Obispo y Oro: Seis toros, seis estocadas Por Fernando Fernández Román.

Había mucha suspicacia, mucho pronóstico negativo sobre el juego que podría dar la corrida de Matilla, el ocasional empresario y organizador de una feria de san Isidro con jubón nuevo, el del escenario que la cobija. Quizá fuera un deseo imaginario, brumoso y oculto, pero si, además de la escasa respuesta de público, Matilla pega un petardo como ganadero más de uno se iba a frotar las manos de gusto. Pero, no. Resulta que Antonio García Jíménez, alias Toño Matilla, envió a su interino feudo un corridón de toros. Casi todos al careo de los seis años, vareados de carnes y armados hasta los dientes, los toros que lucían dos hierros de la “casa” –el de los hermanos y la mamá—acabaron por ser recibidos en el ruedo con una ovación –como el cuarto—o despedidos con los mismos honores –como el segundo y el tercero–. Se atisbó cierta escasez de fuerza en los dos primeros, pero lo cierto es que su casta brava les empujó hacia arriba, embistieron mucho y bien, con el viaje franco y el hocico levantando granitos de arena con los ollares. Toros bravos, de largo recorrido –algunos haciendo “el avión” sobre el lienzo de los utensilios de torear— que pusieron en bandeja el triunfo a los toreros, especialmente a los supervivientes del primitivo cartel.

Porque, en efecto, en el cartel de añeja estampa que anunciaba este ciclo de toros de Carabanchel aparecía encabezando la terna Antonio Ferrera, que se quitó de en medio por razones aún no explicadas suficientemente, y su sustituto, Emilio de Justo, parece que sigue convaleciente del percance sufrido recientemente en Leganés. Conclusión: entra en escena Daniel Luque, que es uno de los nombres propios de la feria. Con estos planteamientos la Plaza registró una entrada, digamos, “decente”, a tenor de lo que llevamos visto en días precedentes. Para salvar los muebles de la taquilla y cubrir gastos, quizá. En cualquier caso, bastante más público que en días anteriores, incluso con la presencia de figuras rutilantes.

Si estuvieran vigentes los resúmenes de Agencias de noticias de hace varias décadas, los viejos teletipos telegrafiarían el minuto y resultado del festejo que se resume así: Carabanchel, 20 de mayo. Octava de feria de san Isidro. Media entrada. Cuatro toros de Hermanos García Jiménez y dos (segundo y tercero) de Olga Jiménez. Todos bien presentados, bravos y encastados. Miguel Ángel Perera (oreja y ovacion, tras aviso), Paco Ureña (oreja con petición de la segunda y ovación) y Daniel Luque, que sustituye a Emilio de Justo (Saludos y palmas). Efe (por ejemplo).

Pero no estamos en aquellos tiempos. Habrá, pues que matizar. Decir que Perera se hartó de torear al primero de la corrida, un toro de anatomía avacada, cornalón y veleto, bravo y codicioso. Lo enhebró en el faldón de su muleta y le hizo girar en su derredor en cuatro tandas a derechas y tres a izquierdas, para, después, aguantar impávido miradas y parones, colocando una estocada en lo alto, pelín trasera, que tiró sin puntilla al cornúpeta. En el cuarto, un burraco de gran trapío, repitió la partitura, porque el toro fue noble a más no poder y se fue largo al final de las suertes. Miguel Ángel Perera, templado y sereno, se adueñó pronto de la situación y gobernó aquello a su antojo, poniendo colofón a la obra con otro estoconazo, pero se amorcilló el astado junto a las tablas.

Decir también que Paco Ureña dibujó unos lances mecidos y arrogantes y unos bellísimos delantales al segundo toro de la tarde, un toro de enorme fijeza, cuya faena brindó al equipo médico de la Plaza que capitanea el doctor Enrique Crespo, por su abrumador y magnífico trabajo en lo que llevamos de feria. Algunos muletazos, instrumentados con el compás exagerada y deliberadamente abierto –diríase despatarrado—levantaron clamores. El final del trasteo, por bajo, de cartel de toros. Estocada hasta las cintas. Oreja, que debieron ser dos. ¡Estos presidentes!… El quinto, de incierta embestida, acabó metiendo la cara por abajo y Ureña, muy entregado en su obra, acabó deslumbrando de nuevo, especialmente en unos naturales a pies juntos, echando al hocico del animal los flecos de la muleta. Precioso. La estocada se reforzó con un golpe de verduguillo, por aquello de abreviar.

Y, por supuesto, consignar que Daniel Luque no pudo revalidar el triunfo de hace dos días, porque su primer toro, que era una máquina de embestir, sufrió un tremendo volatín y fue perdiendo facultades paulatinamente. No obstante, Daniel dibujó lances y muletazos con su proverbial reposo y prestancia. Tremendo toro, el sexto, de los de antes de la guerra… de Cuba. Potente y enterizo, el de Matilla acudió a los cites del torero con un punto de destemplanza, léase brusquedad, acostumbrados como estábamos a tanta nobleza y largo recorrido. Este fue, pues, el garbancito negro del suculento cocido que embarcó Matilla en El Cabaco salmantino, porque el toro acabó rajándose clamorosamente. A ambos los despachó de dos estoconazos de efectos fulminantes.

Destacar asimismo los pares de banderillas de Curro Javier, Javier Ambel y Juan Contreras y los puyazos de Oscar Bernal y Pedro Iturralde. Ya lo han leído: Seis toros, seis estocadas. Y todas, entrando por derecho y en lo alto del morrillo ¿Dónde se ha visto semejante certería? Aunque solo fuera por eso, mereció la pena estar ayer en Vistalegre.

Publicado en República

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