Dos orejas para Diego Urdiales, que responde parando el tiempo en la Maestranza.

Por Paco Aguado.

El diestro riojano Diego Urdiales obtuvo hoy un rotundo triunfo en la Maestranza de Sevilla al cortarle las dos orejas al cuarto toro de la tarde, al que hizo una faena plena de naturalidad, pureza y cadencia, que se antojó como una respuesta a la soberbia actuación de Morante de la Puebla el día anterior.

La redonda actuación del maestro de Arnedo pudo interpretarse, sí, como una réplica formal a la antología morantista, en un duelo diferido entre dos distintos pero grandes artistas, en su caso aportando la otra cara del toreo más trascendente: la de la difícil facilidad para reducir al mínimo la velocidad de los toros.

En eso se empeñó Urdiales con ese cuarto de la tarde, una vez que hizo un largo y más que meritorio esfuerzo por hacer pasar por las telas, como consiguió finalmente, la reacia mansedumbre del boyancón que abrío plaza en esta penúltima de feria y que en otros tantos arreones derribó en tres ocasiones al picador.

Aun así, no era ese el toro más idóneo para que la Maestranza pudiera ver de una vez la gran calidad de la tauromaquia del riojano, pero sí lo fue, aunque sin llegar a romper realmente en bravo, el que salió en cuarto lugar, un animal más fino y que, al menos, tuvo algo de recorrido y celo en sus arrancadas.

Con eso se bastó Urdiales para cuajarle un preciso y torero saludo a la verónica, con media docena de templados y exactos lances, con el capote cogido muy en corto, para ganarle terreno hasta las rayas del tercio.

El trasteo de muleta se abrió con el toro protestando y berreando con un genio que atemperó el matador con un sosiego y una cadencia en el trazo que nunca abandonó, añadiendo a la efectividad lidiadora la relajada naturalidad quien domina el oficio y lo aplica con la más segura de las convicciones.

Y desde ahí la faena fue creciendo en regusto, especialmente cuando Urdiales citó por el pitón izquierdo, precisamente por donde el animal había hecho peores cosas en los primeros tercios, solo que la pura, sincera y valiente manera en que el maestro le propuso el duelo logró esa magia del gran toreo que logra que el toro entre al cite como un vendaval y salga como una brisa del remate de los pases.

Arrancó a tocar la banda y ya todo fue un despliegue de la mejor tauromaquia de Urdiales, con muletazos de morosa pereza, ralentizados hasta la pausa, recreado el torero con pecho y cintura en el recorrido de un toro seducido por las dulces muñecas que le mecieron, tanta a tanda, pase a pase, por los dos pitones, hasta detener el tiempo.

De los tendidos sevillanos comenzaron a surgir gritos admirados de ¡torero! para un Urdiales que, consciente del valor de su obra no quiso dejarla sin la mejor rúbrica: un determinado volapié que dejó el acero en el mismo hoyo de las agujas. Y las dos orejas del premio fueron tan rotundas como el mensaje a navegantes lanzado por el riojano.

Antes, José María Manzanares había paseado otro trofeo por una faena llena de altibajos de temple, asiento y ajuste a un segundo toro que no le negó ni una sola de sus buenas embestidas y al que mató de una efectiva y decisiva estocada en la suerte de recibir.

También fue claro, por su clase y su profundidad, el tercero, con el que puso todo su empeño el joven sevillano Ángel Jiménez, sustituto de Pablo Aguado. Lució de capa y en los primeros compases del trasteo de muleta, solo que, a medida que el animal perdía inercia la faena del joven espada, que apenas ha toreado desde su alternativa, fue decayendo hasta el desánimo.

Ya con el sexto, intentó remontar Jiménez aguantando los secos tornillazos a la altura de las sienes que le lanzó un toro tan manso y rajado como el quinto, al que Manzanares, con poca capacidad resolutiva, tuvo que matar, a la última, al hilo de las tablas a las que el toro quería irse desde que pisó el albero.

Ficha del festejo

Seis toros de Domingo Hernández (el 2º con el hierro de Garcigrande), de muy desigual trapío, tanto en las cabezas como en su cuajo y alzada. Y también de juego dispar: mansos y rajados primero, quinto y sexto, con clase y recorrido segundo y tercero, y manejable pero de escaso celo el cuarto.

Diego Urdiales, de verde botella y azabache: estocada contraria delantera (ovación); gran estocada (dos orejas).

José María Manzanares, de azul noche y oro: estocada recibiendo (oreja); dos pinchazos, media estocada y siete descabellos (ovación).

Ángel Jiménez, de marfil y oro, que sustituía a Pablo Aguado: pinchazo y estocada trasera (ovación); estocada desprendida (ovación).

Entre las cuadrillas, José Chacón y Mambrú saludaron tras banderillear a tercero y quinto.

Al terminar la corrida, Diego Urdiales procedió al corte de coleta de su banderillero Juan Carlos Tirado, que se retiraba de los ruedos.

Decimotercer festejo de abono de la feria de San Miguel, de Sevilla, con el aforo del 60 % casi lleno (unos 5.800 espectadores).

Publicado en El Diario de Córdoba

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