Feria de San Isidro: Una absoluta desvergüenza.

Muy devaluada Puerta Grande de Emilio de Justo en una tarde aciaga de toros, toreros, presidencia y público.

Por Antonio Lorca.

Ni los toros de Garcigrande debieron ser nunca aprobados para salir en esta plaza; ni Tomás Rufo mereció la oreja de su primer toro; ni Emilio de Justo puede estar satisfecho de su cuarta Puerta Grande, ni el quinto toro mereció el honor de la vuelta al ruedo, ni el presidente debe seguir un festejo más en el palco, ni el público puede ser más bullanguero y triunfalista…

Una absoluta desvergüenza y la confirmación, si alguna duda quedaba, de que la fiesta de los toros se desliza por un precipicio al que aún no se le ve el fondo. Es la nueva tauromaquia, ya entronizada en Sevilla, y que ha tomado asiento en Las Ventas con todas las bendiciones.

Han subido, y de qué manera, los precios de las entradas sueltas y ha bajado el toro, como decía ayer la pancarta. Pero ha bajado hasta la caricatura. El primero era impropio de cualquier plaza de primera, y su lidia transcurrió, gracias a los pocos, pero exigentes aficionados que aún quedan en Madrid, entre protestas manifiestas a la presidencia y a la empresa por lo que consideraban una falta de respeto. Ese toro y el cuarto, el lote de Morante, eran dos moruchos, bueyes de carretas, con los que el torero sevillano no estuvo a la altura de las circunstancias. Un diestro de su categoría los aliña por la cara y los mata con dignidad; pero Morante perdió los papeles, anduvo a la deriva y a la defensiva y protagonizó dos mítines escandalosos con la espada, impropios de su categoría.

Reaparecía Emilio de Justo después de aquella muy grave lesión que sufrió hace un año en este ruedo cuando se encerró con seis toros; y fue recibido como merece, con una atronadora ovación de respeto y cariño. Y él respondió, claro que sí, con la entrega y disposición que caracterizan su carrera.

Bien de verdad estuvo ante el toro segundo, un manso con la cara siempre a media altura, de comportamiento incierto, correoso, duro y de feo estilo en la muleta. De Justo luchó, primero, contra el vendaval que dificultó el desarrollo de casi toda la corrida y plantó cara a su embravecido animal que transmitía fiereza y genio en sus constantes arreones. Fue una pelea de tú a tú, en la que se palpaba el peligro inminente. Pero no se arredró el torero ante tan exigente oponente, y trazó un par de tandas emocionantísimas con la mano derecha, obligando al toro a seguir el camino del engaño. Más dificultad opuso por el lado izquierdo, y a regañadientes aceptó un par de naturales que supieron a victoria. Alargó innecesariamente el torero la faena y mató mal, pero ahí quedó la arriesgada y meritoria apuesta de De Justo.

Las dos orejas llegaron en el quinto, un nobilísimo animal, que humilló en el primer puyazo y no destacó por su recorrido en banderillas, con el que el torero estuvo bien, especialmente con la mano derecha, en una faena intermitente, en la que se mezclaron momentos excelsos con otros insulsos. No se produjo la esperada explosión, no hubo arrebato ni conmoción, y, además, la estocada cayó defectuosa, lo que produjo una larga agonía del toro. Paseó inmerecidamente las dos orejas, mientras el presidente escuchaba por enésima vez esa cantinela de “fuera del palco”, que le dirigía gran parte de los tendidos. En ese ambiente se le dio la vuelta al ruedo al toro, otro premio inmerecido.

Y Tomás Rufo no salió también a hombros de puro milagro; bueno, no. No salió porque fue un torero sin ideas y perdido en su propio aburrimiento ante el noble y muy blando sexto de la tarde. Le cortó, no obstante, la oreja al tercero, que brindó al público, y lo recibió, muleta en mano, como si estuviera en los Sanfermines, de rodillas para enardecer a la masa, y lo consiguió, con cinco muletazos largos a un toro de dulzona embestida. Ya en pie, la película cambió de argumento, de modo que se diluyó en intermitencias, entre las que destacó un gran natural y un largo pase de pecho, y un par de naturales más cuando ya la larga faena tocaba a su fin. Mientras paseaba el trofeo tuvo que escuchar palmas de tango y otra vez aquello de “fuera del palco”.

En fin, que la caída en picado de la tauromaquia moderna no hay quien la pare…

Garcigrande / Morante, De Justo, Rufo

Toros de Garcigrande, mal presentados, mansurrones en varas, descastados y sosos; moruchos los lidiados en primero y cuarto lugares; correoso, bronco y exigente el segundo; noble y desfondado el tercero; de gran clase en la muleta el quinto, que fue premiado con la vuelta al ruedo y soso, noble y muy blando el sexto.

Morante de la Puebla: tres pinchazos, diez descabellos -aviso-y un descabello (silencio); seis pinchazos (pitos).

Emilio de Justo: pinchazo -aviso- pinchazo y estocada (ovación); estocada caída (dos orejas). Salió a hombros por la Puerta Grande.

Tomás Rufo: estocada trasera y desprendida (oreja); dos pinchazos y estocada baja (silencio).

Plaza de Las Ventas. 11 de mayo. Segundo festejo de la Feria de San Isidro. Lleno de “no hay billetes” (22.964 espectadores, según la empresa).

Publicado en El País

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