Paco Camino: “La historia y el tiempo ponen a cada uno en su sitio.”

Paco Camino por José Aymá.

Por Zabala de la Serna para El MUNDO.

Al Niño Sabio de Camas que se forjó en el Norte las cornadas le han pasado factura a sus 78, y las piernas le pesan como si le hubieran soldado con plomo las tuberías de las venas. Su rostro lo ha surcado la estampida de toros bravos que tumbó. El hígado que le regalaron en 2005 le transplantó una nueva vida. Hace 9 años inexactos que no nos veíamos grabadora en mano: Paco Camino, la figura transoceánica de la década de los 60 y 70 del siglo pasado, el epicentro de la santísima trinidad –Puerta, Camino y El Viti-, celebraba entonces los 40 años de los siete toros y las ocho orejas de la inolvidada Corrida de Beneficencia de 1970.

Ésta es, por tanto, una entrevista sin fechas ni efemérides: todas se acumularán la próxima temporada, cuando también aventaremos los 60 años de su alternativa. Y cantaremos todos la dimensión estratosférica de una figura mundial frente a los mitos líricos que nos enamoran: 2020 ya está bautizado como el año de Paco Camino. Habrá que peregrinar a los pies de su clarividencia aún vigente. Aunque ya anuncia que huirá de todos los homenajes, que le apestan. Él vive y respira la paz del guerrero en un rincón fronterizo entre Ávila, Toledo y Cáceres, a los pies de la Sierra de Gredos. Donde cultiva santacolomas como amapolas grises.

Maestro, la transcendencia universal de su carrera se sustentó en Las Ventas: 12 Puertas Grandes, 10 de ellas en San Isidro. Cuando se acercaban estas fechas, ¿qué sentía en el cuerpo?

Venía de Sevilla, donde me apretaban. Que me gustaba y no me gustaba, yo qué sé… Como me hice torero en Barcelona y Zaragoza, me costó mucho meter la cabeza. O no la llegue a meter nunca. Así que había que arreglarlo en Madrid. Le decía a don Pablo [Chopera, su leal casa de apoderados], «no se preocupe que este año cuatro o cinco orejas corto seguro». Y las cortaba.

Hubo alguna temporada de cinco tardes en San Isidro, como la del 67.

Uno está en el toreo para eso. Y las figuras nos sustituíamos unas a otras sin ningún problema.

Porque caían heridos con una frecuencia terrorífica.

Siempre había uno o dos, sino tres, en la cama. Los que más visitaban el sanatorio de toreros eran Antonio Ordóñez y Diego Puerta.

Diego Valor y sus mapas de cicatrices.

Puerta tenía cojones para parar un barco. Un torero incómodo, incorrecto. En plan bien lo digo. Yo le aconsejaba «compadre ten cuidado con el toro por ese lado». Y cogía y se ponía por ahí para demostrarme lo contrario.

Formaron la santísima trinidad de los 60 con El Viti. El Cordobés al margen.

Benítez era caso aparte y salió después. Primero apareció Puerta, luego yo y más tarde Santiago.

Madrid fue su plaza, pero al principio no le perdonaban que no hubiera pasado de novillero.

Hombre, es que en aquella época te exigían eso. Iba a venir dos tardes. Pero cuando me ofreció la exclusiva Pedro Balañá, el viejo, me quería anunciar en cinco novilladas. Entonces era muy difícil triunfar, yo era un cigarrón y me dio miedo.

En su confirmación de alternativa tampoco hubo suerte.

Ni en las tres primeras tardes. Fueron tres petardos. La primera oreja la corté a un toro de Arellano Gamero Cívico en el año 62. Y ahí ya empezó a entrar Madrid. Ya en el 63 corté cuatro orejas.

Y así hasta las 12 Puertas Grandes. En Las Ventas se centran sus grandes hitos icónicos: los siete toros y las ocho orejas de 1970, el sobrero de Jaral de la Mira, el pablorromero Serranito…

Y un toro colorao de Baltasar Ibán al que le corté las dos orejas. He cuajado muchos toros en Las Ventas. A Madrid yo iba a hacer la temporada: se ganaba el dinero y te daba prestigio para toda España como ninguna otra plaza. Lo mismo hacían El Viti, Puerta y Ordóñez.

La dimensión de su fama en México podría estar a la altura de la de Manolete.

Pero a partir de 1963. Las plazas de El Toreo y la Monumental eran una maravilla. Colgabámos el cartel de «no hay billetes» todas las tardes. Nunca falté en América como matador de toros. Un año toreé 58 corridas. Y una vez regresé directamente para torear en Sevilla

¿Y no acusaba el cambio del toro?

No. El toro mexicano cuando salía bueno era muy bueno. Y tenía más cara. Allí había además un puñado de toreros importantes: Capetillo, Alfredo Leal, El Calesero, Manolo Martínez, Tirado, Huerta…

Conserva una memoria prodigiosa.

