Paquirri, 33 años después 

Paquirri, Francisco y Cayetano.

Por Pedro Toledano.

Hoy, 26 de septiembre, cuando las luces del día se estén apagando, cuando el crepúsculo se haga presente en la serranía cordobesa, hará ya 33 años que Francisco Rivera “Paquirri”, nos dejaba huérfanos de su profesionalidad, de su poderío, de su entusiasmo, y también de su amistad. Es sabido que nadie pudo remediar el fatal desenlace.

Demasiadas curvas entre Pozoblanco y Córdoba como para que los galenos, tan precariamente equipados, hubieran podido arrancar de las garra de la parca la vida del torero valiente y cabal. No pudo ser. Y lo que tenía que haber sido vida se tornó dolor y llanto.

Desde entonces, cuando ya la temporada comienza a claudicar, el recuerdo del torero que dictó todo un tratado de hombría, por su entereza y buen juicio, al decirle a los doctores «hagan lo que tengan que hacer», se hace presente. Y ese trance lo aprovechamos, desde la modestia de esta columna, para contarle las venturas y desventuras que a buen seguro, de haber estado entre nosotros, hubiera vivido como propias.

Por la amistad que fraguaron, que fue mucha, por los miedos y la gloria que compartieron, por todo lo vivido dentro y fuera de los ruedos, la muerte terrenal de Dámaso, seguro que le habría sumido en un profundo dolor. Sí, amigo Paco, quien fue tantas tardes rival en la arena y amigo incondicional en la calle, se ha ido de repente, sin ruido, víctima de una cruel enfermedad a la que tampoco la medicina pudo hacerle el oportuno quite.

La ventura nos vino dada por algo que a ti, conocedor de la profesión que dominaste como pocos, te habría alegrado. Tu hijo Francisco se despedía después de haber estado 25 años en activo, ocupando siempre los lugares donde a ti te gustaba dar batalla. Lo hizo, las raíces tiran lo suyo, en la incomparable goyesca de Ronda. Fue un cartel de cinco espadas y un rejoneador, todos amigos suyos, con tu otro hijo torero, Cayetano, entre ellos. Francisco puso el broche de oro a su carrera lidiando el sombrero y triunfando.

Al final, una tarde hermosa, emotiva y muy entrañable.

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