La Maestranza se puso en pie cuando descubrió la presencia del Faraón.

Lo más destacado lo ejecutó José Ruiz Muñoz, sobrino nieto de Curro Romero.

La plaza se puso en pie cuando descubrió la presencia del Faraón.

Los ‘bohórquez’, de menos a más.

Por Luis Carlos Peris.

Se repetía la fórmula ya ensayada el pasado año, que consistía en anunciar a seis toreros locales en lo que se dio en llamar corrida de la oportunidad, pero que de oportunidad no está dando los frutos apetecidos. Seis toreros llenos de ilusión pero con un solo cartucho en la canana, lo que resulta como un más difícil todavía en busca de la meta soñada por todo el que decide ganarse la vida vestido de seda y oro. Y es lo que pensábamos cuando empezaron a salir esos murubes de Bohórquez que en nada se parecen ya a ese encaste. Negativos los dos primeros toros, la corrida fue yéndose arriba hasta culminar con un par de ejemplares de buena nota. Y sobresaliendo en el caballo Pastelero, que cerraba la tarde y que fue picado con mucha torería por Manuel Jesús Román, Espartaco por su familia.

La corrida fue rica en brindis y cortita de triunfos, que es como el cara o cruz que va de la ilusión a la frustración. Y hay que fijarse bien el empeño que puso Borja Jiménez en aprovechar ese cartucho tras brindárselo a Espartaco. Pero Sumiso se declaró insumiso a la hora de colaborar con su matador, que estuvo siempre muy por encima de él. A base de cabezazos y de saber qué se dejaba atrás se puso imposible, Borja lo mató bien y el público estuvo cariñoso con él.

Tampoco tuvo fortuna Lama de Góngora en el sorteo, pues quizá fuese Cacereño el peor de todos. Un toro huyendo siempre hacia su querencia en chiqueros hizo ímproba la brega y casi imposible banderillearlo y eso que estuvo enorme José Chacón con él. Unos naturales dando el pecho fue de lo poco que Francisco pudo sacar en claro.

Rafael Serna quiso en todo momento y hasta logró que sonase la música, pero tuvo el infortunio de que Eolo soplase con fuerza y todo quedó en los deseos y en las innegables buenas maneras del torero de la Costanilla. Le había brindado a sus dos hermanas y todo quedó para la próxima, que ojalá sea pronto.

Ángel Jiménez triunfó el pasado año en esta corrida y bien espoleado que salió, Intentó abrirle los caminos idóneos a Reportero y lo único que logró fue que los tendidos le reconocieran que estuvo por encima del toro. Una estocada sin puntilla fue lo más destacado de su labor ante un toro que salió abanto y que acabó con más genio que bravura.

Y salió el quinto, llamado Camarero, y a punto estuvo de servirle a José Ruiz Muñoz las orejas en bandeja. El sobrino-nieto de Curro Romero es cierto que, salvando las lógicas distancias, se mira en su espejo. Cuando le brindó y se descubrió al Faraón en el palco del Labradores, la plaza se puso en pie para dar la mayor ovación de la tarde. No defraudó con la muleta José, ni mucho menos, pues se acopló con él y en su intentona de hacer el toreo despacioso y con empaque cierto es que lo logró en ocasiones, tanto que el público pidió con fuerza la oreja. Pero la verdad es que había más gritos que pañuelos y deben saber los usías del momento que cada vez usan guardamocos menos personas. O sea que no hubo oreja.

Y la tarde se cerraba con el animoso Calerito yendo a portagayola para recibir a Pastelero, una máquina de embestir con celo y repetición. El torero tuvo la generosidad de lucir al toro en el caballo y el lucimiento se lo repartió con el picador. Yendo muy de largo, el toro hizo una hermosa pelea, Calerito brindó a Espartaco, citó desde los medios sin probarlo y todo funcionó hasta que el toro dijo basta. Una estocada sin puntilla le ponía el punto final a la corrida y la gente hablaba de José Ruiz Muñoz.

Publicado en El Diario de Sevilla

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