Me acuerdo de todo. Y todo es bueno. No crea que conozco todas las plazas de México. Lo que pasa es que cuando iba para allá me anunciaba, por ejemplo, en Guadalajara cuatro o cinco tardes, en Querétaro lo mismo, Tijuana o Ciudad Juárez, que eran en junio. Iba y venía. ¡Y sin saber inglés!

¿Y para qué quería el inglés?

Porque el viaje era Madrid-Nueva York, Nueva-York-Dallas, Dallas-El Paso y de El Paso ya a Tijuana.

Pues de Camas a Tijuana hay un paseo.

[Risas] ¡Uh, yo qué sé dónde está! Y viajaba solo.

¿La pasaba bien en América?

Yo no he sido hombre de triunfar y salir como un loco. La temporada hay que empezarla y terminarla. Y para eso hay que estar preparado. Si piensas en otra cosa…

¿Ni en las mujeres?

Ni en las mujeres. Aunque no creo que estropeen ni al hombre ni al torero

¿Cómo era Diego Puerta en la calle?

Mi amigo íntimo, mi hermano.

¿Y El Viti?

También, a pesar de la distancia. Hablamos de cuando en cuando.

Con El Cordobés llegó a las manos en Aranjuez.

Ninguno de los dos somos rencorosos. Fue por los nervios y un quite. A los pocos días nos arreglamos.

Se las trajo usted con la llamada Guerrilla. Con Palomo se lio una gresca grave en el programa de José María Iñigo en TVE.

Eso ya me gustó menos. Estaba preparado.

La Historia tiene a Camino en los altares por su sabiduría y su finura -«la gran figura ecléctica dibujada en el fiel de los estilos» como escribió Pepe Alameda-, por su poder y facilidad, por su espada y por su descomunal izquierda…

No sé por qué siempre he dominado mejor la izquierda que la derecha…

¿De la espada no siempre fue un coloso?

Tuve una mala racha en mis inicios, entre 1961 y 1962. Hasta que mi padre, en una gasolinera, yendo para el Puerto de Santa María, donde toreaba con Diego Puerta y Antonio Ordóñez, me dijo que no debía mirar a los pitones, que había que dar con la boca en el morrillo de los toros. Y por la noche hice lo que me aconsejó: el toro me pegó una voltereta tremenda. Pero le corté el rabo.

No sólo era la contundencia, sino la lentitud y pureza con la que ejecutaba el volapié.

Me pegaron desde entonces muchas volteretas entrando a matar. Hasta que me fui depurando. Pero no me importaba porque ya tumbaba todos los toros.

También, en aquellos años de arranque, su toreo era más perfilero de lo que luego fue.

Claro, todos toreábamos un poco perfileros. Hasta que Ordóñez trajo lo de la pata p’alante y, unos más y otros menos, empezamos a copiarle. Pero éramos todos diferentes. ¿Se acuerda de Miguelín? Distinto a todos. Y Puerta no se parecía a nadie. Ni El Viti. Ni Mondeño. Ni Ostos. Ni yo me parecía a ningún otro. No digo que ahora sean iguales, pero sí parecidos. Hay que ponerle más alma al toreo, que aquí ya van todos de maestros y eso no es bueno para la Fiesta.

¿Cuál era su secreto?

Siempre estaba pensando en el toro, esa era la cosa. En el callejón no hablaba con otro compañero cuando estaba el toro en la plaza. No matas tus dos toros y te vas a tu casa. Yo estaba siempre en el burladero. Había que estar pendiente del otro. Y con un pie fuera por si había que salir de urgencia.

Le tengo que hacer la pregunta recurrente de todas nuestras entrevistas: vaya con el cartelito de la mandanga que le colgó Antonio Díaz Cañabate por su privilegiada facilidad.

¡Bah! No me preocupó en absoluto. Luego me escribió una crónica preciosa en San Sebastián: decía que yo era como el mar, que nunca se cansa uno de verlo. Si lo de la mandanga venía más que nada era por molestar a Sebastián Miranda, que era muy partidario mío. «El Caña éste está loco», me decía Sebastián.

¿Cómo era el toro?

Más chico pero tenía más problemas, era más difícil y te cogía más. Ahora no digo que sea más fácil, porque en el toro no hay nada fácil, pero te agobia menos y es más dócil.

El porcentaje de toros malos era mucho mayor…

Ahora sale uno malo y dicen «es que me ha mirado y me ha querido coger». ¿Y qué quieres que haga el toro? ¿O es que estamos aquí de pardillos?

A pesar de su facilidad, le castigaron mucho los toros: 30 cornadas jalonan su cuerpo, gravísimas las de 1961 en Bilbao -un toro de Atanasio le partió la safena- y la de su reaparición de 1980 en Aranjuez -uno de Baltasar Ibán le atravesó el pecho-.

