Belmonte desembarca en A Coruña.

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Por Isabel Bugallal.

Desembarqué en La Coruña. donde me esperaban mi padre y unos amigos que se quedaron sorprendidísimos de mis perros, de mis loros, mis gatos y mis extravagancias mexicanas”, y “me fui directamente a Sevilla a lucir todo aquello”.

Por lo visto, en la capital andaluza era tradicional que todos los toreros que iban a México trajesen un loro.

Y Juan Belmonte trajo unos cuantos -“muchos”- para regalar a sus amigos. Algunos ejemplares se quedaron por el camino, no aguantaron la travesía en la bodega del barco, pero muchos llegaron al término del viaje, aunque enmudecidos.

“Con mis loros, mis gatos, mis perritos chihuahuas, mi famoso brillante y un gran aire de insensato, hice mi entrada triunfal en España”, recordaba el torero en sus memorias.

¿En sus memorias? Bueno, en la aclamada biografía del legendario torero que escribió Manuel Chaves Nogales, donde el periodista da voz a Juan Belmonte (1892-1962) en primera persona y biógrafo y biografiado se funden con toda naturalidad en un texto novelado y novelesco.

Belmonte, en la cumbre de su carrera, era en ese momento un filón para el mundo del toro. Hacía temporadas titánicas, como aquella de 1914, en que toreó casi a diario y recorrió las principales plazas, la de A Coruña, entre ellas: “Maté aquella temporada ciento cincuenta y nueve toros”.

Sin embargo, según su confesión, la temporada anterior había sido “la más dramática” de su vida taurina y “una de las épocas más apasionantes del toreo”. Madrid se había rendido ante su arte: “¡Cinco verónicas sin enmendarse’, decían los técnicos”, “y yo clamaba: ‘¡Cinco días sin dormir y toreando!”.

En el madrileño Café de Fornos, el torero, un chiquillo de la calle de origen humildísimo, descubrió el placer de estar entre intelectuales. “Me subyugaba la fuerte personalidad de aquellos hombres”. En la tertulia estaban, entre otros, Romero de Torres, Sebastián Miranda, Pérez de Ayala y el siempre inefable Valle-Inclán.

“Don Ramón era para mí un ser casi sobrenatural. Se me quedaba mirando mientras se peinaba con las púas de sus dedos afilados su barba descomunal, y me decía con gran énfasis”:

-¡Juanito, no te falta más que morir en la plaza!

-Se hará lo que se pueda, don Ramón.

Años antes, en una entrevista, Valle-Inclán había manifestado a una revista taurina: “Hay toreros, como Belmonte, que crean la tragedia, la sienten, y al ejecutar las suertes del toreo, se entregan al toro borrachos de arte. Entonces los cuernos rozan las sedas y el oro de sus trajes; la tragedia se aproxima, el público, sin saberlo, se pone de pie, se emociona, se entusiasma. ¿Por qué? Por el arte”. Belmonte “se transfigura, y transfiguración es teología”, señalaba el autor de Divinas palabras en esa interviú.

Belmonte/ Chaves Nogales rememora a Julio Camba, con el que el torero coincidió en las fiestas del centenario de la independencia de Perú.

El maestro recuerda la aversión del humorista arousano a las solemnidades y al uso del frac. Como no tenía, le prestaron uno, que Camba, resignado, se puso:

-Conste que si el presidente me pide café, se lo sirven ustedes.

O al maestro a Celita, el torero de Láncara -el único torero gallego- con el que alternó en Madrid, en 1917. “Mi campaña en las plazas del Norte tuvo aquel año gran resonancia y consolidó mi prestigio. Me despedí del público de Madrid en una corrida que toreé en el mes de octubre alternando con Celita. Tuvo Celita aquella tarde la mala suerte de que un toro le diese una grave cornada, que debió, más que a su inexperiencia, a su pundonor. Al toro que mi desafortunado compañero debía haber matado le di una de las mejores estocadas que he dado en mi vida”.

El libro de Chaves Nogales (Sevilla, 1897-Londres, 1944), Juan Belmonte, matador de toros, fue publicado como folletín en 1934, editado hace años por Alianza y recuperado en 2009 por Libros del Asteroide, la editorial fundada por el compostelano Luis Solano.

Tiene un origen curioso, cuenta el escritor coruñés Antón Castro. El periodista pretendía hacer una serie de reportajes partiendo de la pregunta: “¿Recuerda usted cómo era la vida en España en los principios del siglo?”. Uno de los entrevistados fue el torero.

Y así empezó la fascinación de Chaves Nogales, poco taurino en principio, por Belmonte, que era entonces, muerto Joselito, la mayor gloria de la fiesta y no tardaría en retirarse. Belmonte se suicidó en 1962 de un tiro: un “avasallador enamoramiento” tardío.

Vía: http://www.laopinioncoruna.es/contraportada/2013/11/24/belmonte-desembarca-coruna/786351.html?utm_source=rss

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