Obispo y Oro: ¡Ojo con este! Por Fernando Fernández Román.

Ayer, en Sanlúcar de Barrameda, toreó Emilio de Justo. La frase, escrita así, dicha así, pudiera parecer una obviedad, puesto que para eso estaba anunciado en el cartel, para torear. Sin embargo, me interesaba sobremanera verlo en acción en este tiempo tan catastrófico en que vivimos, con la temporada aún balbuciente, específicamente en Andalucía, donde el Nivel 3 de la pandemia ha situado a esta Comunidad Autónoma en “riesgo extremo”, según los expertos sanitarios, con lo que Sevilla, por ejemplo ha suspendido el examen de oposición –en el sentido “opositar” del término—y habrá de aprobar en septiembre.

Decía que el torero Emilio de Justo me interesa. Y mucho. Ya lo advertí hace cuatro años, precisamente en Sevilla, en el Último Tercio de Movistar Plus, recién finalizada una corrida de la feria de abril: “¡Ojo con éste!”, me atreví a decir, como comentario marginal a la noticia que le hacía protagonista. Un año después, debutaba como matador de toros en Valladolid. Actuaba en tercer lugar, junto a Juan Bautista y López Simón y toros de El Pilar en el cartel. Contiguo a mí, en el burladero del callejón, se hallaba un joven que comentaba la corrida discretamente con los allegados del torero –o eso me pareció—, y antes de salir el tercer toro, primero del debutante, me sorprendió con la pregunta que, sin duda, juzgaría adecuada para romper esa heladora coexistencia que, a veces, se mantiene en el codo con codo de tan angosto parapeto: “¿Le gusta este torero?”. “No me gusta…”, respondí. “ Y antes de que le diera tiempo a desarrugar su fruncido entrecejo, resolví acabar la frase: “¡Me encanta!”. Me encantaba desde que era novillero, por la capacidad de expresión con que ejecutaba las suertes. Una tarde, en Madrid, le echaron un toro al corral y pensé que, con esa rémora, sería difícil levantar cabeza. Pero la levantó, ¡vaya si la levantó! Esa tarde de Valladolid levantó tres orejas y lo levantaron en hombros, procesionando  su figura hasta el paseo de Zorrilla. Que no se me olvide: el contertulio y convecino de callejón era Alberto García, creador de la empresa taurina Tauroemoción y, entonces, miembro del equipo de apoderamiento del torero. Confieso que, desde entones, apenas he mantenido contacto con el joven Alberto, aunque sigo de cerca la trayectoria de “su” torero.

Ayer, en la Sanlúcar gaditana, decía, toreó Emilio de Justo. Más aún: bordó el toreo en sus dos toros de Juan Pedro Domecq. Dos toros bravos, codiciosos y nobles, precisamente los que pueden descubrir a los toreros mediocres. Emilio manejó los vuelos del capote imprimiendo a los lances una mixtura de cadencia y gracia, con los pies sólidamente asentados en la arena de la Plaza, como se asienta el Pino de sus afueras, que le da nombre. Después, desgranó dos faenas de muleta –especialmente, la que cuajó en el sexto toro—plenas de ritmo y empaque, sin una mínima duda, empapando a los toros de trapo rojo y ligando las suertes con una precisión meridiana. Algunos críticos o informadores de toros llaman ”faenón” a estas  obras de arte, pero me cuesta usar aumentativos a lo que es suavidad, mesura y armonía. Fueron dos obras de Emilio de Justo que causaron el efecto del aldabonazo con que llamaban a la puerta de las casas nobles los hijosdalgo de antaño. Pues con esa nitidez, con esa fuerza y con esa autoridad, llama este torero extremeño a las puertas de los cosos taurinos del mundo, con independencia de su categoría administrativa. Cada día me recuerda más Emilio al Joselito de nuestro tiempo, en su época de sólida madurez. Y, sin embargo, es distinto. Tiene otro “son”. Quizá el del cante camaronero, que de cuando en vez, le sale por las entretelas. Cortó “solo” dos orejas porque la espada le falló en el último toro. Ya comprendo, que para los toreros, la contaduría de la cosa cisoria es muy importante; pero entiendo, también, que cuando se torea como torea este muchacho de la alta Extremadura, las estadísticas deberían retroceder al escalón de abajo, el de lo terrenal y consuetudinario.

Me sigue encantando Emilio de Justo. Me encandila cada día más. Ahora está en plena sazón. Macizo y flexible, a la vez. Es figura consolidada. ¡Ojo con este!

Publicado en República

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