Por Pedro Toledano.
Como antes ocurriera con Fallas, y Sevilla, Nimes, o Arles… ahora, ya sin remedio, el maldito Covid-19 nos arrebata también nuestro Mundial del Toreo, San Isidro. Además, este ciclo venteño no era uno más. Esta frustrada edición se distinguía por la gran cantidad de atractivos que ofrecía. Reapariciones como las de Roca Rey y Talavante; puestas en escena de lujo como las de Pablo Aguado, midiéndose a los Ponce, Morante, Ureña; la enésima reválida de Manzanares y Cayetano ante el ‘congreso’ de Las Ventas, que tanto les exige; reencuentros con aromas de mucho compromiso como los de Emilio de Justo y el valenciano Román… En conjunto, toneladas de testosterona maridada, así lo dicen los exquisitos de los manteles, con cantidades ingentes de mágica creatividad.
Así que para consolarnos de tanta incomodidad, también como la que nos produce a nosotros Pablo Iglesias, nada mejor que echar la vista atrás para solazarnos con momentos preñados, unos, de nostalgia, como aquella ya muy lejana primera puerta grande de mi amigo, el llorado Paquirri, aquel 17 de mayo del 69, y otros, los más, disfrutados desde la emoción que surge del arrojo, la técnica y la torería. Como han sido tantos, y el espacio es escaso, seleccionamos solo dos -licencia y capricho que nos permitimos porque 75 años no se cumplen todos los días-, al coincidir con el signo del zodíaco, Tauro, del que se dice que ilumina a los toreros artistas y ennoblece la bravura de los toros de Alcurrucén.
Y algo de cierto debe haber. Porque un 19 de mayo de 1994, pero de hace 26 años, Curro Vázquez, ante el toro ‘Monjito‘ de dicho hierro, escribía, con sabia torería, una de las páginas más bellas de esa su tauromaquia de porte natural y exquisito gusto. Y un día antes, con el toro ‘Cañego‘, de la misma divisa, Julio Aparicio, que confirmaba alternativa, cincelaba una faena en la que el arte y la magia se unieron en emocionado abrazo.
Recuerdos que sirven de refugio mientras cambia el aire.
Publicado en Las Provincias