Obispo y Oro: Los “del arte” también se arriman Por Fernando Fernández Román.

Tal como se han puesto las cosas en España, el hecho de que, por fin, el verano taurino se haya asomado a Santander, ya es un triunfo. Ver toros en esta Plaza bella y cuidada, con el oreo húmedo de la brisa de la había y la techumbre entoldada de su cielo, siempre fue un premio para el aficionado local y foráneo. Aquí el veraneo es sosegado y plácido, de soleo dorador de pieles por la mañana y rebequita precautoria por la tarde. Y de agua, tibia y lenta. Ayer no llovió pero, la arena del coso de Cuatro Caminos tiene una granulometría parda y débil, proclive a formar nubes de polvo que ciegan a toros y toreros. “¡Corta, corta, que no veo!”, rogó Morante a uno de sus banderilleros apenas iniciada la lidia del primer toro de la corrida. Una corrida que despertó gran expectación, porque en el cartel figuraban tres toreros que dicen “de arte”, como si el “arte” no fuera consustancial con los artistas, de la misma forma que el valor lo es con el soldado. Ayer, en Santander, los tres artistas que casi llenaron el graderío en el porcentaje permitido, hubieron de tirar de valor para solventar los problemas de una corrida anunciada con el hierro del Puerto de San Lorenzo, aunque en realidad la mayoría de los toros llevaban el hierro de La Ventana, que es por donde asoman la gaita los que llevan un linaje diferente al emblemático que habita el Puerto de la Calderilla de la familia Fraile. Los, digamos, titulares, fueron dos (encaste atanasio-lisardo) y el complemento, cuatro (encaste puro “domecq”, por la vía Aldeanueva del viejo Raboso salmantino). Todos comen el mismo pienso y merodean por las mismas encinas, pero… no es “lo mismo”. En el puerto de Santander también se hallan anclados barcos de recreo y otros que faenan en caladeros bien dispares para capturar pescados y mariscos de insuperable apetencia, pero… las aguas son bien diferentes. Con estos toros salmantinos ocurre lo mismo. Ayer, en teoría, el sorteo “premió” a Pablo Aguado con dos “ventanas”, y a Morante y Urdiales les tocó uno de cada. Les digo una cosa: así, a ojo, nadie notó la diferencia, ni en tipo ni en comportamiento, lo cual puede fomentar la idea de que las dos familias de semovientes cornúpetas no solamente comparten cerrados, sino también criterios selectivos.

La corrida, cuatreña, toda ella, tuvo una presentación pareja y bien armada, excepto el que se lidió en cuatro lugar, una sardina astifina de la Ventana del Puerto (un ventanuco, dirían por acá) pasó por ocho quilos el mínimo reglamentario para plazas de segunda categoría. Y de carácter, ya digo, también muy semejante. Salvo el segundo, con el recién citado hierro, que derribó en varas, apretó en el segundo encuentro y embistió con mejor tranco, el resto demandó firmeza y templanza para conducir las renuentes embestidas. Valor sin alharacas, ese valor que no se enseña con aspavientos, pero que es imprescindible para torear al que se resiste de forma contumaz. Especialmente, el lote de Pablo Aguado, dos toros que demandaban porfía constante, perseverancia o quehacer indubitado para conducir las embestidas hasta más allá de lo que los toros ofrecían. Hay toreros que muestran de forma ostensible estos esfuerzos, pero por lo visto, con los “de arte” no va la cosa. Así que la actuación del joven torero sevillano fue muy meritoria, aunque el premio tangible no llegara porque pinchó repetidamente en el tercero, hasta llegar el aviso, y le negaron la oreja tras la estocada en lo alto que propinó al sexto. Entre medias, un embrocado toreo de capa ganando terreno en los lances y unas series de muletazos de difícil ligazón, que llevaron al los toros hasta más allá de lo que parecían admitir.

Diego Urdiales dio un recital de toreo caro y bueno durante la faena de muleta al segundo toro, después de haber toreado de capa con excelente juego de brazos. Fue una labor cuajada de muletazos armoniosos, honda y ligada, recibida por el público con alborozo. Algunas series fueron, sencillamente magníficas. Estocada trasera, entrando con fe y oreja de premio. También se la hubieran dado en Madrid. El quinto, del Puerto, embistió a trompicones y Diego sacó los pases como se saca el agua de una noria, cambiando los canjilones por zapatillazos para provocar las arrancadas. El toro acudía al trapo con un andar cansino y, por tanto, la faena fue premiosa, que no premiada. Sonó un aviso que, en voz ocurrente de un espectador, pareció el “toque de queda” que rige en esta Comunidad a la una de la madrugada.

¿Y qué decir de Morante? Pues que se apoderó de la tarde, de principio a fin. Poco dado a aceptar estereotipos, José Antonio no quiere que se hable de él con frases hechas, como que está “en racha”, “en su mejor momento”, etcétera; pero lo cierto es que esta temporada encuentra soluciones para todo tipo de toros. Las encuentra porque echa mano de un hincapié para muchos aficionados desconocido. Opinión personal: Morante no busca el triunfo “a toda costa”, sino como un reto personal, partiendo de ritual personalísimo de su toreo. Y para eso hay que tener una valor extraordinario, porque para dotar de belleza expresiva a su obra artística se precisa un soporte adecuado; pero los toros no entienden de estas cosas. Por eso su actuación de ayer en Santander fue altamente sorpresiva para la mayoría de los espectadores. Morante obligó a los toros de su lote a tomar los utensilios de torear partiendo de unas formas exquisitas, esencialmente artísticas, espontáneas, a veces ribeteadas de genialidad. Aguantó impávido parones y miradas, actitudes propias del remoloneo de los toros de lidia ayunos de fuerza o de casta, como el primero, del Puerto, o las acometidas rebrincadas y amenazantes del cuarto, de La Ventana. Y ahora, imagínense el aderezo de unos lances armoniosos, unas chicuelinas de ajustada coreografía y muletazos largos, de exquisito trazo y remates improvisados, por alto y por bajo, rodilla en tierra y a pie firme, desplantes airosos, tocaduras oportunas de pitón… en fin, todo un muestrario de la tauromaquia que improvisa el de la Puebla en este año todavía pandémico, para nuestra desgracia, pero venturoso para este torero y para la fiesta de los toros. Brindó a Jaime Ostos su segunda faena, pinchó a sus dos toros y perdió trofeos por ello, pero… qué más da. Hay ovaciones rotundas que confortan más que la casquería caliente y peluda.

Destacar también la excelente actuación de Oscar Bernal, Cristóbal Cruz y Manuel Burgos a caballo, de Trujillo, Pirri, Tirado e Iván García con las banderillas. Los toreros fueron recibidos y despedido con una gran ovación, en una tarde de toros que demostró que, en este tiempo que vivimos, los “del arte”, también se arriman. No ciertamente, haciendo uso del antiestético “arrimón”. Ni falta que hace.

Publicado en República

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