí, en buscar soluciones a su ‘crisis’ taurina, que no es leve.

“Un toro bravo no puede, no debe, morir en un matadero” apunta Victorino Martín.

Pero no acaba aquí el asunto. Algo habría que decir también del toro, el protagonista principal de esta historia. Y habría que escuchar a los ganaderos, sus criadores, sufridores y responsables de un comportamiento animal que permite la existencia de la tauromaquia.

Porque la única y cierta conclusión de toda la argumentación anterior es que si no se organizan corridas sin público, y permanece la prohibición de concentraciones masivas de personas durante todo el año, la única solución viable para muchas ganaderías es el matadero.

Pero los ganaderos de toros bravos no crían carne, sino conductas. Son autodidactas de la genética; rastreadores de bravura, nobleza, casta, raza, movilidad, fiereza…

¿Es razonable, aceptable y de sentido común que un toro bravo acabe en el matadero?

“Montar un toro en un camión para llevarlo al matadero es desolador”, ha dicho Carlos Núñez, presidente de la Unión de Criadores de Toros de Lidia (UCTL).

Santiago Domecq comentaba en su cuenta de Twiter lo siguiente: “La cría del toro bravo pierde toda su esencia cuando el toro no salta al ruedo. Nadie cría un toro bravo por su belleza exclusivamente; eso es un aliciente más que se une al fin por el cual se cría: pelear por su vida en el ruedo. Para el matadero hay ganado que es más rentable”.

El ganadero de La Palmosilla, Javier Núñez, se unía al clamor en la misma red social y, junto a unas fotos de sus toros elegidos para La Maestranza, decía: “Mañana a primera hora se tendrían que embarcar estos toros para su reconocimiento y posterior lidia el domingo (día 19 de abril) en Sevilla. Desgraciadamente, su glorioso destino puede ser la fría y aséptica sala de un matadero industrial. ¡Qué muerte más triste para un animal tan bello!”

Además, si no hay festejos, los ganaderos no podrán comprobar sus aciertos y errores en la selección de vacas y sementales; el toro no pasará el examen final en la plaza, el mejor tentadero posible, el que decide el rumbo de una ganadería.

Por si fueran necesarios más argumentos, basta el más triste: ya hacen cola los camiones cargados de toros bravos en la entrada de los mataderos industriales.

¿Y, ahora, qué? ¿Cuál es el disparate mayor? ¿Una corrida a puerta cerrada o un toro bravo apuntillado en un frío y lúgubre pasillo?

La fiesta de los toros sufre -como todo el país- una situación desesperada y, en tal circunstancia, bienvenidas sean todas las ideas, por descabelladas que puedan parecer, para ofrecer un mínimo de dignidad al protagonista esencial de la fiesta.

Si las corridas a puerta cerrada permiten que un puñado de toros bravos mueran en el ruedo con la gloria debida, que se celebren; aunque pueda parecer, y quizá lo sea, una excentricidad.

Qué más da si se conceden o no orejas, si el torero merece el aplauso o el silencio… Lo importante es otorgar dignidad al toro.

Publicado en El País

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