¿Los Redentores de la Tortura?

Por Fernanda Dorantes para DE SOL y SOMBRA

En fechas recientes, y por supuesto, no en atención a fines electorales, en el Distrito Federal se ha puesto en boga la inquisición taurina.

 Íntegros caballeros pertenecientes a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal han levantado la voz para pronunciarse en contra del espectáculo que, en voz de algunos “No es arte ni cultura, sino tortura”; persiguiendo así y por todos los medios a su alcance, la prohibición de las corridas de toros en la ciudad de la vanguardia y la moral: el Distrito Federal.

“La fiesta brava, la tauromaquia, la lidia de toros“ términos que en el terreno de la censura y la intolerancia, muchos pronuncian pero que en realidad pocos entienden; forman parte del ser, de la vida y de las convicciones de quienes vemos la belleza de la coexistencia de la vida, la muerte y la pasión en una circunferencia de 43 metros de diámetro.

En efecto, la lidia del toro culmina con la suerte suprema de darle muerte. Se derrama la sangre de un animal que nació con sangre bravo, vivió con orgullo en el campo y murió en el ruedo; pues lejos de lo que asevera la pugna antitaurina, fuera del mundo de la tauromaquia nadie ama, cuida y respeta más a un toro de lidia.

El toro de lidia es, sin duda, el protagonista del cruento debate, la gran mayoría de los argumentos se centran en el animal, pero ¿Qué papel juega el humano y qué implicaciones le conllevan?

Los fundamentos de las campañas antitaurinas y de las propuestas de reformas a la ley que hacen nuestros flamantes legisladores locales, alejados de todo estudio jurídico, vislumbran al humano partícipe de la fiesta brava como el verdugo cruel y sin escrúpulos, indiferente al dolor y a la tortura propinada a un ser vivo; sólo eso, olvidando por completo que el único titular de derechos es precisamente el ser humano.

La propuesta es simple: reformar la Ley de Espectáculos Públicos para el Distrito Federal, prohibiendo la celebración de las corridas de toros.

La implicaciones, en caso de que la propuesta de reforma prospere, son tan grandes y transgresoras de derechos fundamentales, que saldrían del control y alcance de la estrechez intelectual de nuestros asambleístas. El cúmulo de leyes improvisadas, electoreras e ineficaces se aumentaría en uno.

Así pues, en el Distrito Federal, la moral contenida en sus leyes nos dictaría que las mujeres tienen la libertad de elegir en qué momento tener hijos, a través de la legalización del aborto; y por otra parte, se denostaría una restricción arbitraria de la libertad de los ciudadanos para acudir a cierto tipo de espectáculo.

Dejando de lado la moral y poniendo los pies en el terreno de la ley, la prohibición de las corridas de toros en el Distrito Federal conllevaría notorias violaciones a las garantías individuales salvaguardadas en la Constitución, como la libertad de profesión o industria contenida en el artículo 5° de la misma; la libertad de pensamiento, conciencia y manifestación de convicciones mediante la observancia, la práctica y enseñanza de las mismas, consignada en el artículo 1° de la “Declaración sobre la eliminación de todas las formas de intolerancia y discriminación fundadas en la religión o las convicciones”, a la que México se adhirió en 1981; sin mencionar la transgresión de derechos culturales contenidos en el Protocolo de San Salvador, en atención y respeto a aquellos que consideran que la tauromaquia no es arte.

Pasando someramente por el terreno de los derechos sustantivos, se verían vulnerados aquellos contenidos en el Código de Comercio y en el Código Civil para el Distrito Federal, en lo que respecta al ejercicio del comercio y las cosas objeto de apropiación, disposiciones que no excluyen al toro de lidia.

Un tema aparentemente sencillo, con el que se puede estar, o no de acuerdo, atendiendo a las convicciones personales; conlleva mayor reflexión y estudio para quienes más allá de lo evidente, tenemos el deber abarcar los fenómenos sociales con una perspectiva y un apego estricto a Derecho; sin quitar la mira de la atinada reflexión de un extraordinario catedrático de la Facultad de Derecho de la UNAM: la ley no necesariamente es Derecho.

Twitter: @Fer_dorantes28