La muerte global de un torero

Lloraban los toreros de plata a las puertas de la enfermería de Teruel. Las cuadrillas que habían trasladado el cuerpo inerte desde el ruedo se abrazaban desconsoladamente. Lo contaba David Casas desde Pamplona, anunciaba la tragedia por televisión, la muerte global de un torero: «Nos confirman lo peor. Víctor Barrio ha muerto».

A las 20.25 de la tarde también lo confirmaba la doctora Ana Cristina Utrillas y firmaba el parte de defunción: «Certifico la muerte del torero Víctor Barrio Hernanz, a las 20.25 horas, tras sufrir cornada en tórax derecho, donde se realizan maniobras de resucitación cardiopulmonar con intubación orotraqueal. Se realiza toracotomía derecha, apreciando perforación del pulmón derecho, rotura de la aorta torácica con disección posterior hasta hemitórax izquierdo».

Un toro de la ganadería de Los Maños, un toro lucero y burraco, fiel a su encaste Santa Coloma en pinta y en lo certero, había atravesado el pecho de Víctor Barrio de lado a lado, contra el suelo. Había entrado como tercero en el sorteo. Maldita la suerte. De 529 kilos. Número 26. Y el nombre que ahora lucirá en los anales de la España negra con Perdigón, Bailaor, Islero, Avispado, Burlero, los toros que se llevaron en sus pitones las vidas de El Espartero, Gallito, Manolete, Paquirri, Yiyo.Lorenzo mató ayer a Víctor Barrio; Lorenzo, hijo de la vaca Lorenza.

Lorenzo había derribado a Barrio, descubierto por el viento cuando toreaba con la izquierda. Su largo cuerpo tendido a merced de los pitones: Víctor medía uno noventa. O más. Ni tiempo a hacer la croqueta como escapatoria. Veloz como una piraña el santacoloma. En el vídeo se ve. A los pocos minutos ya lo estaba viendo toda España por internet. Por la red. Por Twitter. Y el pitón se hunde con la ayuda del contrafuerte del suelo. Se hunde como si el costado derecho de la chaquetilla fuese manteca. Se hunde hasta la misma cepa. Y el gesto del torero es de dolor en la sacudida, en el certero empujón. Cuando lo suelta y se gira, yace. Ya no hay gesto, es un rictus. El revuelo de los capotes de las cuadrillas se hace inútil. Cuando lo recogen del suelo, con su terno grana y oro, el terno de los valientes, una mano del torero, aún con vida, se desliza yerta, ausente, como sin pulso.

Raquel está en el tendido. Como siempre. Raquel es la mujer de Víctor, que apenas ha cumplido los 29. Y baja como una exhalación a las puertas de la enfermería, donde su marido acaba de entrar con un aliento insuficiente para que las maniobras médicas los resuciten: «Cornada en tórax derecho. Entraba en parada cardíaca en la enfermería. Se le iniciaron las maniobras de reanimación con intubación, se le ha hecho una traqueotomía de urgencia. Hemos podido apreciar que era una cornada mortal con perforación del pulmón, de la aorta torácica y disección del plano posterior de la aorta hasta llegar al hemitórax izquierdo…» Y a las 20.25 la certificación de la defunción.

Casi a las misma hora en Arévalo (Ávila), El Juli, Miguel Ángel Perera y Andrés Roca Rey, se están repartiendo un saco de ocho orejas de una corrida deGarcigrande, pero ya lo saben. Conocen la muerte de su compañero en Teruel, en la Feria del Ángel. Del Ángel caído. Y no quieren salir a hombros. La muerte (global) del torero de Sepúlveda se había conocido al instante en todo el planeta.

Y el caso es que el toro estaba siendo bueno. El tal Lorenzo. La tarde se había anunciado como un duelo de ganaderías: Los Maños versus Ana Romero. Y Curro Díaz y Morenito de Aranda figuraban como compañeros de cartel. La corrida se suspendió. Curro no quiso seguir. Hoy nadie querría. Raquel seguía el coche fúnebre ya de noche; Víctor seguía persiguiendo sueños.

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