Obispo y Oro: La moneda de Ángel Téllez

Por Fernando Fernández Román.

Pasaban cinco minutos de las nueve de la anochecida y en la tarde de toros de Madrid no había pasado nada. Nada destacable, quiero decir. Como si la Plaza de Las Ventas estuviera poseída del fragor lejano, pero aún latente, de la apoteosis rocareyista del día anterior, habían transcurrido un poquito más de dos horas de corrida y aún seguían salpicando por los graderíos, de cuando en vez, los comentarios acerca del “suceso” recién vivido o recién contado, según los casos. “De verdad, ¿fue tanto lo de ayer?”, se escuchaba a la hora nona referida. “De verdad. Por estas. Ya te lo he dicho cien veces”, replicaba el interpelado. ¿Qué pensarían los toreros del “día después”, cuando se encaminaban hacia la Monumental? Y, sobre todo, ¿en qué pensaría un muchacho que está a punto de cumplir veintiún años cuando se está calando la montera en el claroscuro del patio de cuadrillas y las morillas del frontal le tangentean la pelambre de las cejas? El documento gráfico que precede a estas líneas es bien ilustrativo. Es la viva estampa de lo trascendental, del hoy tiene que cambiar mi vida, del ahora o nunca, del ser o no ser. Tremendo, el dilema shakesperiano que afronta Ángel Téllez, un joven madrileño que en esos instantes estaba a punto de confirmar la alternativa. Pasaban, digo, cinco minutos de las nueve p.m. y la suerte estaba echada.

En este punto de lugar y hora, un toro colorado herrado con las seis puntas de Jandilla observa desde la lejanía del burladero de matadores el brindis ceremonioso del toricantano y el gesto –puro albur– de arrojar al aire (al viento, más bien) aquella montera de morillas que le apretaba la frente, como se arroja una moneda en el juego de cara o cruz. Cayó la montera a la arena por detrás de su espalda y esperó el torero la habitual respuesta del público, de aprobación o desaprobación, hasta que se oyó el ¡bieeeen!… que corroboraba la fortuna. Bocabajo. ¡Qué poco hace falta para avivar el ánimo de los toreros en trances máximo riesgo!

Y aquí comenzó el rodar de la moneda de Ángel Téllez, que tuvo la ocurrencia de arrodillarse en medio del ruedo y aguantar la feroz acometida de aquella mole con cuernos –tremenda arboladura—que se le venía encima. No salieron las cosas como se esperaba y el encuentro fue un pequeño desastre, con el joven matador en plan cuerpo a tierra y el toro a su aire, después de que partiera con el testuz el estaquillador de la muleta. A medida que avanzaba la faena, la moneda iba perdiendo equilibrio y amenazaba con desplomarse y enseñar la cruz de su envés. En tesitura tan apremiante, pasaba el tiempo y el toro hacía hilo con la tela roja, cuando no buscaba al torero o se quedaba corto de viaje. Valentísimo Ángel, luchando contra los demonios de una embestida cada vez más arisca, plagada de empellones del toro y afanes del torero, que veía como se le iba el tiempo de forma inapelable, hasta acabar enseñando la cruz. Mala suerte. Sonó un aviso. Clavó una gran estocada, pero el personal ni siquiera se pronunció, que es sanción bien molesta para quien había hecho un tremebundo quite por saltilleras y había esperado con ansiedad el último tercio de la lidia de este último toro de la tarde, último cartucho de ese día trascendental para mostrar las dotes que atesora y su íntima convicción de que aspira a colocarse a las alturas de su nuevo escalafón. Demasiados últimos; pero no ultimátums. Valor, le sobra a Ángel Téllez. Ya lo demostró en el primer toro de la corrida, manso violento y cazador de hombres, al que jamás le perdió la cara a pesar de la molestia del viento, llegando a instrumentar muletazos de gran mérito y recetando, previo pinchazo, una estocada letal. No seré yo quien censure su actuación. Es más, se perciben en este torero valores y virtudes dignas de mejor ocasión. Espero que repita pronto.

Cuando el popular “bombo” de Simón Casas decidió que la corrida de JandillaVegahermosa cayera en el coleto de estas tres coletas, a buen seguro que las tres retozarían de gozo. Pues, ya ven, la corrida no se pareció en nada a la lidiada en la feria de Sevilla. Así de misterioso es –afortunadamente– el carácter del toro de lidia. Y así fue el comportamiento de los restantes, lidiados por Sebastián Castella y Emilio de Justo, con sus correspondientes cuadrillas: el segundo, manso, díscolo y berreón, al que obligó su matador a tomar la muleta por abajo; el tercero embistió con las pezuñas a los capotes y a chocazos en la muleta, pero entre medias se llevó un par colosal de Morenito de Arles; el cuarto, manso temperamental, salió de naja en varas, pero al menos proporcionó la emoción del riesgo, y el quinto (único cinqueño, con el hierro de Vegahermosa) fue un toro de bella estampa que tomó con fijeza y empuje un soberbio puyazo de Félix Majada, pero cambió bruscamente a peor en el tercio final, pegando tornillazos en cuanto rozaba las telas. Esta vez, Jandilla pinchó en Madrid.

Con este material bovino se las vieron Castella y De Justo. Aquél, mostró una de sus mejores versiones en el primer toro de su lote, el manso díscolo citado, que obligó a José Chacón y Fernando Pérez a jugársela en banderillas y fue toreramente reducido en su brusquedad por Sebastián en un primoroso comienzo de faena por bajo, ganando terreno hacia los medios. Después, dos tandas en redondo con la derecha y dos de naturales, tuvieron templanza, mando y largo trazo, en una faena también demasiado larga. La espada cayó trasera porque el toro perdió las manos en el encuentro y sonó un aviso, pero los buenos aficionados aplaudieron al francés. También le avisaron en el cuarto, el toro más fiero de los lidiados en la tarde de ayer. Sebastián Castella se olvidó de esta circunstancia y bordó un quite por chicuelinas, antes de pasar de muleta a un toro que no paró de berrear con una voz ronca que daba miedo oír, llegando a cuajar un circular con la mano izquierda verdaderamente magnífico. En suma, una labor de gran exposición que resolvió con valor sereno y técnica impecable. Se le fue la espada otra vez atrás y de nuevo fue avisado. El miércoles vuelve, con la de Garcigrande.

También habrá que esperar la vuelta de Emilio de Justo, uno de los toreros que más interés despiertan entre los llamados a tomar el relevo de las actuales figuras del escalafón. Apenas tuvo opciones de mostrar el evidente progreso demostrado en la campaña anterior. No cedió un ápice de terreno en sus dos intervenciones y destacó poderosamente en su manejo del estoque. Dos pinchazos en todo lo alto al tercero de la tarde, previos a la estocada sin puntilla y un gran volapié al quinto avalan lo antedicho. Paciencia, pues.

A estas horas de la noche Ángel Téllez hará recapitulación de su, para él tan esperada, tarde de confirmación de alternativa. No debería mostrarse contrariado más allá de lo razonable. Ayer, con ser día clave, la moneda de su ciencia torera rodó y la suerte le fue esquiva. Pero lo importante es que tiene esa moneda. Y el que la tiene, la cambia. Que lo le quepa la menor duda.

Publicado en La República

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