Por Domingo Delgado de la Cámara
Hace años que José Tomás no habla con la prensa. Ni falta que le hace. Los propios periodistas son los que hablan por él. Periodistas de toda laya, taurinos y generalistas, están hablando constantemente de la vida y milagros de José Tomás. La propaganda es tremenda e impide hablar con sensatez del personaje. Esta semana pasada, con motivo de su reaparición en Valencia, se han leído sandeces de todo tipo: que si José Tomás tiene vocación de mártir, que si José Tomás busca la inmolación…, o tonterías por el estilo. Pero nada de eso es cierto.
José Tomás ama la vida y lo demuestra constantemente en el mucho cuidado que pone en la elección de las ganaderías, por ejemplo; en lo mucho que espacia sus actuaciones, etc., etc. Se dicen auténticos disparates. Pero se crea un clima tal que hace imposible razonar sobre el asunto, y lo que resulta es un conglomerado de exageraciones y de despropósitos. Yo voy a hacer abstracción de todo ese ambiente creado a su alrededor y voy a intentar hablar de la corrida de ayer tal y como fue en realidad.
Hablemos en primer lugar de los toros. Una corrida de El Pilar dignamente presentada, pero que no era un corridón de toros. Algo desigual, con un toro muy chico, el primero que toreó José Tomás, que nadie protestó; y un toro muy basto por lo alto que era, el segundo de José Tomás. Pero en líneas generales la presentación de la corrida fue digna.
Y en cuanto a juego, la risa fue por barrios. Arturo Saldívar se encontró con un lote extraordinario, tercero y sexto. Dos toros de ensueño, dos toros de consagración. Por su parte Víctor Puerto se enfrentó a un lote tan noble como blando y soso. Y a José Tomás le correspondió en primer lugar un toro muy encastado con mucho que torear, y luego un manso muy brusco. Así, ni más ni menos, fue la corrida del Pilar.
Como primer espada actuaba Víctor Puerto, que cumplió con su papel de telonero a la perfección, sin interferir para nada en el desarrollo de la corrida, que era de lo que se trataba. Lo único interesante de la actuación de Víctor Puerto fue alguna verónica de buena factura a su primero, y un inicio de rodillas torero y ligado. El resto careció de interés. Da los muletazos de uno en uno, quita constantemente la muleta de la cara del toro… Así es imposible conmover a nadie.
José Tomás se encontró en primer lugar con un toro muy chico, pero muy exigente. Tenía raza y mucho que torear, por lo que era difícil de manejar. Era repetidor y no embestía mal, pero apretaba un poco hacia adentro. Con él José Tomás se mostró tal cual es: un torero de mucha calidad y de gran facilidad para ligar los muletazos. Pero también manifestó sus carencias, la principal el nulo sentido del temple: o torea rápido a trallazos, o deja la muleta muerta y surge el enganchón. Lo que en José Tomás no suele verse es acoplamiento y sentido de la cadencia.
La faena tuvo ligazón, pero fue muy rápida, de muletazos vertiginosos. Hubo además dos desarmes con la mano izquierda que deshilacharon por completo el trasteo. Con la derecha, a pesar de cierta rapidez, hubo ligazón y algunos buenos muletazos. Pero con la izquierda el toro siempre alcanzó su objetivo y todo se deshizo en enganchones. Había que someter al toro por abajo, y José Tomás no siempre lo consiguió. Después de una media estocada muy tendida y trasera, saludó desde el tercio. Lo más emotivo de la actuación de José Tomás con este toro fueron unas gaoneras con el compás abierto, emocionantes y ligadas. Se trató de algo muy estimable por la quietud y la exposición, aunque no hubo limpieza en todas.
El quinto toro de la tarde fue manso, brusco y con gran querencia a tablas. El primer error fue no picarlo: se cambió el tercio con dos picotazos. Y otro error, este de becerrista: a pesar de que el toro no estaba picado y de que no era nada claro, José Tomás se colocó en los medios para dar un estatuario… Y una espeluznante voltereta, pues el toro lo arrolló. A partir de ahí ya no hubo mando ninguno, y el toro siempre iba con la cara por arriba haciendo lo que le daba la gana. Los paseos y las pausas entre serie y serie eran interminables. Y no eran para que el toro cogiera aire. Eran para coger aire el torero. Solo cuando el toro perdió gas, hubo algo de acople, sobre todo en una serie con la mano izquierda.