Ley de vida. Estuve muchos años en activo.

Es curioso que aunque mató todo tipo de encastes, del suyo favorito, Santa Coloma, no tiene ninguna cornada siendo tan certero.

¡Eso digo yo!

¿Qué le gustaba tanto de los santacolomas para incluso criarlos?

Que eran muy listos. Sólo con que te mirara con las orejas sabías si iba a ser bueno o malo. Y luego que el toro malo es imposible hacerlo bueno. Y que el bueno era buenísimo. Mi ganadería la tengo desde 1968. Pero, como sabe, no lidio.

¿La máxima de que en la temporada hay unos determinados días D en los que había salir dispuesto a morir se cumplía en usted?

Aquí hay que exponer si quieres algo en la vida. Incluso albañil. Yo venía de una familia humilde, de pasar mucha necesidad más que hambre. La moneda al aire había que tirarla en Madrid, en Sevilla pero menos, en Bilbao, Pamplona y en Bayona francesa.

A propósito de lanzar la moneda, ¿qué le parece Roca Rey?

De momento está despertando a la gente. Y eso es muy importante. Ojalá hubiera dos o tres Roca Rey. Sería una maravilla. Habrá que esperar a que salga otro que se le parezca.

¿Le llama la atención alguna virtud suya?

Que le pega pases a todos. Se arrima como un desesperado. ¿No lo vio en Resurrección en Sevilla? Estuvo pesado, pero de arrimarse. La gente decía «¡basta, basta ya!». Eso es fundamental. Y muy positivo. Para todos.

Roca Rey ha sido la figura que le ha dado consistencia al bombo de San Isidro, ¿usted hubiera participado?

No. Yo toreo lo que me da la gana y no tiene que interponerse nadie en lo que yo, como figura, quiera. A mí no me gusta.

También es verdad, maestro, que ustedes no le ponían reparos a lidiar todo tipo de encastes. Que, por cierto, en los 60 gozaban de una feliz plenitud.

Hombre, mataba una de Antonio Pérez, otra de Baltasar Ibán y otra de Atanasio, por ejemplo. O de Juan Pedro, Pablo Romero y Gamero Cívico. De Benítez Cubero no mucho, porque era un toro muy alto y, como yo no lo era, no me gustaba mucho.

Si usted tenía la talla perfecta…

No crea, un par de deditos más no me hubieran venido mal [ríe a mandíbula batiente].

Ya que estamos yendo y viniendo entre el pasado y el presente, ¿qué piensa del animalismo y del constante acoso antitaurino?

Que corren tiempos de adoptar perros y abandonar a los padres en las residencias de ancianos.

Hace casi una década decía que la culpa del cierre de la Monumental de Barcelona la tenían «los golfos de los políticos». ¿Y ahora que ve el golpe de Cataluña?

Que son más, y más golfos y sinvergüenzas.

Aunque sigue todas las ferias por Canal Toros, su acercamiento más reciente a las plazas fue por José Tomás. ¿Siguen en contacto?

Sí, claro. Hablo muchas veces con él. No sé si vendrá estos días a tentar a la finca

¿Suele ir?

Sí, sí, todos los años. Ya le llamaré.

¿Y qué le parece el planteamiento de anunciarse en Granada con un rejoneador?

A mí no me gusta. Pero cada uno es dueño de hacer lo que le dé la gana.

¿Se acuerda de la que se lió cuando devolvieron su Medalla de Oro de Bellas Artes porque se la habían concedido a Francisco Rivera Ordóñez?
Es que fue una vergüenza. Y que no la tuviera mi compadre Diego Puerta y que al final se la concediesen a título póstumo, cuando además del valor era el arte y la sevillanía. O que no la tenga aún Julio Aparicio, que debía haber sido inseparable de la Medalla de Miguel Báez Litri.

¿Sigue siendo el toreo de JT el que más le toca.

Sí, claro. Y también Ginés Marín, pero no acaba de apretar todo lo que debe.

¿Vio el alboroto de Pablo Aguado en Sevilla?

Estuvo muy bien, pero tampoco para tirar cohetes. Ahora hay que hacerlo toda la temporada.

¿Es injusta la afición con los toreros largos y poderosos?

La facilidad es muy difícil en el toreo y mucha gente no la comprende. La facilidad de dominar y de comprender. Yo no me puedo quejar. No me he parecido a nadie y ya está. La historia y el tiempo ponen a cada uno en su sitio. Aunque el tiempo ya no se recupera y no queda mucho.

Al maestro le urge la mañana para visitar a su compadre Julio Aparicio:

«Cuando vengo a Madrid, es sólo para verle a él. De los míos ya no queda nadie», dice antes de despedirse camino del rincón de Gredos. Donde vive y respira la paz del guerrero y cultiva santacolomas como amapolas grises.

Publicado en El MUNDO

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