Por David Toscana.
Cuando se lee Moby Dick, uno se topa con una serie de monstruos marinos que son enfrentados por hombres valerosos. Hay mucho de viril y plausible en los actos de ubicar ballenas, perseguirlas, arrojarles arpones, atarlas al barco, destazarlas, y cocer algunas de sus partes para recolectar el valioso aceite.
Ahab, Queequeg, Starbuck, Ishmael y toda la compañía son dignos de admiración literaria y humana, son ejemplos para cualquiera que sueñe con aventuras dignas de machos dignos. Imposible abordar uno de esos barcos sin el justo revoltijo de valentía y prudencia. En opinión de Starbuck: “En este asunto de la pesca de la ballena el valor era una de las grandes provisiones necesarias para el barco, como la carne y la galleta, que no se podían derrochar locamente”. Valor, distinguido de la temeridad, pues el valiente es quien actúa a pesar del miedo, mientras que el temerario ni siquiera siente temor. “No quiero en mi bote a ninguno”, decía Starbuck, “que no tenga miedo de la ballena”. Ya que en su opinión un hombre totalmente sin miedo era un compañero mucho más peligroso que un cobarde.
Escenas de valor del hombre ante la bestia tenemos también en las historias de toreros de Hemingway. A él le había seducido la fiesta brava en gran medida por las agallas que requería. “El toreo es la única de las artes en que el artista está en riesgo de morir y en la cual el buen desempeño depende de la honra del torero”. Teófilo Gautier, en su paso por España, nos habla del torero Francisco Montes: “Teníamos ojos nada más para ver a Montes, cuyo nombre es famoso en todas las Españas, y cuyo heroísmo es el tema de mil relatos maravillosos… Como es hombre de gran valor, ha recibido en su carrera muchas cornadas, una de ellas en la cara, como lo atestigua una larga cicatriz; en ocasiones ha salido gravemente herido”.
Entonces, volviendo a Hemingway, él deja claro que arte y valentía van de la mano: “La forma de torear de Romero producía una emoción auténtica, porque sus movimientos guardaban una absoluta pureza de líneas y dejaba que cada vez los cuernos del toro casi le rozaran, conservando siempre la calma y la serenidad”. En cambio: “Los otros se retorcían como sacacorchos, levantaban los codos y se inclinaban sobre los flancos del toro cuando sus cuernos habían ya pasado, para dar una falsa impresión de peligro”. Aunque tanto Hemingway como Melville cuestionan el futuro de los toros o la caza de ballenas, no habrán pensado que sus héroes acabarían por volverse villanos; que lo que ellos llaman valor, hoy muchas voces lo tildan de cobardía.
Melville nos dice que: “Menguaría mucho la gloria de la gesta que san Jorge solo hubiera afrontado a un reptil de los que se arrastran por la tierra, en vez de entablar batalla con el gran monstruo de las profundidades. Cualquier hombre puede matar una serpiente, pero solo un Perseo, un san Jorge o un Coffin tienen bastantes agallas como para avanzar valientemente contra una ballena”.
Sí, Herman, eso en tus días, porque hoy Perseo no sería un héroe ni San Jorge santo y ambos serían lapidados por haber dado “cobardemente” muerte a la última de las medusas y al último de los dragones.
Publicado en Milenio