Obispo y Oro: La tarde en que “Sueño” encontró a un “Soñador” Por Fernando Fernández Román.

Ayer vi torear en Herencia. Así de claro y conciso. Elegí este lugar de la Mancha por dos motivos: porque me seduce la forma que tiene de interpretar el arte del toreo el diestro que encabezaba el cartel y porque el hierro que llevarían marcado a fuego los toros pertenece a una familia ganadera que –en mi caso– no dudaré en calificar de entrañable. Curro Díaz, el Curro de Linares, goza de todas mis complacencias, porque es de los pocos toreros actuales que torea “desde dentro”. ¿Qué es torear “desde dentro”?: sencillamente relajar el cuerpo, espantar de él  la crispación que genera el riesgo y dejar que fluya hacia fuera, despacio, muy despacio, esa corriente emocional que llamamos sentimiento.

Tengo por cierto que, también, algunos ganaderos –muy pocos— se dejan llevar por una fidelidad inquebrantable al método de crianza del toro de lidia, manteniendo el rigor, la fe y la esperanza en la fijación de los caracteres que distinguen a cada especie, sin alterar un ápice los atributos morfológicos y temperamentales que traen de serie, aglutinados en lo que el lenguaje del campo bravo conoce como “encaste”. Uno de esos ganaderos fue José Manuel Sánchez García-Torres, uno de los tipos más genuinos de la charrería salmantina, criado en la casa ganadera de Agustínez y emparentado con la de Sánchez Cobaleda por matrimonio con un bellezón llamado Pilar, que trajo al mundo cuatro hijas como cuatro soles. A él y a ellas, los traté muy de cerca. Compartí sus ilusiones, su enconado empeño por preservar ¡cuatro! hatos ganaderos de distintas procedencias –Vega-Villar, Murube, Santacoloma y Atanasio–, lo cual da idea del sacrificio y del bazar de conocimientos en materia de crianza que conlleva la atención de semejante galimatías. Pues bien, doy fe de que ese temperamental buenagente que fue José Manuel, lo llevó a cabo con impecable e inquebrantable derechura.

Ayer, en Herencia se lidió una corrida murubeña de Sánchez Cobaleda, a nombre de Castillejo de Huebra, por el que fueron conocidos durante tantos años los célebres “patas blancas” del tío Manolo, aquellos toros bajitos de agujas, berrendos, coleteros, luceros, girones, calceteros…todos asfifinos y cornalones, bravos como la lumbre y fuertes como el pedernal, pero con la “romana” que corresponde a su breve anatomía. Se los disputaron las grandes figuras de los años 50, un tiempo en que se lidiaron durante casi veinte años consecutivos en la Maestranza de Sevilla. De esos toros de cromáticas pieles ya no queda ni rastro por las riberas del Huebra. Se los ha cargado un espécimen grandullón, espeso y perezoso, cuyos datos de identidad se inscriben en la inefable tablilla que anuncia su peso en grandes caracteres. Ahora, los de Castillejo pertenecen a los “murubes” que fueron propiedad de Félix Cameno. ¡Me he acordado de tantas cosas ayer, mientras veía salir los toros que fueron de mi amigo y ahora pertenecen a mis amigas, las Sánchez Majeroni!

Allí, en el callejón de un coso recoleto, estaba María José, la más aficionada a los toros y la más “ganadera” de la familia, dirigiendo el rumbo del patrimonio heredado en la Plaza de Herencia. Y allí vi cómo Curro Díaz se desmayaba toreando a un bravísimo toro de Castillejo de Huebra. Ambos, toro y torero, reivindicaron la excelsitud de un encaste que fuera emblemático en un tiempo no demasiado lejano –el  murubeño ”toro bonito”, estrecho de sienes, corniapretado, carifosco, proporcionado de carnes y fino de cabos– y la deslumbrante belleza del arte del toreo cuando se practica “desde dentro”. ¡Qué manera de embestir y qué manera de torear! Fueron cuatro o cinco –no quiero entrar en cuentas– series de pases naturales y otras en redondo con la mano diestra que pedían pinceles y poetas. El toro se llamaba “Sueño” y el torero parecía llamarse “Soñador”; pero era Curro Díaz, el Curro de Linares, un torero al que le cuesta un mundo meterse en los carteles llamados de relumbrón, mecáchis en la mar. Como le cuesta otro mundo a María José Sánchez Majeroni colocar a sus toros, los “murubes” de Castillejo, en las ferias de tronío, fuera de los festejos de rejones. Dos clamorosas injusticias.

Fue ayer, a las seis y pico de la tarde. Esta no será una crónica taurina al uso; por tanto, no referiré orejas, avisos y demás cuestiones mundanas. Será la referencia a un acontecimiento que tuve la dicha presenciar la víspera de este Domingo de Ramos, en el que estreno ilusión y renuevo añoranzas. Fue en un pueblo, sí; pero también un advenimiento. Cosas como estas no entienden de geografía ni demografía ¡Qué alegría, Dios! ¡Hosanna en el cielo!

Publicado en República 

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