Obispo y Oro: Unámonos Fernando Fernández Román.

Vivimos malos tiempos. Muy malos.

Pandemia, desbarajuste entre los poderes públicos, desconcierto general, y, para colmo, una borrasca de nieve que poco menos ha sepultado al país y provocado un caos en las comunicaciones. Quietos hasta ver. Y lo que se ve por entre las rendijas de la persiana es nieve en proceso de congelación. Hace un frío que pela. Desolador panorama. Nos salva de la depresión absoluta la televisión, mire usted por dónde. Bendita televisión. Si no llega a ser por este aparato que tenemos empadronado en los hogares como mobiliario imprescindible, nos damos contra las paredes.

Alguno dirá: claro, qué va a decir este hombre si la televisión forma parte de su vida. Sin duda. Asumo, pues, esa cuota de partidismo inapelable que me corresponde; pero, díganme, ¿qué hubiera sido de nosotros sin la información puntual, el debate, el fútbol, el Canal Toros, las pelis y las series de los canales generalistas y los soportes específicos de Neflix y Amazon, por ejemplo. Hubiéramos asistido a la ruptura de familias o tal cual barbaridad de obcecación pasional, no les quepa duda. A mayores, otro lenitivo: tenemos más tiempo para leer y, sobre todo, para pensar, pensar, pensar… ¿Es bueno pensar tanto? ¿Relaja? Depende del pensador y su circunstancia, como decía nuestro pensador universal, Ortega y Gasset.

Aquí, el firmante –aparte la salud, que es sagrada–, le preocupa el oscuro panorama que se abre para la economía, el inevitable fantasma del desempleo y, cómo no, la situación explícita de la fiesta de los toros; la Tauromaquia, en general. A este último respecto, advierto –sin ánimo de alarmar– que estamos asomados a un abismo de proporciones bíblicas, una grieta tipo tajo de Ronda, por donde despeñaban a los caballos muertos o medio muertos después de las corridas de Pedro Romero y compañía.

En aquél entonces, la Tauromaquia era un juego temible y bárbaro, un peñasco de sílice en bruto que servirá de cimiento al maravilloso edificio actual del arte del toreo. Con la España que fuera “imperial” en decadencia, los toros resistieron los puntuales embates prohibicionistas del clero y algunas monarquías importadas del exterior; pero nunca, jamás, se llegó a una situación como la presente, con dos enemigos de enorme poder: el movimiento animalista, que maneja los resortes de una financiación encubierta, y el Gobierno de la nación, que es el Poder mismo. Ambos, apoyados en un descomunal aparato de propaganda, van a confluir en un mismo fin: acabar con la Tauromaquia, para lo cual cuentan con un Presidente que mira para otro lado –indiferencia viene a significar apoyatura– y un vicepresidente que lo tiene entre ceja y ceja –a la cosa de la prohibición, me refiero–, creando a tal fin una Dirección General de Derechos de los Animales, radicalmente antitaurina, con el beneplácito de la inmensa mayoría de quienes conforman esa entelequia que es el actual Consejo de Ministros.

¿Cabe enemigo más temible? Por supuesto que no. En un momento dado, tienen “fuerza democrática” suficiente para quitarnos el único clavo que arde –al que agarrarnos– en el tablero parlamentario: la ley 18/2013 que obliga a las Administraciones públicas a proteger y potenciar la Tauromaquia como Bien de Interés Cultural. Como lo lleven a las Cámaras legislativas, tienen votos suficientes para revocar esta ley… y nos quedaremos, definitivamente a oscuras. Maniatados. Indefensos. Puestos de rodillas para recibir a porta gayola a un toro ilidiable y berrendo (el de los votos variopintos de una izquierda radical y antiespañola) que nos pasará por encima.

Solo hay una alternativa, y perdón por la insistencia: que las Comunidades Autónomas histórica y actualmente pro-taurinas –de abrumadora mayoría– se alíen contra la batahola en cuestión y soliciten al Gobierno de la nación la cuota presupuestaria y el poder legislativo suficiente para defender al toro bravo y su lidia en la Plaza o en la calle, que es tanto como defender un Bien Patrimonial específicamente nuestro. Unión es la palabra clave; pero no solo de las áreas territoriales citadas, también de los estamentos o colectivos que se encastran en el mundo de los toros: Fundaciones, Federaciones, Asociaciones o agrupaciones de empresarios, toreros, ganaderos, aficionados, periodistas especializados, etcétera. Todos, absolutamente todos, habremos de templar gaitas, procurar avenencias, comprender al de al lado, asumir que cada cual habrá de dejarse pelos en su gatera y disponerse a poner pie en pared para que el cataclismo no se consume. También habrán de colaborar cualificados profesionales del derecho constitucional y técnicos universitarios de probada solvencia en la materia sanitaria del toro de lidia.

Empecemos a trabajar cuanto antes. Hay mucho que lavar y planchar, incluso que recoser o desechar. Pongámonos al día si no queremos que se nos haga de noche.

Aviso de que no voy a parar de insistir en ello: Unámonos.

Deja un comentario

Descubre más desde DE SOL Y SOMBRA

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo

Descubre más desde DE SOL Y SOMBRA

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo