Grandeza, elegancia, galanura y distinción

Por Xavier Toscano G. de Quevedo.

¡Por fin, ya era hora! Hoy inicia lo que todos los aficionados esperábamos con grande impaciencia, los festejos de Pre-Feria y Farolillos en la hermosa ciudad de Sevilla.

La Real Maestranza de Caballería se vestirá de gala los próximos 12 días para celebrar una de las Ferias más importantes y con mayor tradición histórica del universo taurino.

¿Qué torero no quisiera estar ahí? ¿Cuántos aficionados sueñan con sentarse una tarde en este alegórico coso? Por ello quiero tomar hoy el título de un magistral libro, que en su portada tiene escrito: “El Toreo es grandeza”, frase muy clara y explicativa de lo que es, y significa, nuestra incomparable Fiesta.

Hermosa, vibrante y llena de esplendor es la Real Maestranza sevillana, y más durante su Feria de Abril, que hará centellar nuestro Espectáculo Taurino, y éste se engrandecerá con la elegancia de los multifacéticos y vistosos coloridos de los atuendos de torear, es decir: “El señero y único Traje de Luces”.

Este incomparable y aristocrático atavío de torear, no supone que quienes lo llevan sean ya toreros, pero sin él tampoco se entiende que se realice esta profesión. Es muy probable que un número grande de personas —principalmente los detractores de nuestra fiesta— podrían pensar que hoy no existe nada más arcaico y fuera de época que este singular atuendo, que a través de muchos siglos se ha mantenido inamovible y poco cambiante. Sin embargo, este majestuoso vestido de seda y oro es el ornamento preciso e indispensable para llevar a cabo el ritual del sorprendente, mágico y egregio Espectáculo Taurino.

El nacimiento del traje de torear es tan antiguo como la fiesta misma, recordemos que en sus inicios los caballeros, quienes eran los actuantes principales, portaban sus lujosas vestiduras de acuerdo con su jerarquía. A su vez, los pajes o ayudas de a pie se engalanaban con sus mejores indumentarias, pero ello no era de extrañarse, ya que entonces no iniciaba por aquellos años —siglos XV y XVI— la profesión de torero de a pie.   

Con el marchar de los siglos y los cambios que se iban viviendo, llega el momento de un personaje trascendental para la fiesta, Francisco Montes “Paquiro”, con él, el terno de luces alcanza su mejor expresión, otorgando a este atuendo cambios importantes: acorta la chaquetilla y da a las hombreras una importancia decorativa, rectifica el corte de la taleguilla, recarga y aumenta los adornos del vestido y así, el traje de torear queda finalmente confeccionado, con tanta eficacia que hasta nuestros días continúa manteniéndose con muy pocas alteraciones.

Nunca deberemos olvidar que cuando un torero se viste de “luces” se está colocando en su cuerpo muchos siglos de emblemática historia. Atuendo confeccionado por manos de verdaderos artesanos —no únicamente sastres—, seres privilegiados que utilizando la más fina de las telas, que lo es la seda, y los perfectos, únicos y brillantes bordados de oro, trabajo de muchas y largas horas de talentosas artistas, que con ello, exaltan y honran la majestuosidad de ésta admirable y pasmosa Fiesta.

Obviamente que es única y esplendorosa, por lo que estamos muy seguros que continuará en el corazón, el ánimo y la complacencia de aficionados, público y adeptos. Los cuales siempre deberán buscar y exigir con absoluto derecho la inquebrantable máxima que rige a nuestra fiesta: la presencia en todos los ruedos del mundo del eje central y único de nuestro mágico espectáculo, su Majestad El Toro Bravo.

Publicado en El Informador

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