¡Hasta siempre, ganadero!

Pero el día que yo vuelva a Los Espartales no estará allí José Luis…

Por Fernando Valbuena.

En el Hotel Río, cuando son las nueve de la mañana del 27 de noviembre de 2020… Tostada con mantequilla y azúcar. El dulce veneno de vivir… y morir. A media asta. Un crespón negro de luto al viento rojo y gualda de las banderas. Una pena que lleva el río, hoy, que cruzarlo es cruzar un puente sin retorno. La barra está triste… No todos los días te invita a desayunar un matador de alternativa. Juanito que ya es Juan. La gente de Río marcha camino del tanatorio; Joaquín Domínguez, los demás y la pena que se ha de llevar el río.

No estaba previsto que José Luis Iniesta se muriera. Ni ahora ni nunca. Él era junco para las tempestades. No sé cómo pudo tumbarle el huracán… A José Luis le conocí hará treinta años. Los dos, entonces, a la sombra de las organizaciones empresariales. Y de aquellas milongas me quedó el recuerdo del temple de su mano izquierda. Parar, mandar y templar, los santos mandamientos del toreo. Y siempre, en todo, mano izquierda. La de los billetes…

La última vez que nos vimos fue en Barcarrota; un patio de cuadrillas en tarde de toros (una más). Fue el pasado 23 de octubre. Terciopelo rojo para un azulejo en recuerdo de un toro de indulto. Lo del indulto fue el año pasado. Zorrero anda ahora padreando en Los Espartales. Cruzamos cuatro palabras. En los patios de cuadrillas todo tiene su urgencia. “¡A ver cuando vienes al campo para ver a Zorrero!” “¡En cuanto pase la pandemia, José Luis, en cuanto pase la pandemia!” Y Miguel Ángel Perera desveló el misterio escondido tras el terciopelo rojo, y allí quedó su nombre, el del torero, y el del ganadero, y el del toro… pero el día que yo vuelva a Los Espartales no estará allí José Luis.

En la mesa de mi despacho una cabeza de toro en bronce me recuerda a cada momento que fue él quien me la regaló. Eso y las muchas veces que compartimos mesa y tertulia… Y los huevos fritos con patatas y jamón de cada feria… Y su pasión por el toro. Los toros que, al final, toman el aire del ganadero que los mima. Zorrero, herrado con el 22, fue un toro de indulto. No aflojó, fue bravo y, al mismo tiempo, noble. El público pidió el indulto; yo me limité a concederlo. Noble y bravo en la pelea, como su ganadero. Terminada la corrida José Luis vino a mí. Él, que ha salido a hombros por la Puerta de los Cónsules de Nimes, él, que es el único ganadero al que le han indultado un toro de rejones en España, él, que tiene el único rabo cortado en Las Ventas en los últimos cuarenta años… él y yo, y Barcarrota y Zorrero… que a estas horas estará padreando en Los Espartales. Pero él… él ya no estará.

Nueve y media. Misa funeral. Uno por banco corrido. Un funeral repleto de ausencias. Saludo a Javier Solís. Charlo con Pepe Carballo. Todo medido. Todo higiénico. Todo triste. Con José Luis Joló y Miguel Ángel de la Calle hablo de fútbol, que no todo van a ser toros… Y Mateo Giralt me invita a otro café (y ya van dos) en la desolada cafetería del tanatorio. “Me voy, tengo que escribir lo de mañana y son ya casi las once”. Y en la soledad de los vivos vuelvo a pensar en la dicha de haber compartido una misma pasión con José Luis. En que no sé si se lo habrán contado a Zorrero; en que solo sé que ya no le veremos juntos. En el inmenso luto que va de Valverde a Táliga, en los cabestros sin cencerros, en las divisas negras… Y a Ti Señor, juez de plaza de los ruedos celestiales -infinitos y eternos- te ruego tengas para un ganadero, noble y bravo, presto tu pañuelo de indulto. Firmado y rubricado.

Publicado en El Periódico de Extremadura

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