Por Jesús Mariñas.
Tarde y mal, el Cordobés ha dicho sus divinas palabras: “Lleva mi sangre de Califa, es hijo mío”, y atrás ha dejado medio siglo de rencores, reivindicaciones, protestas finalmente superadas y hasta una sentencia judicial reconociendo que Manuel Díaz es hijo de quien fue mito de la España franquista. Tanto arrollaba que hasta el Caudillo lo llamaba al Pardo para que le contase chistes. Con él se partía de risa, y eso que no era de risa fácil.
Provocaba como esas películas hollywoodienses tan sublimadoras de embelecos amorosos. Antonio el bailarín, jamás superado en los zapateados, un hombre que hizo patria mundo adelante y dio seriedad al baile español, solía desahogarse conmigo en sus alegres madrugadas marbelleras cuando allí se autoexilió en su finca de El Martinete, obligado por el rechazo social que hasta entonces estaba a sus pies, al revelar sin fabulación más que presuntas relaciones con la entonces venerada y temida Cayetana de Alba. Se le cerraron los hipócritas salones de la alta sociedad que antes peleaban por tenerlo de estrella en sus saraos. No olvidó, tomó lección de aquellos amaneceres sentados ante La taberna, que Lola Flores y Antonio González regentaban en los bajos del Casino.
Un tabú intocable
Sentados en un banco de hierro forjado Antonio me regalaba recuerdos, anécdotas, los buenos días perdidos, quizá porque nunca pregunté sus cosas con la enamoradiza duquesa. Era un asunto tabú, intocable, ojo con rozarla con murmuraciones, algo imposible de frenar por los amoríos del matador. Antonio me detallaba alguno de ellos muerto de risa. Era lógico desahogo a su desilusionada tristeza sin pelos en la lengua: “Gina Lollobrigida–que entonces era considerada como la mujer más guapa del mundo– se enamoró simultáneamente de Manuel y de mí. Era un triángulo nada extraño en aquella España de doble moral. Sin prejuicios y más internacionales que la gran mayoría, optamos por lo que era más cómodo: compartir felicidad. Gozamos de lo lindo y vivimos muchos amaneceres”.
En trío resultaba más excitante, imagino a la morena italiana jugando con físicos tan dispares: rudo, dominador, simpático y muy masculino, con cierto aire de cowboy frente al moreno andaluz menudo, juguetón, manejable y fibroso.
Manuel Díaz, ya de 48 años, es el bastardo más reconocido, gran figura taurina como no lo logra su hermanastro Julio Benítez pese a los apoyos del nada amoroso padre, a quien durante esos cincuenta años presionó su esposa Martina apoyando negar tal progenitura. “Te di cinco hijos, es suficiente”. Como no sea ante la próxima cita del 11 de marzo que reunirá esos hijos en tarde de duelo en Morón de la Frontera, no se entiende tan repentino cambio, aceptación, reconocimiento y que finjan amor que no se tuvieron ni tendrán.
El patriarca, de 80 años que no aparenta lo justifica así: “A esta edad las cosas se ven distintas. Más que mis sentimientos, variaron las circunstancias”, todo parece impulso de su última novia. Manuel es todo simpatía, afecto y buenos propósitos. Aunque mantiene la intención de no cambiar por Benítez el Díaz materno que lo hizo popular. Imagino que Virginia Troconis, siempre un encanto, fomentará esa firmeza despreciando el nombre que le negaban.
Cebando el interés, todos parecen tocados por una varita mágica, quizá en manos de algún empresario, para verlos tan bien dispuestos después de tan prolongada dispersión familiar. Veremos si dura mas allá de los seis toros sevillanos.
Y como inauguramos temporada, Movistar juntó grandes nombres para respaldar sus retransmisiones en las ferias de Olivenza, la abrileña, San Isidro y distintas plazas. Mientras, en Cataluña crecen los antitaurinos tal lo hacen los independentistas.
Tarde de toreros
Carteles postineros como la concurrencia: junto a una Ana Obregón excesivamente despechugada, encontró el brazo y la sonrisa acaparadora de Cayetano.
Apenas comentó la retirada de su hermano mayor, que se corta la coleta sin la grandeza de su abuelo Ordóñez. Paquirri fue otra cosa, tuvo más valor que arte y lentitud. Eso distingue a los hermanos, uno felicísimo con Eva González reaparecida bajo moño mal alisado en evento social donde compitió con la ya arrolladora y nada engreída Margarita Vargas, que comparte la afición de Luis Alfonso, una herencia de la abuela Carmen que no se perdía las grandes tardes y siempre agradecía los brindis regalando gemelos de Luis Gil: “Uno siempre sabe cuándo debe cortarse la coleta”, añado que lo motivarán su gordura y falta de agilidad, ¡con lo que prometía al debutar de novillero con sus suicidas “porta gayola”. Los demás admitimos y aplaudimos. Lo nuestro es estar cuidando al compañero –hermano en este caso– para que no lo pille el bicho.
Francisco Rivera y Cayetano fueron atractivo de muchas tardes como ojalá en eso se conviertan Manuel Díaz y su hermanastro, como Rafa Amargo unido musicalmente a Rosa Valenty.
Estilos casi contradictorios de entender la faena torera. En el primero sobresale la finura de lances, mientras el segundo destaca arriesgándose. No busquen finura, comentaban ante Fernando Fernández Román, el mejor comentarista de las últimas décadas, con los Zabala de la Serna, Rubén Amón y otros volcados en nuestra fiesta grande. Los citaron en la Real Academia de Bellas Artes, casi un Prado a menor escala, dándoles acceso intencionado por inacabables galerías atestadas de goyas, origen de su tauromaquia, ya tan popular como las de Picasso y Botero. Fucsia con pajarita en el arrebatador Morante de la Puebla casi entonando con los pantalones rojos que, bajo chaqueta en terciopelo negro con rombos, vistió un Ortega Cano bastante desmejorado de cara.
Cruz a cuestas
Gesto sombrío que mantuvo, quizá la casi cruz a cuestas de su hijo José Fernando, ahora encarcelado por incumplir sus presentaciones ante la Justicia. Esquivó el tema, dio un buen capotazo permaneciendo tenso como en el momento de la verdad.
Un morenísimo Palomo Linares, “estoy todo el día en el campo”, me anticipó que el 27 de abril cumple 70 años. Sigue distanciado de sus hijos, ¿o son ellos los alejados? Lo vi feliz con su pareja, tan diferente a la estirada Marina Danko, casi una heroína de culebrón.
Algún día escribiré sobre las esposas toreras, no todas tan discretas y prudentes como Mary Ángeles Sanz, de Camino; Ángeles Grajal, de Ostos; Carmen Covaleda, de El Viti; la guapísima Elisa Garrido, segunda esposa de Morante; y hasta Lucía Bosé, que podría encabezar a las sufridoras en casa. El traje de luces lo dejan para ellos, reconoció alguien tan antitorera como Beatriz de Orleans, francesa de las que ejercen y considera “bagbaguidad” a los toros, algo que nunca compartirían Cary Lapique, a la que encuentro rematando la apoteosis costurera de Jorge Vázquez.
Fuente: El Tiempo