Con el toro pegado a las tablas, José Tomás propinó una estocada muy trasera y muy baja, y aquello fue el delirio: se pidió una oreja, que el Presidente concedió. Se pidió la segunda que el Presidente denegó con muy buen criterio. Ni la faena ni la estocada habían sido de oreja. Se puede aceptar una por el momento emotivo de la cogida, pero en ningún caso las dos. No hubo ningún mando sobre el toro y la estocada fue muy defectuosa. El Presidente casi fue linchado por denegar la segunda, pero mantuvo valientemente su criterio. Desde aquí aplaudo su gallarda actitud de no dejarse llevar por un público más propio de campo de fútbol que de plaza de toros.
José Tomás es un torero muy interesante por su gran clase y porque en los momentos claves de su carrera ha sido capaz de arrimarse, pero en ningún caso llega a ser lo que de él dicen sus partidarios, que han creado tal ambiente a su alrededor, que resulta imposible hablar con tranquilidad. Pero la actuación de José Tomás ayer en Valencia se resume en esto: a su primero no le cogió el aire nunca y lo desbordó en muchas ocasiones, y a su segundo, después de recibir una espeluznante voltereta, nunca lo sometió.
Quien tuvo el santo de cara fue Arturo Saldívar, al que correspondió un lote extraordinario, un lote de cuatro orejas. Y lo primero que hay que alabar de Saldívar fue su gran disposición: tenía muy claro que era su oportunidad y que debía aprovecharla. No se dejó acomplejar por lo especial de esta corrida. Sabía que era su tarde y fue a por todas. Este sí que se arrimó de verdad. Intervino en todos los quites exponiendo una barbaridad, y en todo momento su entrega fue indiscutible. Sus trasteos fueron muy emocionantes por lo cerca que se pasó al toro, volteretón incluido, y por la ligazón de los trasteos.
Saldívar no tiene mal concepto del toreo. Baja la mano lleva a los toros sometidos por abajo. Cortó una oreja de cada toro porque, además, mató con entrega. Pero los dos toros eran de dos orejas. La diferencia entre la oreja que consiguió, y las dos que podía haber obtenido, estuvo en que se puso muy encima, no perdió pasos y ahogó las embestidas. Con un poco más de sitio y dejando galopar al toro, podría haber cuajado dos extraordinarias faenas. Pero la bisoñez tiene estas cosas: no daba sitio a los toros porque es muy nuevo y aun le quedan por aprender ciertos rudimentos del oficio que debe asimilar. Pero estuvo con muchas ganas y mucha entrega, y fue merecida la oreja cortada en cada toro.
Bueno, pues esto fue la corrida de la reaparición de José Tomás en Valencia, dejando aparte forofismos, exageraciones y despropósitos.
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LA OPINIÓN DE JOSÉ ANTONIO DEL MORAL
El llenazo corrió parejo con el entusiasmo colectivo que provocó José Tomás cuando apareció en la puerta de cuadrillas y en su obligadísimo saludo tras deshacerse el desfile – no llamó a sus colegas para compartir la inmensa ovación – hasta llegar el esperadísimo momento de la verdad. La primera victoria de José Tomás la obtuvo mucho antes de empezar el festejo al elegir una corrida de muy pareja e ideal aunque nada exagerada presentación. Algo lógico porque, además de que el propio torero se ocupa personalmente de ello, cuando se torean tan pocas corridas y con tan abultadísimos resultados económicos, los ganaderos titulares del evento también suben su caché y buscan lo mejor que haya en el campo para la ocasión. Al contrario de lo que ocurre otras tardes, como la de anteayer, en la que dio la impresión de que la carestía que supuso pagar a tres grandes figuras, fue compensada con un encierro baratucho que en la primera mitad fue literalmente impresentable. En tal pecado, llevaron la penitencia empresa y actuantes por haber dejado la cosa en manos de sus veedores.
