Renovarse o morir: los dilemas de la tauromaquia.

Es el propio mundo del toro, desde su interior, quien tiene que marcar las pautas a seguir para obtener la vuelta del gran público a las plazas y el respeto de la sociedad.

Por Salvador Giménez.

Nos está tocando vivir un tiempo convulso. Si ya todo estaba enredado, este virus que nos asola ha venido a complicarlo todo aún más. Nuestra sociedad se tambalea. No estaba preparada para encajar toda esta pesadilla, en forma de pandemia, y que ha dejado al aire muchas vergüenzas de esta sociedad cada vez más globalizada y carente de valores. Tras unos duros meses de confinamiento, parálisis económica, colapso sanitario y muchas muertes, veladas u ocultadas, por esta sociedad espuria y aséptica, nos hemos encontrado con un periodo pomposamente nombrado como “nueva normalidad”, en el que se nos dijo que íbamos a salir más fuertes, cuando en realidad estamos igual que antes de que la pesadilla comenzase a marcar nuestro mundo de vida.

Y es que esta denominada nueva normalidad está sirviendo para demostrar que poco ha cambiado. Seguimos siendo igual de vulnerables y nuestro instinto de supervivencia hace que nos miremos en exceso el ombligo en lugar de afrontar la situación de una manera responsable y solvente. Nada va a ser igual que antes, no cabe duda. De nosotros depende de buscar unos parámetros de vida para hacer más viables, los nuevos tiempos que nos va a tocar vivir.

Antonio Díaz-Cañabate, crítico taurino de referencia, escribió que los toros son fiel reflejo de la sociedad en la que vivimos. La verdad es que no le faltaba razón a tan reputado escritor y abogado madrileño. Antes de toda esta pesadilla, la fiesta mostraba infinidad de pecados, así como hacerse cada vez más vulnerable a los ataques recibidos. La endogamia del sistema que la maneja ha hecho que, poco a poco, el gran público, el que verdaderamente la sustenta, se vaya alejando de ella por infinidad de causas.

Ese alejamiento del gran público –la diversidad de actividades de ocio ha hecho que muchos se inclinen por otros espectáculos más novedosos– hace que la fiesta de toros haya entrado en una profunda sima, de la que se saldrá únicamente si todos los que forman parte del entramado taurino reman en la misma dirección.El verdadero sostén de la fiesta son los aficionados. Sin ellos, el espectáculo está muerto. El rito pervivirá, pero la fiesta popular, la que es del pueblo, desaparecerá si ese aficionado no vuelve a las plazas de toros. ¿Qué ha motivado al gran público a desertar? Las respuestas pueden ser varias, pero fundamentalmente se podrían resumir en cuatro o cinco ideas que son muy básicas.

Publicado en El Diario de Sevilla

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