Tarde de euforia con Ponce y Fandiño en Guadalajara

Fandiño

De SOL y SOMBRA

Todo el mundo contento. Incluso los más puristas terminaron por someterse al dictado de los pañuelos y aceptar que algo de bueno debió tener la corrida de este sábado cuando la bendijo la mayoría.

Con los toros de Zalduendo no cabían demasiadas esperanzas previas y, sin embargo, el que hizo cuarto atesoraba una reserva de nobilísima casta como hacía mucho que no se había visto por estos rumbos. Con semejante regalo enfrente, Ponce anduvo inteligentísimo en todo el último tercio. Marcó el ritmo de una faena variada y sin altibajos, un torrente de pases que enardeció a los tendidos, ajenos a las ventajas que el diestro se concedía en la mayor parte de las tandas. Al final de la faena llegarían los momentos de mayor pureza y verdad, ante un astado que no se cansaba de embestir cuando ya estaba sobrepasado muy ampliamente el tiempo reglamentario y el que dictan los cánones. Pero nadie quería que lo bueno (e incluso lo mejor, que también lo hubo) se acabara. El estoconazo reventó la caja de los trofeos, tan fácil de abrir en esta plaza: por primera vez en los anales, el presidente sacó al mismo tiempo los pañuelos de la primera y de la segunda oreja, con lo que la masiva petición en los tendidos desembocó necesariamente en la concesión también del rabo.

Ivan Fandiño, mermado físicamente sobre otras anteriores comparecencias, demostró que su creciente fama y repercusión en el planeta taurino no es casual ni flor de un día. El vecino de Tórtola de Henares nacido en Orduña (como comprobaron muchos de sus convecinos, apiñados en el 2) no sólo quiere, sino que sabe cómo conseguirlo. Ya no es el torero afanoso, tan empeñado en atornillar las zapatillas que pasaba demasiado tiempo volando por los aires. Así se dió a conocer cuando y donde correspondía. Ahora, el valor le sigue desbordando -¡vaya final de faena inteligente y derrochador en su segundo!- pero también el temple al natural para dar enjundia al toreo de verdad. Las dos orejas en su primero (sobrero, por lo impresentable del que había sido enlotado) fueron reconocimiento al paisano. El trofeo del quinto, recompensa para un torero que de seguir así no tendrá más fronteras que las que marquen la suerte y su ambición.

Cayetano, al que no se le esperaba más que en cuerpo mortal sí que compareció en Guadalajara. Juzgaron las féminas que estaba como demacrado, más delgado que de ordinario y tan guapo como siempre. Y pese a ello, toreó. Estuvo más generoso de lo que se le exige de ordinario, recordó en algunos naturales al novillero admirable de hace años y provocó entre algunos el eterno debate de si el torero nace o se hace, por aquello de los genes que lleva. Sus apuntes hicieron soñar a los más devotos del arte en el toreo; otros andaban por Las Cruces enardecidos por la técnica inteligente de Ponce y otros más agradecidos a la sinceridad de Fandiño. Todos, sin apenas excepción, satisfechos. Sobre todo, para ser un sábado de Feria, gozoso botín festivo en tarde de toro (el cuarto) y toreros (tres y por la puerta grande).

Ficha del festejo: Plaza de toros de Guadalajara. Mas de tres cuartos de entrada. Toros de Zalduendo, bien presentados, en general, y dejuego desigual. Enrique Ponce: silencio y dos orejas y rabo. Iván Fandiño: dos orejas y oreja. Cayetano: oreja y oreja.

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