El interés del festejo de ayer se centró en la actuación del diestro de Galapagar. Pero le salió un copista mexicano, Arturo Saldivar, y le mojó con una oreja del tercer toro. Remedo del mito y valentísimo, anduvo atropellado con el capote y mucho más templado con la muleta. Pero por perderle la cara al toro fue cogido de lleno por milagro sin consecuencias hasta terminar con manoletinas y nuevamente atropellado al matar. La gente se asustó y le regalaron el primer despojo de la tarde. El toro había sido de dos.
En sexto lugar, con el mejor toro de la corrida, Saldivar se merendo a sus colegas, incluido a su modelo, con una no solo valentísima, sino muy buena faena que remató de certera estocada y cortó otra oreja a otro ejemplar de dos. Y salió merecidmente a hombros.
Con un precioso toro sin fuerza, noble con una punta de genio y molestado por el viento lanceó Tomás en el saludo sin poder completar ninguna verónica. En el inevitable quite por estoicas gaoneras, armó un alboroto. Y más en el electrizante que hizo luego por tafalleras cambiadas sin mover un músculo. La faena, brindada a los médicos que le curaron de su gravísima cogida en México, la inició en el tercio, bien por bajo con la derecha de nuevo molestado por el viento y, acto seguido, en los medios por redondos en los que el toro perdió las manos dos veces, naturales aguantando una enormidad sin limpios resultados la mayoría hasta ser desarmado. Más redondos y los de pecho en dos tandas quietísimo pero no todos tersos. Y más naturales de parecidas características. Repetición de lo anterior, nuevo desarme y más de media estocada muy tendida. A una momentánea decepción sucedió una ovación entre tibia y desconcertante.
Una revolera al rematar una serie de frustradas verónicas, fue lo mejor de su recibo al quinto y muy huidizo toro. Otro enclenque al que perdonaron en varas para que resistiera. Las enfrontiladas y personales chicuelinas del quite reverdecieron los clamores del gentío que volvió a enardecerse con otro quite por una especie de manoletinas capoteras hasta salir perseguido por el toro. Brindis en los medios con los tendidos en pie y cogida espeluznante en el primer estatuario. Otra vez la tragedia de por medio. No era toro para eso porque citar desde los medios a un animal aquerenciado a tablas, es un error garrafal impropio de una gran figura del toreo. Tomás tardó en reponerse y volvió maltrecho a la cara del toro para seguir intentando torear corriendo más peligro por no dominar nunca a su enemigo del que siempre estuvo a su merced. Muy valiente, valentísimo, mejor diría que arrojadísimo, pero sin poder templar a su pésimo y ya rajado enemigo, salvo en algunos naturales. Todo fue recibido por el público como una revelación. Y las manoletinas recetadas insólitamente con el compás abierto, para qué contar. Y el delirio con la estocada pese a quedar baja. Ayer no importaron nada los defectos y a nadie se le ocurrió señalarselos. Se pidieron las orejas con clamor, pero el palco solo dio la reglamentaria e hizo lo que debió. La bronca al palco fue tan descomunal como absolutamente impropia de buenos aficionados. Esta segunda victoria tomasista de ayer traerá cola y una polémica interminable.
Por lo que respecta a Víctor Puerto que abrió la tarde, el anovillado y flojucho animal que afrontó, le permitió un vulgar quite por chicuelinas, otro de Tomás por limpios delantales, réplica por verónicas del espada en turno que provocaron la primera caída del burel, y una faena que inició de rodillas y continuó sobre la derecha con el toro cada vez más parado y el torero pesadísimo. Se medio lució con el capote con el derrengado cuarto y, aunque brindó, la faena no pasó de una incómoda y deslucida buena voluntad por lo que al toro le afectó su clamorosa falta de fuerza.
Y ahora a escuchar y a leer las insensateces de muchos ilustres ignorante y las mentiras piadosas o escandalosamente interesadas cuando no rentabilísimas de los que opinan en la prensa, en la radio y e la televisión. Hay si se hubiera televisado la corrida en directo. Se habría formado un escándalo y de los gordos. Por eso y solo por eso, Tomás no quiere que le televisen. Y esto, señores, no es la Fiesta Nacional. Esto es la vergüenza nacional.